Tras el shock electoral y el cambio en la narrativa de los mercados, la estabilidad deja de depender de expectativas y pasa a depender de resultados. Argentina enfrenta ahora el momento donde la reputación se reconstruye -o vuelve a romperse- en función de hechos concretos. Las semanas posteriores a las elecciones confirmaron el giro que la economía y la política habían sugerido: la crisis previa no fue de solvencia ni de programa, sino de credibilidad. El respaldo electoral y la recomposición del tablero legislativo despejaron el escenario inmediato, pero dejaron a la vista el verdadero desafío: transformar la confianza inicial en un sendero de crecimiento sostenible.
Durante meses, el mercado había anticipado una ruptura: un gobierno debilitado, sin capacidad de sostener la estabilidad cambiaria ni de negociar en el Congreso. Pero el resultado en las urnas mostró lo contrario. El oficialismo logró un avance significativo en ambas cámaras -sin mayoría, algo imposible bajo cualquier escenario- y obtuvo un mandato político claro para continuar con el proceso de orden macroeconómico. Ese respaldo abrió una ventana que no se había visto en años. Por un lado, redujo el riesgo de parálisis política; por el otro, disipó el temor a una corrección abrupta que el propio mercado venía descontando. Pero la oportunidad no garantiza el resultado. El desafío ahora es estrictamente de gestión: asegurar que la estabilidad fiscal, monetaria y cambiaria se traduzca en un ambiente propicio para invertir, producir y generar empleo formal.
El verdadero desafío es transformar la confianza inicial en un sendero de crecimiento sostenible
Argentina enfrenta una paradoja conocida: la consolidación fiscal y la acumulación de reservas son condiciones imprescindibles para bajar la inflación, pero la sola baja de la inflación no garantiza un sendero sostenible. Sin crecimiento, cualquier estabilidad es frágil económica, social y políticamente. La historia reciente -y la más lejana también- demuestra que estabilizar sin desarrollar termina siempre en frustración. El país necesita avanzar con reformas estructurales que corrijan las distorsiones que llevan décadas trabando su potencial. El mercado laboral requiere modernización para aumentar la productividad y reducir la informalidad. El sistema impositivo debe simplificarse y eliminar cargas que desalientan la inversión y la creación de empleo genuino. Y la estructura de costos necesita alinearse con estándares internacionales para que los sectores transables puedan competir con previsibilidad.
Si este proceso avanza con señales claras y acuerdos políticos mínimos, debería reflejarse en una reducción sostenida del riesgo país. Esa baja no es un dato técnico: es la condición indispensable para que los proyectos de inversión vuelvan a ser rentables y para que Argentina recupere su capacidad de financiarse a tasas razonables. Sin crédito, no hay expansión posible.
Se requiere consistencia, coordinación y un rumbo claro que el mercado pueda verificar en hechos y no solo en discursos
El riesgo, sin embargo, es volver a caer en la tentación de pensar que la política puede anticiparse a los resultados. La confianza es un activo que se reconstruye lentamente y se pierde de inmediato. Ya no alcanza con una elección favorable ni con el respaldo internacional obtenido en las semanas críticas: ahora se requiere consistencia, coordinación y un rumbo claro que el mercado pueda verificar en hechos y no solo en discursos. Argentina lleva varias décadas atrapada en un ciclo de crecimiento efímero y recaídas recurrentes. La pobreza estructural, la informalidad laboral y el retroceso relativo frente a la región son síntomas de un problema más profundo: la incapacidad de sostener reglas de largo plazo. Esta vez, la sociedad dio un voto de confianza. El compromiso fiscal está, el respaldo político existe y la oportunidad es real.
La pregunta es si esta vez el país será capaz de convertir esa oportunidad en desarrollo. No depende ya de un shock electoral ni de un anuncio externo. Depende de la gestión cotidiana, de la ejecución y de la madurez institucional para no repetir la historia que tantas veces nos ha devuelto al mismo punto de partida.
El autor es profesor de Economía de IAE Business School y Chief Economist de BlackTORO Global. Esta nota se publicó en el IEM de noviembre del IAE, Escuela de Negocios de la Universidad Austral
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