
En la noche del Seder, cada uno de nosotros se sienta con su familia para llevar a cabo la tradicional ceremonia del Seder de Pésaj, una noche en la que estamos ordenados a contar la historia del Éxodo de Egipto, la salida del pueblo judío de la esclavitud hacia la libertad. Esta historia debe ser contada a nuestros hijos, a nuestra esposa o a nosotros mismos.
Hay una diferencia fundamental entre un libro y una historia: un libro es una colección de hechos y detalles, mientras que una historia es el mensaje que emerge de ellos. Cada historia tiene una narrativa y un mensaje central que se desprende de ella.
La idea del Seder es contar la historia y reflexionar sobre el mensaje y el significado que hay detrás de los detalles. Se trata de entender la tendencia general de los hechos y sentir el proceso que se revela a través de ellos. Por eso, el hecho de que ya conozcamos los detalles no significa que la historia ya esté completamente comprendida. Cada año podemos encontrar un significado diferente en el relato, y cada persona puede descubrir en la Hagadá un punto personal, tal como sucede cuando dos personas escuchan una historia: cada una la entiende e interpreta de manera distinta.
El primer paso para encontrar la historia es comprender que hay un mensaje central alrededor del cual se construye todo el relato. Observemos los tres fundamentos principales de la historia del Éxodo de Egipto durante la noche del Seder.
Empezamos con el primer punto: el nacimiento de la nación. La salida de Egipto no representó solamente la eliminación del yugo de la esclavitud sobre los hombros de muchas personas individuales, sino que fue el nacimiento del pueblo de Israel como una nación. Por eso, el primer paso en nuestra conexión con la festividad de Pesaj es reconocer que cada uno de nosotros es parte de algo mucho más grande que el mundo limitado en el que vivimos. Cada uno es parte del pueblo de Israel, y no estamos parados como individuos aislados. En la vida cotidiana, cada uno se ve a sí mismo y se preocupa por sus necesidades y las de su familia. Esta visión puede perjudicar nuestra capacidad de sentir que pertenecemos a algo más grande: la nación judía. La redención y la salvación nos fueron dadas en esta noche como parte del colectivo de Israel, y no como un conjunto de individuos.
El segundo fundamento es entender cuál es el propósito del pueblo de Israel. No es suficiente con reconocer que el Éxodo fue el nacimiento de la nación judía, sin comprender cuál es su propósito. La grandeza del pueblo de Israel radica en que su creación es un asunto personal del Creador del mundo. El pueblo de Israel no existe por sí solo, y su redención no tiene valor sin el contexto más amplio de la finalidad que le asignó Dios.
La salida de Egipto fue un interés personal de Hashem. Por eso, en la Hagadá enfatizamos que fue Él mismo quien se reveló a nosotros, no un mensajero. Y toda la salida de Egipto, con los milagros que la acompañaron, ocurrió a través de una manifestación de la Presencia Divina. Esta revelación demostró que el pueblo de Israel es un asunto que pertenece completamente a Dios, y así debemos verlo.
El tercer fundamento es el motivo por el cual la festividad se llama Pesaj (saltear). En medio de toda la Revelación Divina y Su Omnipresencia, Dis hizo un milagro especial: permitió que existiéramos dentro de esa misma revelación divina. El gran descubrimiento de esa noche fue que Hashem “pasó por alto” nuestras casas y nos permitió existir dentro de Su manifestación. El hecho de que existamos por medio de un milagro y que formemos parte de un plan particular divino es el gran mensaje del Seder.
Sobre estos fundamentos construimos nuestra esperanza, al final de la Hagadá, por la redención: “El año que viene en Jerusalén reconstruida”. Al entender que somos parte de una realidad que pertenece directamente al plan divino del mundo, y que tenemos un lugar dentro de esa revelación celestial, nace la promesa a la cual nos aferramos durante el largo exilio.
Así, a través de la tradición del Seder, no solo recordamos el pasado, sino que renovamos cada año nuestro compromiso con el destino del pueblo de Israel y con el mensaje eterno de libertad, fe y pertenencia que continúa vivo en cada generación. Y especialmente éste año que continuamos pidiendo por la libertad de nuestros hermanos secuestrados.
La historia del Seder aún no ha terminado. Todavía no ha sido completada. Cada uno de nosotros es parte de esa historia viva que se llama el pueblo de Israel. Esta historia la continuamos todos nosotros con buenas acciones y con el cumplimiento de los mandamientos eternos. Una historia que se completará con la redención final, pronto, en nuestros días, manteniendo viva la llama de una tradición milenaria que nos une, nos guía y nos da sentido.
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