
En todas las épocas se cuecen habas, viejo dicho que hace referencia a que siempre y bajo distintos signos hubo desfalcos que se actualizan o se modernizan. Como más le guste al lector. En una palabra, siempre hubo estafados y estafadores. La manganeta varía según el clima de época, la atmósfera de los negocios, y las luces y sonidos que embriagan a los despistados.
La tradicional forma de hacer dinero de modo vertiginoso -los argentinos, en este embrollo somos águilas- siempre ha sido arrimarse al Estado. Desde Juan Larrea que vendía barcos propiedad del país a un precio vil, que jamás explicó, hasta el kirchnerismo que alcanzó el punto más alto y si se quiere más rudimentario de esta experiencia, pero no por ello menos efectivo, transcurrió la parte más oscura de nuestra historia.
Contratos, licitaciones amañadas, convenios con letra chica que siempre embromaron al Estado, privatizaciones o estatizaciones mal hechas adrede, por el puro afán de avidez y de codicia, cometas, el diego y demases guardan aspectos vergonzantes de la política, pero en estos casos la complicidad estaba de un lado y del otro del mostrador. Funcionarios y empresarios entrelazados. Los cuadernos de Centeno lo evidencian.
Un camino para enriquecerse velozmente -el manual del vivillo así lo indica- es meterse en política. El ascenso social vertiginoso tiene una escalera mecánica: la función pública. ¡Es penoso!
No siempre fue así, esto es, la complicidad del Estado con el privado. La historia reconoce casos desopilantes de viveza criolla que dejaron a más de un guiso de a pie. Dos casos fundaron la mal llamada viveza criolla. La estafa ideada para solucionar el grave problema de la langosta indicaba que a vuelta de correo, previo envío de un dinerillo, le llegaría la máquina fatal. ¿En qué consistía? Dos tablitas. Había que apoyar en una la langosta y con la otra pegarle hasta matarla. También se sabe que se le vendió, a un gringo ingenuo, un buzón con el cual haría dinero según la cantidad de cartas recibidas. El pequeño y exquisito libro de Fray Mocho “Memorias de un Vigilante” es una muestra genial de las trampas y los engaños. Claro entre privados.
Hacer dinero con el dinero
Llegamos entonces a la actualidad. El clima que se respira es el del título: acrecentar ganancias, reunirse de unos pesos mediante la especulación financiera, la inversión en misteriosas monedas que suben y bajan su valor a impulsos que manejan tres o cuatro vivos. En la Argentina que vivimos, en realidad en el mundo, las inversiones, el giro de dinero online son como la miel para las moscas o como el buzón para el pobre gringo.
La libra, el Estado y Milei
El escándalo que desplumó a más de un incauto no es un asunto entre privados como el del buzón o la máquina de aniquilar langostas. Se acerca más a los desfalcos por vínculos con el Estado sin que el Estado como herramienta de control haya hecho algo al respecto. Un twitter y varias fotos del Presidente y algún intelectual que funda al anti-woquismo en los alrededores de Milei, con los responsables de la estafa bastaron para cazar ingenuos.
Para ofrecer criptomonedas alegremente, ¿el Banco Central, la Comisión de Valores o la UIF no tienen nada que decir o vigilar? Como no hicieron nada frente a un Estado que se ha corrido, buenas son las fotos y los twits. ¡Qué fácil le resulta a los Silicon Valley boys vender buzones con fotos y con twitter!
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