“General, que despegue una escuadrilla ya. Señor Primer Ministro, no nos quedan más aviones de reserva…”.
La cara de Winston Churchill se transformó en el bunker subterráneo en las afueras de Londres y dejó de fumar, cosa extraña en él. Le pidió al Jefe de la Defensa Aérea que repitiera sus palabras y lacónicamente susurró, ahora con una cadencia casi mortuoria, el mensaje que ningún líder desea escuchar. Pero debido a un golpe de suerte fortuito, unido a la pésima inteligencia del nazismo y de la extraordinaria contra inteligencia británica, en horas Hitler abandonó los ataques demoledores, especialmente sobre la Capital, ya que el frente oriental se complicaba exponencialmente.
La “Batalla de Inglaterra” se desarrolló entre el 10 de julio de 1940 y el 31 de octubre de 1940. Alemania atacó al Reino Unido con reiterados ataques aéreos a lo largo de la costa del canal de la Mancha hacia puertos, barcos y aeropuertos. Hitler buscaba destruir la Real Fuerza Aérea británica (RAF) con la Operación “León Marino”. Hermann Göring, comandante de la Luftwaffe, planeó bombardear todo el equipamiento militar, fábricas de armamentos y a sus radares con el propósito de tener una entrada más fácil a la conquista de toda la isla, a pesar de que el ejército británico era de los más poderosos de ese entonces. Hitler, en su paranoia mística, buscaba derrotar a Inglaterra para concretar su delirio mesiánico de expandir el III Reich por toda Europa, siendo que ya había conquistado Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Francia sin que nadie pudiera frenarlo.
El primer bombardeo comenzó el 13 de agosto y los ingleses estuvieron cerca de ser derrotados al tener la mayor parte de su material bélico en pésimas condiciones o destruidos. Pero la decisión errónea de Göring de dejar de enfocarse en los bombardeos a establecimientos militares y enfocarse en atacar ciudades le dejó un respiro a la RAF para recuperarse que fue clave para la posterior victoria del Reino Unido.
La Operación “León Marino” felizmente no llegó a concretarse, siendo cancelada por Hitler el 17 de septiembre de 1940, un día después de haber recibido Churchill la dramática información de que no se contaban con más aviones de reserva para defenderse de los ataques de la Alemania nazi. En todos los bombardeos del enemigo murieron más de 48.000 civiles. Como corolario, sin el triunfo británico en la Batalla de Inglaterra, no hubiese sido posible siquiera soñar con el “Día-D”.
Continuaron cuatro largos, extenuantes años donde la expansión nazi no parecía detenerse, ahora en alianza con Italia y Japón. Estados Unidos se había mantenido al margen de esta brutal guerra hasta el ataque a Pearl Harbour cuando le declara la guerra al Eje. Llegamos entonces a fines de mayo de 1944 cuando se prepara la mayor ofensiva aérea y marítima en la historia de la humanidad.
El 6 de junio de 1944 las fuerzas aliadas compuestas por británicos, estadounidenses y canadienses desembarcaron en la costa de Normandía. Fue la primera etapa de la “Operación Overlord”, la invasión a Europa ocupada por los nazis constituyendo el inicio del fin del perverso régimen nacional-socialista y comenzando de esta manera, la cuenta regresiva del “fuhrer”. Recordemos que en la madrugada de esta histórica fecha, alrededor de 160.000 soldados Aliados habían llegado a las costas francesas a pesar del pésimo clima y las feroces defensas alemanas.
Once meses después del Día D, la II Guerra Mundial en Europa terminó el 8 de mayo de 1945. El curso de la historia cambió radicalmente: cayó el régimen nacional-socialista, responsable no sólo del Holocausto, sino complementariamente de la muerte de millones de civiles y soldados, tanto aliados como alemanes. El sueño de los 1.000 años del Tercer Reich se desplomaba día a día conforme avanzaban las “tropas de la libertad”. El primer hito trascendental fue la liberación de París el 28 de agosto de 1944, festejado con alegría desbordante en todo el mundo libre.
Sin embargo, y pese al esfuerzo del General Dwight Eisenhower, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, los soviéticos llegaron antes a la capital de Alemania, determinando la terrible división de esta República en dos Estados: uno, como el ave fénix, resurgió milagrosamente entre las cenizas gracias a la adopción de medidas liberales en lo político y en lo económico en tiempo récord, con el respaldo del “Plan Marshall”. La contraparte, fue el establecimiento de un régimen marxista que empobreció al sufrido pueblo germano en las penurias más siniestras, entre ellas, la persecución permanente por parte de la demoníaca policía secreta (Stasi) del bien supremo e irremplazable del ser humano: la libertad.
En este nuevo rompecabezas de la reconfiguración europea, y aprendiendo de las cruentas enseñanzas recibidas durante la II Guerra Mundial de no contar con un mecanismo integrador supranacional de seguridad colectiva en el viejo continente, nació el 5 de abril de 1949 la Organización del Tratado del Atlántico Norte para cubrir semejante falencia defensiva.
En este contexto, y respecto a nuestro país, a fines de la década del noventa, gracias al impulso del presidente Menem, Argentina accedió al status de “Aliado Extra-OTAN”. Con el objeto de lograr una mayor y completa integración, nuestro país ha presentado hace pocas semanas, además, la solicitud de ingresar como “Socio Global”.
Es importante resaltar el esfuerzo mancomunado que realizó el Ministerio de Defensa, apoyado por el Estado Mayor Conjunto, junto al trabajo impecable de nuestra Cancillería, para que en tiempo récord nuestra futura membresía fuera presentada en tiempo y forma en el Cuartel General de la OTAN en Bruselas. Cuando existen sólidos principios ideológicos, en este caso profundamente liberales, sumado a la determinación y firmeza para avanzar en un rumbo prefijado, las soluciones se logran efectivizar, superando los escollos circunstanciales que eventualmente se puedan presentar.
A ochenta años de la increíble invasión aliada en las costas de Normandía, hoy recordamos con tristeza manifiesta, pero con renovada esperanza, el legado de los miles de soldados que entregaron sus vidas en la eterna mañana del 6 de junio de 1944, porque las convicciones republicanas de las tropas Aliadas fueron un ejemplo que perdurará en las actuales y futuras generaciones. Lucharon y murieron para que el mundo siga gozando de los inconmensurables beneficios de la libertad. Por ello no los olvidemos nunca y hagamos votos para que su entrega heroica e incondicional vigorice nuestros esfuerzos para impedir que las ideas hoy caducas de la izquierda y de la extrema derecha, ambas posiciones ideológicas afines y similares, jamás vuelvan a inocular a nuestras sociedades democráticas con el virus totalitario de los enemigos del liberalismo.