
Hacia mediados del año 1983 los ciudadanos de nuestro país pedíamos el retorno del bien más preciado para entonces: la democracia. Dándose así las condiciones para la conclusión del momento más oscuro de la historia argentina como ha sido el gobierno surgido del golpe de estado cívico-militar del 24 de marzo de 1976. No siendo materia de análisis en este documento aquellos acontecimientos.
Llegado finales de octubre, hombres y mujeres; adultos, jóvenes y niños; se volcaron espontánea y pacíficamente a las calles de nuestras ciudades en un clima de esperanza y alegría. Se definía en la persona de Raúl Alfonsín un garante de un sistema de gobierno que asegure el respeto por los derechos humanos y denunciar ante la justicia civil a los responsables del terrorismo de estado durante el período trágico antes mencionado. El resultado de aquel sufragio fue la expresión mayoritaria de los argentinos, más allá de la diversidad de ideas que componían el universo de votantes en favor de la persona que proponía acabar con las sectas.
Era el momento donde el líder radical convocaba a votantes de todo el arco político e ideológico, socialistas, liberales, justicialistas, desarrollistas y comunistas. El triunfo de Alfonsín fue el fruto de visualizar en él a un persona honesta y con principios éticos y morales más allá de las coincidencias o disidencias con sus ideas.
Cuarenta años después, los argentinos estamos profundamente decepcionados por todas aquellas personas que gobernaron nuestra Nación, donde fruto de las prácticas corruptas, inmorales y criminales; han llevado a nuestros niños, jóvenes y adultos al hambre no porque falten alimentos sino porque sobra inmoralidad.
Nuestra sociedad dijo basta de corruptos grotescos o de guantes blancos, basta de inseguridad, basta de hambre, basta de analfabetismo, basta de hospitales desmantelados. Para ello fue necesario una persona que asuma el destino de la patria con coraje y cumpla durante su gestión lo enunciado en sus discursos, terminar con las castas.
A esta altura es evidente me refiero a la persona de Javier Milei y al grito desesperado de todos los argentinos por terminar con la corrupción. Lamento no haber votado a Milei, no creía en su persona. Soy del 25% de argentinos que preferimos no comprometernos con ninguno de los dos candidatos.
Hoy tenemos una segunda oportunidad en democracia, una persona que trabaja por su patria, con coraje y que cumple con su palabra. Las ideas siempre serán muy buenas cuando surgen de personas con esas virtudes, más allá de su definición ideológica. Hoy los argentinos no podemos ni debemos dejar de acompañar las necesidades políticas para la concreción del bien común, no hay tiempo, es hoy, es urgente. Dos personas ideológicamente en las antípodas, aunque ambas necesarias para liderar cada momento de nuestra historia. Con sinceridad y profunda esperanza.
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