
Si nos quedamos detenidos en lo que estamos viviendo por estos días, con la invasión de Rusia en Ucrania y el ataque de Hamas contra Israel, puede parecer un poco desubicado y ocioso hablar del futuro. Pero las crisis del presente solo se pueden resolver poniendo la mirada larga, las convergencias posibles, los entendimientos necesarios. Es lo que proponemos los futuristas, que, al estudiar el pasado y las tendencias del presente, empleamos la prospectiva estratégica para crear escenarios de futuros posibles que permitan reducir la incertidumbre, eliminar o atenuar las amenazas y riesgos, aprovechar las oportunidades y proponer un horizonte mejor y sostenible. En esto estamos plenamente de acuerdo y respaldamos lo que propone el Secretario General de las Naciones Unidas.
Toda guerra hipoteca el futuro de quienes la sufren directamente, pero también de la comunidad internacional en su conjunto. Con mayor razón ahora que en el mundo globalizado nada escapa a sus consecuencias. El actual escenario internacional justifica plenamente atender con urgencia al reiterado llamamiento del Secretario General de las Naciones Unidas a la comunidad internacional, a suscribir un Pacto por el Futuro, para superar las crisis del presente y las amenazas estratégicas y existenciales que pesan sobre la humanidad. Un pacto universal para la paz, la cooperación y el desarrollo, a construir desde hoy, para asumir colectivamente un cambio de rumbo.
Lejos de una lectura catastrofista, basado en evidencias indiscutibles y en la observación de la realidad, con la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el derecho internacional de su parte, Antonio Guterres parece muchas veces una voz que clama en el desierto de la indiferencia e inacción de los estados miembros. Lo hemos visto en estos días, en que se juega a fondo por contener la locura de la guerra en el Cercano Oriente, siendo objeto de tergiversaciones y amenazas, cuando está haciendo lo que le corresponde y apelando a la consecuencia de los Estados, que hace solo un mes, durante la 78ª Asamblea General, hicieron gala de una retórica políticamente correcta, pero que no está siendo honrada sino, incluso, contradicha con hechos contundentes.
Desde la 75ª Asamblea General, el 2020, hasta la 78ª celebrada este año, parecía que estábamos entrando en una etapa de mayor compromiso multilateral para enfrentar decididamente las amenazas estratégicas y existenciales, y construir un futuro de paz, desarrollo sostenible y cooperación. En efecto, en el 75º aniversario de la creación de la ONU, la Asamblea General fijó los parámetros, mandatando al Secretario General para presentar un informe y una agenda para entrar en esta nueva etapa. Guterres presentó el 2021 la propuesta “Nuestra Agenda Común”, con cuatro ejes: desarrollo sostenible y la acción climática más allá de 2030; una nueva agenda de paz; un Pacto Digital Global; y un acuerdo sobre la utilización sostenible y pacífica del espacio ultraterrestre. Y tres hitos para los años siguientes: una cumbre sobre la transformación de la educación; una cumbre social; y una cumbre sobre el futuro, asegurando el cumplimiento de la Agenda 2030.

Para la Cumbre del Futuro, a celebrar en septiembre de 2024, en cuya preparación ya se está trabajando, se propone celebrar un “Pacto por el Futuro”, que sea un efectivo compromiso de los estados miembros con las nuevas generaciones. El Pacto, según decisión adoptada en la reciente reunión ministerial, debería abarcar cinco grupos de temas: Desarrollo Sostenible y Financiamiento para el Desarrollo; Paz y Seguridad Internacionales; Ciencia, Tecnología, Innovación y Cooperación Digital; Juventud y Generaciones Futuras; Transformación de la Gobernanza Global. Esto último tiene que ver claramente con la reforma de la ONU, unas Naciones Unidas 2.0, como lo llama Guterres, un nuevo Consejo de Seguridad que pueda incidir en la prevención o contención de las guerras, también con nuevos temas, y una capacidad ampliada para apoyar a los estados en la gobernanza anticipatoria en temas cruciales emergentes.
En este marco, la propuesta para el Pacto por el Futuro comprende una nueva agenda para la paz que revitalice la seguridad colectiva, junto con un sistema financiero inclusivo, decisiones políticas sustentadas en indicadores económicos multidimensionales y no solamente en el PIB, gestión de los beneficios y riesgos del desarrollo digital y tecnológico, en especial de la Inteligencia Artificial, códigos de conducta en materia de información, protocolos para gestionar eficazmente las crisis globales, cooperación más estrecha en el espacio ultraterrestre, transformación de los sistemas educativos, inclusión de los jóvenes en la toma de decisiones globales, salvaguardando y defendiendo los derechos de las generaciones futuras. Y todo ello con una ONU 2.0, mejor equipada para apoyar a los Estados miembros, mediante el uso de datos, herramientas digitales, innovación, prospectiva y ciencias del comportamiento.
El compromiso en principio existe, fue oficializado por los jefes de estado y de gobierno este año. Pero habrá que ver si se mantiene la voluntad política para suscribirlo. La lógica indica que precisamente ahora con mayor razón deberíamos hacerlo. En palabras de Guterres, se trata de una oportunidad única, tal vez la última, para, “reafirmando la Carta de las Naciones Unidas, revitalizar el multilateralismo, impulsar la implementación de los compromisos existentes, y acordar soluciones a nuevos desafíos”.
En mi opinión, este Pacto debería tener la misma fuerza moral y política, y la claridad estratégica, con que se suscribió la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración de los Derechos Humanos después de la II Guerra Mundial. Las situaciones no son idénticas, pero sí de igual dramatismo y urgencia, y ante estas coyunturas existenciales, solo caben compromisos de este nivel. Por lo demás, de una crisis existencial nadie se salvaría.
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