Juntos por el Cambio: la campaña del despecho

Tanto las intervenciones en programas de opinión de sus candidatos como la actividad de sus simpatizantes en redes sociales responden a un impulso emotivo

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Juntos por el Camabio REUTERS/Agustin Marcarian
Juntos por el Camabio REUTERS/Agustin Marcarian

En esta campaña electoral los análisis han hecho foco sobre las emociones implicadas en las preferencias de los votantes. El interés principal, como es notorio, ha estado centrado en el fenómeno novedoso de las PASO: la (aparente) preferencia del voto bronca por Javier Milei. Sería un error pensar que las emociones son patrimonio exclusivo de los votantes de La Libertad Avanza. La fórmula de Juntos por el Cambio se presenta como la propuesta electoral más racional y razonable, menos teñida de sentimientos intensos y pasiones irreflexivas. ¿Es esto cierto?

Para entender el estado anímico de la fuerza que hoy lidera Patricia Bullrich hay que retrotraerse a las aciagas jornadas electorales de 2019. El sector político que entonces respondía al nombre de Cambiemos transitó aquellos días con emociones fuertes, encontradas. Después de la sorpresa de la demoledora derrota en las PASO, Cambiemos se ilusionó con una remontada en primera vuelta que le permitiera llegar al balotaje. La remontada fue espectacular, pero no alcanzó.

Macri, responsable de la derrota, debió dar un paso al costado, al menos temporalmente. El liderazgo del espacio político quedó vacante, con dos aspirantes serios para ocuparlo: por un lado el radicalismo, ilusionado con poder salir del rol subordinado dentro de la coalición e imponer una fórmula presidencial para 2023. Por el otro, Horacio Rodríguez Larreta, que resistía a pie firme la ola del Frente de Todos en el bastión del PRO, la Ciudad de Buenos Aires.

Tanto los radicales como Larreta se encontraban en el espacio dentro de la coalición que podía denominarse moderado. Ninguno de ellos alentaba ni pretendía liderar una transformación sustancial del país, en razón de que compartían el diagnóstico de que sus problemas no son estructurales, sino de gestión. Sus disidencias con Macri iban en esa línea: un esquema demasiado confrontativo para los intereses del establishment que indirectamente representaban.

Del lado de la militancia y los simpatizantes de Cambiemos, lo que se demandaba de Macri era justo lo opuesto. Un programa más decidido y agresivo en materia de reformas, ajuste y desregulaciones. Probablemente las circunstancias políticas y la masa crítica de poder necesario para llevarlo a cabo no habían sido suficientes. Pero lo que había que corregir eran los medios, no los fines.

La reconfiguración de las fuerzas opositoras fue alterada sustancialmente por la pandemia. En ese contexto de incertidumbre inicial era inevitable que se alinearan con el gobierno.

Pero conforme pasaba el tiempo y se prolongaba la emergencia, empezaban a surgir asuntos que demandaban una acción política y una posición diferenciada: la violación de derechos fundamentales por parte de las Fuerzas de Seguridad, la adquisición y gestión de las vacunas y la implementación de la emergencia sanitaria, la prolongación del cierre de escuelas y establecimientos educativos, el impacto social y económico de las medidas de restricción, la observancia de las disposiciones de aislamiento por parte de las propias autoridades.

La mayoría de todos estos asuntos fue investigada y denunciada por el periodismo. Los sucesivos escándalos movilizaron relativamente a las fuerzas de la oposición. Una parte importante de la población experimentó una sensación de desamparo por parte del sector político que debía pedir cuentas y eventualmente oponerse a un muy insatisfactorio desempeño del gobierno.

Cabe preguntarse si la oposición entendió su rol fundamental en un contexto de expansión irrestricta de los poderes del Estado. Después de aplicarlas en bloque y de forma acrítica, Rodríguez Larreta fue separándose progresivamente de las medidas del gobierno nacional. Otro tanto hizo el gobierno de Mendoza, también integrante de Cambiemos. Ambos gobiernos sufrieron las penalizaciones financieras por parte del Gobierno Nacional.

Una vez pasada la emergencia sanitaria, el país comenzó a preocuparse por su emergencia habitual: la economía. Mientras el Gobierno Nacional manejaba la crisis de la deuda y la inflación con las limitaciones electoralistas que caracterizan a casi toda la experiencia peronista, conseguía la adhesión de la oposición en las medidas que requerían aprobación legislativa a través de dos sencillos mecanismos de chantaje: recordar su corresponsabilidad en la deuda con el FMI y promover iniciativas que no podían no secundar en razón de su aparente popularidad.

La oposición, por su parte, confiaba en que el desastroso impacto social de la política económica y los crecientes niveles de descontento en la población bastarían para obtener un resultado favorable en las legislativas. Más que activar un discurso opositor fuerte, lo que había que hacer era esperar debajo del árbol a recoger los frutos. Se decía entonces que el peronismo debía completar la gestión para terminar de destruirse.

Lo cierto es que esa política moderada y de acompañamiento no reflejaba ni la voluntad política de la militancia de Cambiemos ni el humor de quienes se resentían cada vez más de la gestión de Alberto Fernández. Unos esperaban una actitud de oposición más activa y decidida. Otros encontraban en Javier Milei una articulación formal a su insatisfacción.

Las legislativas de 2021 arrojaron resultados negativos para el Gobierno, aunque estuvo lejos de la paliza que esperaba. En adelante empezaron los aprestamientos para la contienda presidencial. Mientras que los principales dirigentes dentro de Juntos por el Cambio -el radicalismo y Larreta- buscaban dejar atrás el liderazgo reticente de Macri e imponer un discurso de acuerdo y moderación, las bases esperaban un regreso del conductor, con un impulso más decidido en términos de conflicto y cambio. Por otro lado, subestimaron una posible candidatura presidencial de Javier Milei como expresión del descontento. También prefirieron pensar que sólo le restaba votos al peronismo.

La disputa sobre el liderazgo en Juntos por el Cambio atravesó todo el año 2022 y parte del 2023, sin modificar sustancialmente la actitud pasiva y complaciente con un Gobierno que se caía a pedazos. Al principio se planteó como una lucha a tres bandas: Larreta, el radicalismo y Macri.

El macrismo no pudo contar con Macri. Consciente de su techo electoral (o por otras razones) declinó su candidatura y prefirió apoyar a Patricia Bullrich, una dirigente política de segunda línea con un largo itinerario por diversas fuerzas políticas, que consiguiera notoriedad en su paso por el Ministerio de Seguridad. La legitimidad de Bullrich es delegada, no propia. Su candidatura fue la respuesta de las bases de Juntos por el Cambio a la coalición de Larreta y el radicalismo, el acuerdo de cúpulas y el establishment. Pero en lo esencial, los dirigentes que la secundan no difieren ideológicamente de los equipos de Larreta.

La disputa Larreta-Bullrich no fue resuelta puertas adentro, sino que se dirimió públicamente en las PASO. La campaña fue limpia y correcta, pero supuso un desgaste y una exposición pública ante otras candidaturas que se presentaron a las elecciones sin contendientes de peso o directamente con una única fórmula.

El resultado de las PASO ha puesto a Juntos por el Cambio en una coyuntura delicada: creyó que poseía el monopolio del discurso del cambio y la titularidad de la alternativa política al oficialismo. Nada de eso se desprende de las preferencias de los electores. Disidencias programáticas, pasividad, colaboracionismo y disputas por el liderazgo han relativizado su posición dominante en la oposición.

H.G. Wells ilustró la victoria de los bolcheviques en la Rusia revolucionaria de la siguiente manera: “Jugaban flojamente con una pelota llamada Revolución. Un grupo de muchachos más rápidos que ellos se la quitó y marcó el punto”.

La reacción primaria de Juntos por el Cambio ha estado signada por el despecho: “¿después de todo lo que hemos hecho por ustedes nos pagan así?” Han emprendido el ataque principal contra La Libertad Avanza, poniendo en evidencia las contradicciones de Milei, insultando a sus votantes y burlándose de ellos. Tanto las intervenciones en programas de opinión de sus candidatos como la actividad de sus simpatizantes en Twitter (ahora X: una elocuente caja de resonancia) responden a ese impulso emotivo. Los estrategas de campaña han detectado el error. Hay que ver si recuperan a tiempo la racionalidad y el equilibrio de los que tanto se jactan.