La felicidad no va a rendirse

El piso de alegría logrado por el triunfo en el Mundial requerirá continuidades en otros aspectos

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Es muy probable que los que hoy se sienten bien en virtud del triunfo deportivo, pretendan lo mismo en su cotidianeidad, y quieran vivir lo mismo en relación con su salario, su seguridad, su salud, sus derechos
Es muy probable que los que hoy se sienten bien en virtud del triunfo deportivo, pretendan lo mismo en su cotidianeidad, y quieran vivir lo mismo en relación con su salario, su seguridad, su salud, sus derechos

Se puso en valor mediático, y tal vez con asidero en elucubraciones reales, que el triunfo deportivo en la Copa Mundial FIFA beneficiaría al oficialismo.

Una lógica ramplona, que no puso en duda esta posibilidad, fue tomada como cierta por periodistas, políticos, analistas y encuestadores que fatigaron letras de molde y declaraciones sobre este tema.

Nadie tuvo la osadía de plantear lo contrario. De arriesgar que salir campeones no preveía mejores tiempos para quienes gobiernan.

Nadie aventuró la idea de que salir campeones del mundo y el efecto que eso provoca en las sensibilidades populares puede ser, en verdad, contraproducente para los oficialismos.

Y eso que hubo muestras y antecedentes concretos, durante más de veinte días donde se iba forjando, partido a partido, un silvestre e inorgánico Movimiento de Felicidad Nacional que impregnó de una habitualidad cultural distinta las calles de todo el país y modificó el andar y sentir cotidiano de millones y millones de argentinas y argentinos, atravesando edades, condiciones sociales, visiones ideológicas e identidades políticas.

Eran señales que debieran haber puesto en alerta a más de uno.

Eran datos sobre un asalto de millones de argentinos que desde postergaciones sociales y económicas tomaban inéditas cuotas de alegría de las cuales venían careciendo hace mucho tiempo.

Gente humilde que ponía sus ahorros en comprar camisetas de la Selección y lograr efectos de pertenencia común entre los miles que por las calles y con igual vestimenta sonreían y cantaban en virtud de estar viviendo ese proceso de incorporación de cuotas felices que habían olvidado, y que hoy, merced a una inédita conformación de unidad nacida al influjo de lo que ocurría en Catar, recuperaban.

¿Y por qué planteo que esto no es bueno para los oficialismos, en tiempos de crisis y de malandanzas económicas?

Porque entiendo que, desde lo consciente y como zoon politikon, los humanos que llegaron a este “piso de alegría” incorporado en virtud de ganar la copa, no van a querer volver a infelicidades recientes.

Esa beatitud deportiva que engloba lo social y cultural y se mostró y verificó en millones de sonrisas, abrazos, saltos, marchas, concentraciones, cánticos y otras expresiones de regocijo popular y masivo, requerirá como organismo vivo en cada persona, cierta continuidad.

Y desde lo orgánico, el llamado “cuarteto de la felicidad” (serotonina, oxitocina, dopamina y endorfina) que componen las hormonas químicas naturales que se involucran en procesos biológicos en cada persona y hacen andar los sentimientos de felicidad, no van a rendirse.

Wilhelm Reich, médico psicoanalista austriaco de fuerte presencia en los años 1930/50, consideraba que el dominio de una clase social sobre otra necesita que la mayor parte de la población sufra una atrofia en su vida sexual, pues eso garantiza a las clases dominantes la existencia de individuos pasivos que acaten la autoridad sin cuestionamientos, e identificaba esa represión sobre la vida sexual en evitar que se tengan orgasmos, ya que ese momento de delectación y libertad, hacía que trabajadora/es quisieran sentir lo mismo más allá del sexo y en su vida total, y los llevaba a luchar por mejores condiciones laborales que le garanticen cierta placidez similar.

Acá no es el sexo el disparador de alborozos, y ni siquiera es el triunfo futbolístico final, sino que son los 20 días previos, de mutación en el paisaje social argentino.

La felicidad es una construcción social, pero también un proceso biológico y al juntarse conforman un poderoso incentivo en el deseo de que la felicidad continúe.

Y, como campeonatos mundiales no habrá hasta dentro de cuatro años, es muy probable que los que hoy se sienten bien en virtud del triunfo deportivo, pretendan lo mismo en su cotidianeidad hasta ayer lamentable y sin sonrisas, y quieran vivir lo mismo en relación con su salario, su seguridad, su salud, sus derechos.

Y esos reclamos solos se hacen ante los gobiernos. Y en esta etapa argentina de estrechez, escasez y penurias, si un pueblo sale a defender su felicidad, lograda no importa cómo, se complica la situación para los poderes institucionales.

Y como dato vale recordar que, en abril de 1979, menos de un año después de ganar la Copa Mundial en Argentina 1978, comenzó la debilidad de la dictadura con la gloriosa huelga que fue el primer paro nacional contra los criminales del Proceso.

Y en 1987, a un año de ganar el Mundial en México, el gobierno de turno perdió las elecciones.

O sea, en ambos casos y con distintos motivos y escenarios (incomparable la dictadura con cualquier mal momento de gobiernos democráticos) los pueblos quizá guardaban todavía en su cuerpo y en su mente la necesidad de seguir teniendo esas alegrías que había vivido en virtud de las victorias deportivas y se alzaban, unos en las calles y en las fábricas, otros en las urnas, contra lo que consideraban frenos a su felicidad.

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