La Selección solidaria de Messi contrasta con la fracturada política argentina

El equipo de Scaloni intenta llegar a la final de Qatar liderado por su capitán, y con un equipo que lo sostiene. Todo lo contrario de lo que hacen Cristina, el Gobierno y una oposición fragmentada

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El "Topo" Gigio de Messi a Van Gaal (Getty Images)
El "Topo" Gigio de Messi a Van Gaal (Getty Images)

En estas horas emocionales, es bueno escapar un minuto de la mirada argentina. Descansar un poco de la autoreferencia.

“Ha costado, pero a los 35 años se está viendo al Messi más argentino que nunca antes se haya reconocido sobre un terreno de juego. Canta, salta y es guerrero, que se lo pregunten sino a Louis van Gaal”.

“De 2014 a 2022. De una final de Mundial a estar a las puertas de otra. Otro Messi y otra Argentina en comunión, no como aquel equipo y aquel país que esperaban que Leo lo solucionara todo. Así se estrellaron ante Alemania en Maracaná. Y en Maracaná, precisamente, se espantaron aquellos fantasmas hace año y medio cuando ‘La Albiceleste’ ganó a Brasil la Copa América”.

“Algo se desató en Messi y Argentina desde entonces no ha dejado de remar junta. Vive en una burbuja que todos procuran que no se pinche. Una burbuja en la que Lionel es tan trascendental como en los mejores años de su carrera, ahora en su ‘último baile’. Y si alguien toca a Messi, tocan a todos”.

La descripción, con la buena prosa del periodismo deportivo español, la escribe Jorge Pacheco. El título, “No le hables a Messi; el culto de Argentina para proteger al 10″, sobresale en el website El Español, el que fundó el legendario Pedro J. Ramírez cuando dejó la redacción de El Mundo. Es un texto caliente, escrito después del sufrido triunfo por penales que la Selección consumó ante Países Bajos. Y habla de una Argentina distinta.

Habla del líder y del equipo, el que surge para sostenerlo a Messi cuando el crack de 35 años se toma un respiro. Habla del genial “Dibu” Martínez, de esa especie de guardaespaldas futbolero que es Rodrigo De Paul y del renacido Lautaro Martínez.

“Otro Messi y otra Argentina en comunión”, refuerza el periodista. Y diferencia las selecciones del 2014 y esta de Qatar. Aquella lo esperaba todo del líder. Esta, de veteranos y de jóvenes que ya lo idolatraban cuando eran niños, va en su auxilio cuando las circunstancias lo exigen. Y hasta ahora ha funcionado.

“No le hables a Messi”, es la frase que el simpático Kun Agüero le escupió en inglés al holandés Wout Weghorst, quien insistía en saber porqué el crack argentino le dedicaba un desconocido vocablo que sonaba a “bobo”. Retirado anticipadamente del fútbol por un riesgo cardíaco y convertido en estrella de la red Twich, Agüero se sumó como veterano al equipo solidario con su líder. “Algo se desató en Messi y Argentina, y desde entonces no dejan de remar juntos”, advierte sagaz el columnista español.

La Selección de Messi y de Scaloni se ha ubicado entre los cuatro mejores equipos del planeta y su valor más destacado en la solidaridad. Una característica que hace mucho tiempo ha desaparecido de la política argentina. La solidaridad sobrevive en muchos rincones anónimos de la sociedad argentina, azotada por la inflación y por la pobreza. Pero se fue extinguiendo en los lugares donde se ejerce el poder. Los resultados están a la vista.

Solo hay que echarle una mirada a los episodios de estos días. Al stand up a los gritos de Cristina después de que un Tribunal de Justicia la condenara a seis años de prisión y a la inhabilitación perpetua por los contratos solidarios entre la familia Kirchner, algunos funcionarios obedientes y el emprendedor multitasking Lázaro Báez. Una solidaridad que los convirtió a todos ellos en millonarios. La perversa solidaridad de la corrupción.

Tampoco hay solidaridad en la interna salvaje del Frente de Todos. Allí está Cristina quejándose ante sus dirigentes más cercanos porque no salen a defenderla como ella quisiera, ni a proponerse como candidatos ante la sociedad con la credibilidad que ella quisiera que tengan. Siente que los planetas ya no giran a su alrededor como lo hicieron durante una década y media.

Hasta Alberto Fernández se atreve a sacarla un poco de quicio con sus declaraciones públicas. “Este gobierno también es el gobierno de Cristina”, le responde el Presidente a Jorge Fontevecchia en el diario Perfil. Nada puede hacerle más daño a la Vicepresidenta que recordarle lo que es: una socia solidaria de una administración que solo muestra indicadores espantosos.

Allí está el ministro Sergio Massa, intentando estabilizar al barco con la ayuda expectante del FMI y de sus buenos contactos en los Estados Unidos. Una rueda de auxilio imperialista que Cristina y el kirchnerismo prefieren soportar como sino existiera. Porque saben que la alternativa es una explosión económica y financiera con final imprevisible. Por eso, Massa sigue adelante con lo poco que tiene a mano. En estas horas, amenaza con el intercambio de información fiscal con EE.UU. para lograr que lleguen algunos dólares de argentinos en el exterior. Un blanqueo más y van.

Ahora que Cristina ha puesto en duda sus candidaturas. Ahora que dice que no va a postularse para presidenta ni a senadora para refugiarse en los fueros parlamentarios, en el peronismo empiezan a lamentarse de no haber construído una alternativa a este kirchnerismo barranca abajo. “Los nervios la hicieron irse de boca a la Jefa; se apuró y habló de más”, es la reflexión que hace un camporista preocupado. Sin Cristina, parecen una cáscara de nuez en  mar embravecido. Ni Kicillof, ni Wado, ni Máximo. Temen quedarse sin rumbo como las monarquías sin herederos.

Fuera de la burbuja kirchnerista, que Cristina agita pero que ya no alcanza la efervescencia de otros tiempos, el resto intenta sacarle lustre a sus proyectos sin demasiadas expectativas. Massa juega una carrera  descalzo contra la inflación, que esta semana volverá a registrar un noviembre cercano al 6%. Daniel Scioli manda mesajes de fe y de esperanza por whatsapp desde Brasilia, y hay un grupito que le enciende velas peronistas a la resurrección del poskirchnerismo. Un milagro que nunca sucedió.

Detrás de esa misa pagana están el gobernador Juan Schiaretti; el diputado Florencia Randazzo, el ex gobernador Juan Manuel Urtubey y el economista Diego Bossio, entre otros que apuestan al eclipse de Cristina. Y hasta allí llegan las ofertas del peronismo, un supermercado que alimenta al poder en la Argentina desde hace 70 años, pero que parece haber agotado sus provisiones.

Larreta y Bullrich en EE.UU; Macri en Qatar

Si la solidaridad es una moneda inexistente en el peronismo, la situación no está demasiado mejor en la oposición. A menos de un año de la elección presidencial, la sobreoferta de candidatos complica a Juntos por el Cambio. Además de los proyectos de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, el PRO debe resolver el enigma de Mauricio Macri, quien dejó su futuro en suspenso mientras dure el sueño de Messi y la Selección.

En un pasillo VIP qatarí, un periodista español del diario Marca le preguntó a Macri si prefería que Messi fuera campeón del mundo o volver a ser candidato presidencial. La respuesta, aunque obvia (“Prefiero a Messi campeón que ser presidente de nuevo”), no despejó la duda flotante. Hasta marzo, el ex presidente evaluará las encuestas para comprobar si su imagen negativa deja de ser tan alta casi como la de los dirigentes kirchneristas con peor imagen. Deberá decidir entre pasar a ser protagonista electoral o influyente en el gobierno futuro.

Horacio Rodríguez Larreta no pudo ver a la Selección en Doha, pero tampoco la pasó mal ante Países Bajos. Siguió el infartante partido junto a unos trescientos latinos (la mayoría argentinos) en un restaurante bar del barrio Union Market, en Washington, llamado “Luna de Buenos Aires”. Junto al secretario de Relaciones Internacionales de la Ciudad, Fernando Straface, acababan de reunirse en la Casa Blanca con Juan González, el asesor de Joe Biden para América Latina, buen amigo de Massa y funcionario clave de la política estadounidense para la región.

Aunque Rodríguez Larreta prefiere conservar la discreción hasta febrero, el de esta semana a Washington fue un viaje de candidato presidencial. Se entrevistó con Brian Nichols y con José Fernández en el Departamento de Estado; con senadores y diputados demócratas y republicanos en el Capitolio, y con empresarios y lobbistas en la Cámara de Comercio de EE.UU., en el Consejo de las Americas y en el Inter American Dialogue.

El Jefe de la Ciudad se llevó tres impresiones principales, todas relacionadas con la economía, la política exterior y con China.

- Al igual que el FMI, EE.UU. se resignó a que Argentina ya no hará reformas estructurales de la economía durante el actual gobierno. La mochila quedará para los próximos. La expectativa es que lleguen, como sea, a las elecciones.

- No habrá ningún impedimento para que la Argentina mantenga relaciones comerciales con China, pero sigue la preocupación en torno a la competencia por el mercado 5G y el acceso chino a la información digital de Occidente.

- En EE.UU. consideran que, pese a la situación desastrosa de la economía, Argentina volverá a tener una oportunidad de posicionarse en términos más competitivos por la situación futura del mercado de granos, la demanda energética de gas y de litio, y por el crecimiento de los servicios digitales.

Seguramente, Patricia Bullrich se llevará impresiones parecidas en su viaje Miami de esta semana próxima, aunque concentrará sus reuniones con expertos del sector de Defensa, y referentes de la Seguridad, un área que conoce bien desde su experiencia como ministra en el gobierno de Macri. Ella también se lanzará a darle más volumen a su campaña durante el verano, con recorridas en la costa y en otros centros veraniegos argentinos.

En sus contactos estadounidenses, Rodríguez Larreta y Bullrich también se enfrentan a una duda sutil, que subyace detrás de los comentarios de sus anfitriones. ¿Qué va a pasar con Cristina? ¿El peronismo va hacia una evolución moderada, a lo Massa o a lo Scioli? ¿O se va a radicalizar en defensa de la Vicepresidenta condenada? No hay respuesta a esos interrogantes desde el exterior. No solo porque no quieren revelarlo. Sino, básicamente, porque no lo saben. El peronismo sigue siendo una incógnita.

También han elegido el mes de marzo para definir su destino los radicales. Gerardo Morales y Facundo Manes se cruzaron durante un acto de campaña en Formosa y acordaron hacer una interna con el padrón partidario, más una convocatoria a votantes independientes. Los dos quieren que la UCR tenga un candidato presidencial elegido en internas para no ser el furgón de cola del PRO como en aquellas elecciones de 2015.

Manes profundizará su estrategia de promover su perfil de outsider de las ciencias, de atacar siempre a Macri y de tratar a Rodríguez Larreta o a Bullrich de “Albertos de Mauricio” para tratar de desgastarlos. Morales, en cambio, apostará a la moderación, a mostrar su gestión en Jujuy y a confiar en sus alianzas con dirigentes radicales para aprovechar al máximo el voto histórico partidario en muchos pueblos del país.

En el PRO o en la UCR, las estrategias son personalistas. No hay vestigios de apuestas solidarias. Nadie espera que, como la Selección, el equipo vaya en auxilio del líder. Algo así le sucede a Javier Milei, quien no ha podido sostener siquiera los acuerdos de hace un año con su ex socio electoral, José Luis Espert.

Los argentinos, en tanto, esperan que el sueño del fútbol continúe hasta el domingo y que Messi logre por fin ese Mundial que se le ha negado en los cuatro intentos anteriores. Parece más cerca ahora, porque el equipo va detrás de su figura global y lo sostiene cuando el genio no alcanza para obtener la victoria. Una experiencia tonificante para el individualismo nacional.

Cristina, Alberto, Massa, Macri y el resto tendrán que observar bien ese fenómeno que está sucediendo delante de sus narices, cuando la nube adormecedora de Qatar se termine.

Después de la borrachera hermosa del fútbol, volverán a estar allí la inflación, los vaivenes del dólar y la pobreza creciente. Ya que está comprobado que ninguno de ellos es Messi, tendrán que probar con la estrategia de equipo. Con la solidaridad como herramienta para detener la decadencia que el sábado pasado cumplió 39 años en democracia.

Y que el año próximo cumplirá cuatro décadas. Tiempo suficiente para darse cuenta porque el país de Messi, y el de tantos otros talentos argentinos, continúa sin encontrar la respuesta a esa loca insistencia de tomar siempre por el camino equivocado.