
El ballotage dejó una nueva marca en Brasil. En uno de los escenarios mas polarizados de la historia, Lula da Silva (Partido de los trabajadores – PT) se impuso por una mínima diferencia a Jair Bolsonaro y volverá al poder. La estrechez de los números dice que, con el 99,99 por ciento de los votos escrutados, el ex mandatario obtuvo el 50,90 frente al 49,10 por ciento de Bolsonaro.
Lo que confirma la elección de Brasil es la décima contienda presidencial en América Latina, desde el inicio de la pandemia, donde pierden de manera consecutiva los oficialismos. A estas alturas, no tienen ningún sentido hacer un encuadre ideológico, cada vez es más claro que la sociedad no vota de esa manera. La era de la inmediatez, donde todo se torna líquido y abrupto, le recuerda a la pandemia. La evocación de los tapabocas y el encierro que complicó la economía de millones se hace demasiado presente en la figura de algunos líderes.
Lula supo interpretar las demanadas sociales de millones de brasileños expresada a través de la cancelación de futuro. Pero lo más importante es que supo capitalizarla.
<b>¿Cuál será el rumbo?: ganar gobernabilidad no es ganar elecciones</b>
En la noche del triunfo de la primera vuelta, Lula flexibilizó su narrativa y empezó a pensar en gobernar.
Desde allí, apeló a un trabajo realizado en equipo, poniendo énfasis en un relato basado en la humildad, en la capacidad de gobierno (sustentada en su esperiencia), y en la necesidad de constituirse como el protector de una porción poblacional que, con Bolsonaro, vió disminuídas sus posibilidades.

Ahora llega otro tiempo, donde el líder del PT deberá terminar de convencer a quienes confiaron en él (y también a quienes no lo eligieron) trabajando en su identidad y en el refuerzo de valores como el patriotismo y la lucha contra la corrupción.
Es claro obtener un triunfo electoral no tiene nada que ver con afianzar la gobernabilidad y la *COMUNICACIÓN DE GOBIERNO*. A un 35 por ciento de la sociedad no le importa lo que diga Lula, ellos van a estar en la “vereda de enfrente”. Entonces, asoma el primer gran desafío para Lula, que es captar a ese 15 por ciento que conforma, en suma, la base electoral de Jair Bolsonaro. Deberá flexibilizar su postura en distintos temas, por ejemplo focalizarse en atacar la corrupción policial pero ya no atacar a los policías en términos de institución, solo por apelar a un tema que se constituyó como clave durante la campaña.
Jair Bolsonaro hizo una muy buena campaña en segunda vuelta. Veamos. De cada 10 brasileros que no habían votado ni a Jair ni a Lula, estos nuevos votantes de la polarización, votaron 7 a 3 a favor de Bolsonaro. La diferencia del líder del PT en la primera vuelta había sido de seis millones de votos y ahora no llegó a los 2 millones. Eso también se representa en los atributos positivos que la gente imputó a Bolsonaro y que rodeaban al aún presidente de Brasil: sinceridad, honestidad, la lucha contra la corrupción y el patriotismo.

<b>Polarizados</b>
Un detalle más: las etiquetas negativas se están convirtiendo en una constante en las campañas electorales de nuestro continente y de Europa con respecto a nuestro país. Ocurrió en España con respecto a los dichos de una legisladora sobre el Peronismo y volvió a ocurrir en Brasil, donde el hijo de Bolsonaro hizo campaña contando pesos Argentinos sobre una mesa, sosteniendo que Brasil terminaría igual. Lo que es real es que eso no repercute en la sociedad Argentina, son estrategias de campaña de otros países. Aquí, en nuestro país, todavía no está conformado ni siquiera el tablero de cara al año próximo.
Sin embargo, sí podemos ir pensando en gestos, en la rentabilidad electoral que cada figura hace del caso Brasil y en los eventuales consensos que se vayan produciendo, con la intención de empezar a comprender el formato de voto 2023.
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