
Vivimos en un mundo lleno de contradicciones y contrastes. Eso nos llena de confusión y de inseguridad porque no sabemos dónde estamos ubicados. En palabras de Jorge Noro, todo gira a nuestro alrededor y nosotros mismos giramos en el torbellino. Hemos perdido la estabilidad, la consistencia de nuestras convicciones y las referencias. Deambulamos tratando de definir el rumbo sin un mapa confiable que nos guíe frente a los múltiples senderos que se bifurcan.
En este contexto, la semana pasada, dos mujeres expusieron sus vidas en las redes sociales culpándose una a la otra. Una de ellas lanzó la primera piedra imputando a la otra de “cargarse a su familia” y robarle el marido. La otra, sin tardar, le respondió que había sido engañada por ese hombre en cuestión, mostrando su inexperiencia y su vulnerabilidad. Mientras tanto, el silencio sórdido del varón deja mucho que desear.
Los medios de comunicación se hicieron eco rápidamente y nos mostraban el minuto a minuto de la lucha en el barro. Pero también la sociedad toda criticó y etiquetó a estas dos mujeres, se puso de un lado o del otro haciendo valer su opinión respecto del caso. Y de este modo, no sólo apareció una vez más, el patriarcado enraizado en la sociedad, sino también la misoginia para con ambas.
Nadie pone en duda que estamos en contra de los apedreos a las mujeres en Medio Oriente, pero allí estuvimos atacando salvajemente a una u otra en las redes. en una virtual y metafórica “lapidación”, lanzamos piedras contra “el reo” hasta intentar matarlo. Pareciera que la idea es hacerle perder fuerza, provocarle sufrimiento y, si es posible, la muerte simbólica.
Crucé a una de ellas en un aeropuerto hace dos años. De lejos, sin reconocerla, sólo vi una mamá que cargaba a dos de sus hijos, varias valijas y todos los bártulos que implica viajar con niños. Como mamá, me identifiqué con ella, incluso mi esposo la asistió cuando necesitó hacer fuerza para cargar las maletas. Una mujer común.
¿Qué es lo que realmente somos? No lo sabemos con certeza, en esta posmodernidad, nos fragmentamos en múltiples fachadas buscando el goce que se hace público y se exhibe en las redes sociales con un personaje que todos compran. En esta cultura de lo efímero, todo se hace fugaz y los personajes se agotan fácilmente; es por eso que todo el tiempo están provocando rupturas.
Me pregunto por los niños, no sólo los hijos de estas mujeres, quienes miran la noticia en redes o, algún día, leerán el caso en Internet, sino también por todos los chicos que escuchan acerca del tema. En los hogares, casi sin querer, la televisión está prendida mientras cocinamos o cenamos y su voz es escuchada por los más chicos. Por lo tanto, en familia, es necesario ser críticos, poner en palabras lo que se ve y se oye para no naturalizar miradas o posturas hegemónicas.
Seguimos reclamando la ESI en las escuelas, pero nuestros discursos y prácticas están alejados de una verdadera educación sexual integral, de la igualdad de derechos, de la plena autonomía corporal o la capacidad de tomar decisiones. Hace unos días, un portal nacional titulaba: “Wanda Nara se compró un vestido de 100 mil euros, en medio de su conflicto con Mauro Icardi: ‘Fue la venganza perfecta’”. Y se preguntaba con quién lo iba a usar ahora. La mirada machista no sólo de hombres, sino también de mujeres, sigue enquistada en lo que decimos y hacemos. Claramente, para este medio, la mujer es incapaz de comprarse ese vestido con lo que ella genera y, además, para usarlo necesitaría del héroe varón que la lleve a pasear.
La felicidad, al decir de Noro, generalmente asociada al éxito social y económico, al reconocimiento público, al poder; es sólo para algunos ese pequeño tiempo que debe ser explotado al máximo, ya que es la única manera de encontrar una efímera eternidad; y, a su vez, es lo que intenta calmar el vacío existencial con dispositivos provisorios que acallen los gritos interiores.
En una sociedad cruel y deshumanizada, necesitamos fomentar deseos de vida con proyectos que generen bienestar individual y colectivo porque de todo laberinto se sale por arriba.
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