El día que nació el peronismo

El movimiento murió con su fundador, el resto son deformaciones que utilizan su recuerdo para seducir votantes

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Obreros llegando a la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945
Obreros llegando a la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945

El peronismo nació ese día, cuando los humildes dieron su alarido, “descamisados” como uniforme del esfuerzo, “mal educados”, según la versión de los elegantes. Hubo quien los definió con amor como “el subsuelo de la patria sublevado” y del otro lado surgió la bronca y los llamaron “el aluvión zoológico”.

El tiempo pasa y las heridas no cicatrizan. Eran morochos con sangre de estas tierras junto a explotados de otras partes del mundo. Migrantes e inmigrantes, unidos por la bronca y el deseo de hacerse de una patria, de apropiarse de ella. Desde siempre hubo conquistadores que impusieron su visión de la vida y los hicieron súbditos. Clase baja, con algo de esclavos y bastante de dependientes. Los finos les imponían sus sofisticadas costumbres. Ellos no eran eso ni querían serlo.

Uno de ellos me dijo en mi juventud, “después de Perón y Evita nunca más tuve que bajar la vista frente al patrón y al policía”. Habían recibido la dignidad de los iguales.

Claro que los que intentaban educarlos se enojaron mucho y todavía no se les pasó. Podrían dar respuestas como “somos un poco originales, una raza, una cultura, una identidad, una forma de vida que tiene todo resuelto sin que ustedes nos tengan nada que enseñar”. Sin duda la expresión más definida de la conciencia nacional, pero no la única. Antes fueron los tiempos de Yrigoyen, con su liderazgo y sus silencios, el derecho al voto y también Alvear que para algunos expresaba una traición y para otros una síntesis.

El 17 de octubre de 1945 obreros, obreras, empleados y empleadas salieron a reclamar por la libertad del vicepresidente, secretario de Guerra y de Trabajo y Previsión, el coronel Juan Domingo Perón detenido pocos días antes
El 17 de octubre de 1945 obreros, obreras, empleados y empleadas salieron a reclamar por la libertad del vicepresidente, secretario de Guerra y de Trabajo y Previsión, el coronel Juan Domingo Perón detenido pocos días antes

Existió una década sin votos, algunos la denominaron “infame”, en rigor el poder económico y el político aún no lograban coincidir, la democracia nos quedaba grande. Un suceso como el tratado con Inglaterra y las guerras muestran diferentes miradas, surge por entonces un grupo de militares que termina generando un proceso electoral, el peronismo.

Con sus logros y su folklore, en su paradigma de tango y poesía, Cátulo Castillo, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo y en el cine Hugo del Carril y Leonardo Fabio dan imágen y testimonio de esa parte de la historia. Pero es el escritor Leopoldo Marechal sin dudas quien mejor describe el peronismo en “Megafón o la guerra” que será una de las más logradas narraciones de este período.

Perón duró diez años en el poder, luego serán diez y ocho de proscripción, prohibieron mencionarlo, asesinaron en nombre de la libertad. Arturo Frondizi y Arturo Illia también serán derrocados por sucesivos golpes de Estado. En su retorno al país Perón expresa su voluntad pacificadora.

La guerrilla en mi generación surgió con la ocupación de la universidad, aquella Noche de los Bastones Largos donde serán expulsados nuestros mejores científicos. El golpe del 66 implicaba una renuncia al desarrollo industrial junto a la misma democracia. La guerrilla se multiplicó entre nosotros de manera impensada. Perón no fue su gestor, sólo en su retorno necesitaba integrarlos a la democracia.

Fui testigo y parte de ese proceso. Los asesinatos de Trelew incitan a lo peor de la violencia, la guerrilla nunca entendió ni valoró la democracia. Reciben una enorme cuota de poder, gobiernan Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, San Luis, Santa Cruz, tienen ministros y legisladores, pero nunca tuvieron conducción, inteligencia ni talento para asumir su lugar y comprender la historia. Esa violencia guerrillera fue nefasta en democracia.

Lo peor es su reivindicación en versión “derechos humanos”, no tienen en cuenta que resulta tan imprescindible condenar las desapariciones como impedir que -como consecuencia- se valorice la violencia en democracia. El retorno de Perón tuvo todos los elementos para pacificar, desde su encuentro con sus viejos adversarios políticos hasta su posición acuerdista. Mezclar la violencia de su primera presidencia termina siendo tan absurdo como reivindicar los golpes de Estado o los bombardeos a la Plaza de Mayo. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

El peronismo murió con su fundador, el resto son deformaciones que utilizan su recuerdo para seducir votantes. La izquierda se hizo peronista por necesidad de inserción en lo popular, la derecha como privatizadora y destructora del Estado construido por todos los gobiernos. Desde la década del 30 hasta la última dictadura nuestra sociedad creció sustituyendo importaciones. Radicales, peronistas, liberales y golpistas no detuvieron ese rumbo. Desde la última dictadura, todos fuimos responsables de la caída, observando el empobrecimiento y la deuda se ve claramente que ningún gobierno puede argumentar verdadero crecimiento.

Dejamos de ser un país para convertirnos en una colonia, o al menos en un proyecto de intermediarios. Los grandes grupos económicos después de la privatización -o mejor dicho saqueo- del Estado son más poderosos que los partidos, ya vimos cómo el peronismo fue traicionado por Menem al convertirlo en derecha y por los Kirchner al degradarlo en izquierda. Era una expresión de la patria, más allá de negociados y revoluciones.

Hoy los que generaron la pobreza, la miseria y fugaron capitales nos vienen con el cuento del “populismo”, o más patético aún, “pobrismo”, no sea que tengan que hacerse cargo de la miseria que engendró su codicia. Es hora de recuperar un proyecto común, forjado entre adversarios que se respeten y no como ahora, entre enemigos que se denuncian. Por suerte el oficialismo perdió su mayoría, está obligado a dialogar y a negociar.

Nos debatimos entre dos fracasos, el presente y el pasado. Necesitamos un proyecto común que nos devuelva la esperanza individual y la dignidad colectiva. Ese es el único camino, no hay margen para oportunismos porque demasiados habitan en la desesperanza. La política es diálogo y propuesta, ambos son posibles, necesarios, imprescindibles. Hoy se confronta sobre quién administrará la miseria, logremos que la verdadera política enfrente el tema de fondo que es cómo salir de ella, cómo recuperar aquel país digno de ser vivido que hace ya cuarenta y cinco años abandonamos. Hay una sola salida y es forjar un proyecto común.

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