
El resultado de las elecciones ha generado un giro sustancial. La sociedad manifestó, a través de las urnas, que ya no se conforma con dádivas, ni falsas promesas, ni discursos vacíos, sino que pide a gritos libertad, igualdad y justicia.
Estos últimos dos años cambió todo, atravesados por una pandemia en la que sufrimos enormes pérdidas. Nos encontramos con nuestros miedos más profundos, revalorizamos lo que dábamos por hecho y nos vimos obligados a volver a empezar de cero y salir adelante. ¿Cómo no iban a cambiar las prioridades a la hora de votar?
Antes de las elecciones, el Gobierno Nacional intentó una vez más comprar la voluntad de millones de argentinos, utilizando un método viejo y conocido: aumentaron las partidas del Ministerio de Desarrollo Social en $139.000 millones de pesos. Un 54% más de lo estipulado inicialmente en el Presupuesto Nacional.
Nada de esto es nuevo, el kirchnerismo nos tiene acostumbrados a este tipo de maniobras. Ofrecen alivios temporales buscando sumar votos en vez de reconocer y corregir los problemas estructurales del país, subestimando y menospreciando a las personas. Buscan hacerles creer que solo ellos se preocupan por la gente, que solo van a ser felices y prosperar si ellos están en el poder, que los necesitan y que los otros partidos los odian o quieren destruirlos.
Es inadmisible. Debería darles vergüenza jugar tan perversamente con la necesidad del otro. Sin embargo, quienes ejercen el poder se olvidaron de algo: mientras ellos utilizaban la función pública para resguardar sus privilegios, en la Ciudad se gestionaba la emergencia de forma transparente, eficiente, seria y sin privilegios; que en sólo cuatro años de Cambiemos miles de personas vieron cómo asfaltaron sus calles, cómo llegaba la red de agua potable y de cloacas a sus casas, y cómo se terminaban las obras que se habían empezado en la gestión anterior y las posponían eternamente con negociados detrás. Pudieron tener una relación directa con el Estado, sin punteros, ni intermediarios.
Después de décadas de subestimación y autoritarismo, vieron que las cosas podían ser diferentes. Por primera vez en mucho tiempo, se los trató como ciudadanos con derechos y obligaciones, y no como esclavos de un sistema que los sometía. Entonces dijeron basta. Basta de subestimar, basta de usar, basta de condenar a la pobreza a la población y de naturalizar las carencias básicas. Esa fue la rebelión. Fue un grito de dignidad, de libertad para poder elegir a quienes quieran y sin miedo a perder, porque ya lo perdieron todo en esta pandemia.
Estamos viviendo el empuje de una ola de republicanismo que sorprende solo a aquel que no camina los barrios. Lo material ya no basta, los motivos detrás de cada voto son más profundos y están anclados en los valores. En La Matanza, bastión electoral del oficialismo, se consiguió un resultado histórico acortándose la brecha más de un 20% con respecto a los resultados del 2019. Se empieza a caer el mito de lo imposible, porque en el conurbano más profundo y olvidado también se empieza a votar pensando en la libertad.
El país se puso de pie el domingo. La provincia se levantó. La Patria Chica, La Matanza, se rebeló. Como dice Elisa Carrió, “la dignidad vence al poder”, y esta elección fue la demostración de la enorme fortaleza de un pueblo que dice basta, para empezar a construir un futuro diferente, donde no hay espacio para el abuso de poder, los privilegios, la violencia y la injusticia.
Hay voluntad, hay vocación de servicio y hay una sociedad que puede llevarlo a cabo desde el respeto por las instituciones, en defensa de la República y desde la no violencia. Podemos salir adelante juntos. Tenemos una enorme oportunidad como país, que no podemos dejar pasar.
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