
Según versiones periodísticas, Cristina Kirchner está estudiando economía leyendo a Marcelo Diamand. Si fuera así, ¿hay esperanza de que aprenda algo? No, pues leer a Diamand es leer a un ingeniero que fue el paradigma del anti-economista. Es leer a alguien que, por formación e intereses personales, desconoció los costos de la ineficiencia económica. Por el contrario, su teoría de que el gobierno debe darle a cada sector productivo la protección que necesita (esto es, el tipo de cambio efectivo que haga artificialmente rentable cualquier producción industrial), es la antítesis del concepto de eficiencia económica, esto es, del principio básico imprescindible para que una economía sea competitiva y productiva.
El desprecio por la eficiencia económica es el punto de partida para una valoración desmesurada del objetivo distributivo: si da lo mismo producir cualquier cosa (no importa la ineficiencia económica con que se la produzca), entonces manipulemos los precios relativos para abaratar los precios de los productos que producen los ricos y los pobres consumen; y encarezcamos los precios de los productos que producen los pobres y los ricos consumen. Las teorías de Diamand le caen a Cristina Kirchner como anillo al dedo para su relato populista.
Marcelo Diamand fue la expresión intelectualizada del desarrollismo vernáculo, ideas que tuvieron sus orígenes en la crisis del 30 con Prebish y Pinedo; se materializaron de una manera importante en el primer gobierno de Perón y alcanzaron su máxima expresión con el modelo autárquico de Frigerio y Frondizi. La industria protegida encontró en Diamand el mayor defensor intelectual de sus intereses. Productor de las radios Tonomac, en los 70 durante el gobierno militar recorría los pasillos del Ministerio de Economía promoviendo un régimen especial para la fabricación nacional de los televisores a color, que terminó materializándose en el régimen promocional de Tierra del Fuego, esperpento económico que aún perdura.
El concepto de eficiencia económica es inherente y substancial a la profesión económica. Opinar sobre distribución del ingreso puede hacerlo cualquiera: puede haber tantas opiniones como personas con respecto a qué es justo en materia distributiva. Pero hablar de la importancia de la eficiencia económica requiere un entrenamiento profesional, requiere cotejar costos y beneficios. De todas maneras, es un concepto cualitativo que debería ser asimilable por cualquier persona con analogías de sentido común. El postulado de la libertad de comercio internacional es una recomendación elemental de la ciencia económica para mejorar el nivel de vida y crecer aceleradamente. Pero mas allá de las formalidades académicas, es una mera extensión de argumentos intuitivos aplicables a nivel personal, a nivel familiar o a nivel de país.

A nivel personal, es mejor que nos entrenemos para oficios o carreras para los cuales tenemos habilidades y preferencias particulares, en lugar de pretender jugar al futbol profesional cuando, aun siendo buenos, no lo somos lo suficiente como para descollar y ganarnos la vida. A nivel familiar, buscar trabajo fuera del hogar es siempre más eficiente que querer autoabastecernos. Si hay que optar entre quien sale a trabajar y quien se queda con las tareas de la casa, la opción de sentido común es que salga el que puede obtener una mayor remuneración. A nivel nacional, por más que exista la capacidad empresarial y la habilidad ingenieril para hacerlo en cualquier lugar, no será lógico producir trigo en el medio de la Patagonia, ni producir vino en la pampa húmeda, ni construir una pista de ski en Misiones, ni localizar una curtiembre de cueros vacunos en Tierra del Fuego. Tampoco hará sentido construir pirámides a cualquier costo, pues ya no hay demanda de semejantes servicios funerarios.
En oposición a estos principios básicos, Diamand propuso que, a través de impuestos y subsidios al comercio, los sectores más ineficientes tengan una protección a medida para producir localmente y aún para exportar. Si bien es cierto sus ideas extremas no llegaron a materializarse, las discriminaciones a favor de la industria y en contra de los sectores primarios todavía generan distorsiones e ineficiencias colosales.
Además del sentido común, la experiencia mundial demuestra claramente como prosperan los países que practican el libre comercio, incluyendo países con regímenes autoritarios como China. Incluso demuestra cómo prosperan países como los escandinavos, que primero se benefician del comercio libre compitiendo mano a mano con las mayores potencias industriales, para luego distribuir con impuestos internos que no distorsionan la eficiencia productiva. Argentina, por el contrario, aislada de los mercados internacionales, es un modelo de decadencia empobrecedora permanente.
El desarrollismo proteccionista justificado por Diamand en sus libros es un atentado no sólo contra uno de los postulados básicos de la ciencia económica sino también contra el sentido común que observamos en las decisiones económicas personales y familiares. Semejante atropello a la razón sólo se explica por una defensa de los intereses espurios de los pocos beneficiarios (empresarios protegidos que viven del lobby en lugar innovar, invertir y crecer) a costa del empobrecimiento del país entero. Lo que me cuesta explicar es por qué algunos economistas profesionales, que deberían ser conscientes de los costos que esas políticas acarrean, todavía defienden sus ideas. El proteccionismo comercial siempre fue y continúa siendo la principal razón de nuestra decadencia.
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