El sindicalismo ante el vacío de representación y de programa del sector político

Por su organización democrática, su distribución territorial, su rol en la defensa de la civilización del trabajo y su conocimiento técnico y científico de todo el proceso productivo, el movimiento obrero está en condiciones de refundar y ennoblecer la política para contribuir a un programa de desarrollo soberano con justicia social

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El Movimiento Obrero argentino y la Confederación General del Trabajo conforman la organización popular más importante del país. Junto con la Iglesia Católica, conforman las dos instituciones con mayor presencia y organización territorial a lo largo y a lo ancho del territorio nacional.

La organización sindical argentina es —junto con las universidades públicas— una de las pocas instituciones que funcionan en base a la democracia directa. Los cargos gremiales se alcanzan por intermedio del voto de los afiliados y las elecciones son reguladas por el Ministerio de Trabajo. El nombramiento de los delegados sindicales es producto de la tarea y acción diaria de los dirigentes en sus lugares de trabajo. Los partidos políticos, por el contrario, son organizados de arriba hacia abajo y la democracia interna prácticamente no existe. Los partidos son financiados por corporaciones y las elecciones se deciden en grandes campañas publicitarias de medios de comunicación, siendo habitual que exista una distancia inmensa entre el candidato y los electores.

En el capitalismo subdesarrollado, extranjerizado y oligopólico argentino, el sindicalismo es la única y última garantía de la dignidad laboral, salarial y familiar. En un país con el 50% de las personas en situación de pobreza y con el 40% de los trabajadores en el universo de los desempleados, informalizados o subempleados, están dadas las condiciones objetivas para reducir los salarios a niveles de miseria. De no existir los Convenios Colectivos de Trabajo y el sindicalismo a cargo de hacerlos cumplir, las relaciones laborales serían flexibilizadas y los sueldos estarían reducidos a su mínima expresión. Por cada trabajador formal bajo Convenio hay varios informales dispuestos a cumplir esa tarea por menor remuneración y en peores condiciones de trabajo.

El Movimiento Obrero argentino sostiene la civilización del trabajo con justicia social y con dignidad, tal cual fue fundada por la Revolución Justicialista. Los trabajadores en blanco tienen cobertura de salud familiar, realizan aportes —sosteniendo a los pasivos del sistema— a partir de los cuales se jubilan, y jornadas laborales reguladas, además de otros derechos que incluyen las vacaciones pagas y las licencias por enfermedad y accidentes. El sistema de Convenios sigue garantizando el derecho al esparcimiento, la cultura, la vivienda, la educación y el deporte de las familias. Del otro lado de la Argentina, está el 40% de la masa obrera ubicada en la informalidad, el subempleo estructural, la explotación o directamente sin conocer el derecho al trabajo digno, siendo subsidiada en condiciones de pobreza e indigencia permanente.

El Movimiento Obrero es el garante del capitalismo productivo nacional. Para no ser absorbidos por las corporaciones y por los Estados extranjeros, los empresarios argentinos requieren de la alianza con los sindicatos que garantizan la viabilidad del proyecto en el terreno político. En el año 1976, la dictadura debilitó al Movimiento Obrero y generó las condiciones para que Martínez de Hoz implementase la política neoliberal que destruyó la industria argentina. La experiencia histórica demuestra que la alianza entre el capital nacional y los trabajadores es el principio fundante del proyecto industrialista y de la justicia social.

El Movimiento obrero tiene el conocimiento técnico y científico de todo el proceso productivo y está en condiciones de ofrecer soluciones y de gestionar el desarrollo integral y la justicia social de la Nación. Habitualmente gestiona obras sociales, escuelas de capacitación, centros educativos y programas de vivienda, entre otros. Frente a esto, los partidos políticos neoliberales gobiernan con los cuadros técnicos de las multinacionales, mientras que los partidos progresistas lo hacen con miembros de la clase media rentada por afinidad y lealtad a una persona o a un grupo. No existen prácticamente escuelas de formación política ni técnica, y los partidos están vacíos de actividad, debate o participación interna. Dicha situación favorece la capacidad transformadora de los partidos neoliberales, que usufructúan los cuadros técnicos de las corporaciones para alcanzar sus objetivos de clase. La inexistencia de dirigentes formados técnica y políticamente favorece la incapacidad y la lentitud de las iniciativas de los espacios que se dicen progresistas, ya que carecen de personal especializado y contratan a los funcionarios sin atender idoneidad en los cargos sino meramente por lealtad partidaria. El saber técnico, logístico y organizativo del Movimiento Obrero argentino le permite formular e implementar las grandes soluciones nacionales. Esa capacidad del sindicalismo se vería potenciada si se estableciera un acuerdo estratégico entre sindicatos, empresariado productivo y universidades nacionales.

La clase trabajadora está en condiciones de consolidarse como una dirigencia política nacional, ocupando el lugar que han dejado vacante los partidos políticos. Hace tiempo que la mayoría de los partidos han tenido como su fin primordial el de reproducirse económicamente, convirtiéndose en una nueva clase administradora del rentable negocio de la política. Sus miembros viven holgadamente del excedente de recursos apropiados por el Estado al pueblo mediante impuestos. Es habitual también que los partidos no tengan programa y tampoco doctrina y que se adecúen a las iniciativas e ideologías del Orden Mundial de turno. Su tarea no es la propia de una dirigencia a cargo de edificar un proyecto nacional, sino más bien el de ser un grupo rentado de administradores del mercado electoral, que es regulado por el aparato cultural privado y por intermedio de subsidios sociales. Este vacío de representación y de programa puede ser ocupado por el Movimiento Obrero, único ámbito técnico, doctrinario y político con capacidad de hacerlo.

La recesión económica, la inflación, la pobreza, la marginalidad y la extrema desigualdad conducen a la Argentina y a Sudamérica a un escenario social y político sumamente difícil. Es momento de refundar y de ennoblecer la política para construir un programa de desarrollo soberano y con justicia social. Esta tarea solamente es posible de la mano del Movimiento Obrero Argentino.

Julio Piumato es secretario general de la Unión de Empleados de la Justicia de la Nación (UEJN), secretario de Derechos Humanos de la CGT y presidente del CEES.

Aritz Recalde es sociólogo, miembro del CEES (Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos) y secretario de Investigación y Posgrado de la UNLA