El liberalismo no es pecado

El mensaje evangélico, rectamente interpretado, es perfectamente compatible con la economía libre

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Foto de archivo del Papa Francisco en la audiencia semanal en el Vaticano. 
Dic 9, 2020. Vaticano/Handout via REUTERS 
ATENCIÓN EDITORES, ESTA IMAGEN FUE SUMINISTRADA POR UNA TERCERA PARTE.
Foto de archivo del Papa Francisco en la audiencia semanal en el Vaticano. Dic 9, 2020. Vaticano/Handout via REUTERS ATENCIÓN EDITORES, ESTA IMAGEN FUE SUMINISTRADA POR UNA TERCERA PARTE.

“Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’, o simplemente de ‘economía libre’” (San Juan Pablo II, CA N° 42)

1. Un largo equívoco: “católicos vs. liberales”.

Un reciente artículo publicado en este medio, cuyo autor es Eduardo Marty me llevó a continuar una reflexión que hace muchos años me preocupa. La relación entre el liberalismo como doctrina política y económica frente a la doctrina de la Iglesia Católica a la cual pertenezco y considero mi “Madre y Maestra”.

El artículo realiza un comentario, que podría caracterizar como negativo, respecto de la última encíclica del Papa Francisco, “Fratelli Tutti” recientemente publicada. Para el autor este documento es pernicioso pues condena al mercado, al capitalismo y propicia un sistema que desecha la libertad y la propiedad privada como métodos eficientes de creación de riqueza y seguro camino para eliminar la pobreza. Para el autor, el Papa propicia soluciones que se adscriben en el denominado “pobrismo” concepto que abarcaría una forma de pensar según la cual la pobreza material sería una virtud que hay que fomentar y, por el contrario, la riqueza un pecado a desterrar producto del egoísmo y la avaricia.

El autor, según interpreto, no se limita a criticar la Encíclica de Francisco que como toda obra humana tiene conceptos y enfoques que, a mi juicio, considero cuestionable y me siento legítimamente autorizado a disentir, sino que extiende su juicio adverso a las bases del mensaje evangélico y su interpretación general por la Iglesia.

Quiero aclarar que me parece positivo el debate. Es importante poder confrontar puntos de vista diferentes que, en mi caso, parten de coincidencias básicas como son la defensa del mercado libre y de la propiedad privada como sistema que ha demostrado ser el más eficiente para crear riqueza y combatir el flagelo de la pobreza en beneficio de la dignidad humana.

La diferencia que tengo con el autor y con muchos que desde el sector caracterizado como “liberal” es que este considera incompatible tal postura con la religión católica y con la Doctrina Social de la Iglesia como un todo.

2. La Doctrina Social de la Iglesia no es un programa de gobierno.

Desde mi punto de vista quienes suscriben las ideas del autor al que me refiero, parten del equívoco de considerar a la Doctrina Social de la Iglesia como una suerte de “programa de gobierno” que califican negativamente. Creo que, desde el sector opuesto, es decir aquellos que consideran condenable el liberalismo, ahora denominado “neoliberalismo”, también se incurre en el mismo error y así solemos escuchar opiniones que consideran que determinado partido o programa está constituido por los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.

Creo que la mejor conceptualización de este tema la realiza el Papa Juan Pablo II, tanto en la Encíclica “Sollicitudo rei socialis” (N. 41) como en la “Centesimus Annus”, (N. 55), reafirma que la doctrina social “mira al hombre y es parte de la teología moral”, lo cual implica que no pretende imponer un sistema político coercitivo sino que apela a la conciencia de las personas para que, desde aquella, se cambie la realidad social. En definitiva, la Doctrina Social de la Iglesia es un mensaje a cada hombre para que, en el espacio donde se mueve tenga en cuenta las virtudes cristianas.

En este sentido, la Iglesia no condena “sistemas” políticos y económicos sino formas de actuar de las personas. Es por ello, quizás, que al leer las Encíclicas o documentos de la Iglesia puede percibirse un cierto perfume negativo o pesimista, pero ello es así justamente porque la preocupación es mostrar cómo los excesos producen efectos negativos cualquiera sea el sistema político en el que ocurran.

Otro error común es juzgar cada Encíclica en forma aislada, apartándola del cuerpo general de la doctrina formada por otros documentos anteriores y también aislándola de la época en que se escribió. A mi juicio la Doctrina Social de la Iglesia es un cuerpo que tiene una suerte de “columna vertebral” acompañada por otros documentos que atienden problemas específicos y concretos de la vida social. Creo que esa “columna vertebral” está constituida por la Encíclica “Rerum Novarum de Leon XIII, “Quadragesimo Anno” de Pío XI, los documentos del Concilio Vaticano II y Centecimus Annus de San Juan Pablo II. Cada uno de estos documentos fue escrito en momentos particulares de la historia dando una visión de los mismos desde el mensaje evangélico. Por otra parte, fueron escritos por personas concretas que respondían a su forma de ver la realidad y a su experiencia de vida. Por eso no son dogmas y admiten la crítica y las diversas formas de pensar.

Para los católicos lo realmente destacable es que, aun escritas por hombres con ideas y formas de pensar diferentes atendiendo problemas concretos de su época, cuando se las analiza en conjunto guardan una gran coherencia y sus principios pueden guiar nuestras acciones ya sea en la política como también en nuestra vida personal.

Rerum Novarum, escrita en 1890, fue la Encíclica que reafirmó el derecho a la propiedad privada y a la libre asociación de los trabajadores en sindicatos. Lo hizo frente al ataque marxista a aquel derecho y la negación al derecho a la libre asociación de los trabajadores, producto de la Revolución Francesa que reaccionó contra las corporaciones medievales desde una visión individualista que las veía como una forma de coartar la libertad de contratar.

Quadagesimo Anno, escrita en 1931, reafirmó los principios de la Rerum Novarum en la época de entreguerras pero, a su vez, trata de las experiencias corporativas que comenzaban a insinuarse las cuales si bien abrieron la perspectivas a nuevos organismos como los Consejos Económicos Sociales, lamentablemente desembocaron en formas perniciosas como el fascismo que llevaron a la catástrofe de la II Guerra Mundial.

Los documentos sociales del Concilio Vaticano II se escribieron en un momento de renovación de la Iglesia y en el contexto de la Guerra Fría. Se buscaba analizar los signos de esos tiempos desde una perspectiva religiosa y, además, la Iglesia abría las puertas al ecumenismo integrando así un mensaje universal.

Finalmente, Centecimus Annus se escribe ante el colapso del sistema comunista por alguien que lo había sufrido; que conocía lo que significaba la supresión de la libertad de trabajo, de la propiedad privada y del libre mercado. Es la Encíclica que reafirma la función del empresario en la sociedad y resalta el acto de invertir como una opción moral con palabras precisas y contundentes: “Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas de quien decide” (C.A. N° 36).

Pero no solo eso, como surge del párrafo que encabeza estas líneas claramente San Juan Pablo II considera al “capitalismo” o a la economía libre, como un sistema apto para la creación de riqueza y el desarrollo de los pueblos.

Creo, por lo tanto, que no puede calificarse a la doctrina católica como un obstáculo para el desarrollo de la economía libre. Todo lo contrario, la historia demuestra que el cristianismo ha sido un motor del desarrollo lo cual puede verse en el hecho que los países de tradición cristiana son los que más se han desarrollado. El cristianismo está representado por la Iglesia Católica y todas aquellas que surgieron luego de la Reforma. Puede haber diferencias pero la sobriedad en la vida, el amor al prójimo y el respeto por la propiedad privada es común a todas ellas.

3. Fratelli Tutti

Lamentablemente los argentinos tenemos una visión del Papa Francisco propia de un defecto que nos aqueja: la desmesura. No quiero decir con esto que comparto todos sus juicios ni, especialmente, algunas de sus manifestaciones públicas o aparentes preferencias referidas a la Argentina. Nuestra forma de ser y, quizás, algunas actitudes suyas tienen como triste consecuencia que la visita de un Papa argentino a nuestro país, sea problemática.

Pero no concuerdo en que “Fratelli Tutti” sea una Encíclica que predicando “fraternidad” obtenga “odio y pobreza”. Ciertamente hay calificaciones innecesarias en su texto como cuando se refiere al “neoliberalismo” como un flagelo o cuando demoniza en forma, a mi juicio desmedida, el mundo de las finanzas o la globalización. No obstante, también en su texto menciona los aspectos positivos de estas realidades. Creo que esta Encíclica tiene como eje central, y de allí su nombre tomado de una invocación de San Francisco de Asís, el grave problema de la emigración a los países desarrollados de inmigrantes provenientes de países pobres sometidos a dictaduras inhumanas. Es un llamado a que esas personas no sean marginadas y sean aceptadas en los países donde llegan. Por eso no creo que pueda calificársela como un mensaje que fomenta la pobreza. Tampoco creo que sea una Encíclica destinada a incorporarse a la “columna vertebral” de la Doctrina Social de la Iglesia a la que antes me referí. Atiende a un grave problema pero solo se refiere tangencialmente al verdadero cambio de época que significan las nuevas tecnologías. Seguramente este Papa o alguno de sus sucesores dedicará una Encíclica al cambio de desarrollo del trabajo humano con sus aspectos positivos y negativos que ya son una realidad.

4. Primacía de lo espiritual

Considero que el sistema capitalista basado en el libre mercado es el más apto para crear riqueza. Desde este ángulo no puede juzgarse el mensaje evangélico sin advertir que Jesús predicó en un mundo donde, en general, la riqueza era producto del despojo o la indiferencia En un proceso que culminó con la revolución industrial el hombre descubrió la forma de crear riqueza y ese es el punto esencial. El mensaje evangélico, rectamente interpretado, es perfectamente compatible con la economía libre. Lo esencial es no caer en la soberbia de pensar que el sistema capitalista o cualquier otro, por sí mismo es la garantía de la felicidad y la justicia. Cualquier organización social o económica depende de los valores espirituales que viven quienes los ponen en práctica y las crisis recurrentes se deben más a las conductas humanas que a los vicios del sistema. Por eso hoy, probado el fracaso del comunismo, quienes creemos en las bondades de una sociedad basada en la libre empresa y la propiedad privada debemos velar para que ésta se funde en sólidos valores espirituales y morales, porque de otra manera está condenada al fracaso. Estos valores no pueden ser impuestos por nadie sino que dependen de la elección libre de las personas.

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