La vacuna no cura la enfermedad de la Argentina

Argentina escogió el camino recesivo, lo que explica la maraña impositiva y regulatoria que impiden la proliferación de nuevos proyectos productivos y obstaculizan el normal desenvolvimiento de las inversiones actuales

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La vacuna de Pfizer comenzará a aplicarse en Gran Bretaña (REUTERS/Dado Ruvic)
La vacuna de Pfizer comenzará a aplicarse en Gran Bretaña (REUTERS/Dado Ruvic)

Los reguladores británicos aprobaron la vacuna contra la covid-19 desarrollada por la empresa estadounidense Pfizer y su socio alemán Biontech. Es una señal muy positiva a nivel global y eso se refleja rápidamente en las revisiones de las proyecciones económicas para el año que viene.

Recordemos que en las últimas semanas se estuvo barajando la posibilidad de que se dispare una segunda ola; lo que implicaba un riesgo adicional a las economías mundiales que esperaban un 2021 recuperándose de la arremetida de éste año que afectó al 90% de los países.

Ésta crisis, a diferencia de las crisis económicas convencionales que se dan por una caída del gasto agregado y en dónde los gobiernos tenían mayor margen para elevar el gasto agregado y así contrarrestar la recesión, se da por un shock de oferta. La caída de la actividad económica se produjo porque no se podía llevar normalmente las actividades productivas debido a que las políticas de distanciamiento social impedían la movilización hacia los puestos de trabajo. Por lo tanto, al no producir, no se creaba riqueza.

Este año la Argentina caería cerca del 11,5%, pero desde el 2011 que nuestro país no crece y esto no es algo que va a cambiar una vez que la vacuna esté asegurada

Obviamente, a medida que las restricciones se fueron relajando, los países comenzaron a recuperarse, pero con el principal riesgo de que persista el virus por más tiempo.

En ese sentido, un escenario en dónde se desarrolle rápidamente la vacuna y se pueda aplicar a gran parte de la sociedad es mucho más favorable que aquel en el que no. Por ende, es una excelente noticia mundial. También para nuestro país porque eso significa que la pandemia dejará de ser un dolor de cabeza. No obstante, eso no quiere decir que los problemas económicos se resuelvan con la llegada de la vacuna.

Éste año la Argentina caería cerca del 11,5%, pero desde el 2011 que nuestro país no crece y esto no es algo que va a cambiar una vez que la vacuna esté asegurada. La raíz de la decadencia en la cual nos encontramos inmersos es el abultado déficit fiscal, que pasó del 0,6% del PBI en 2009 al 3,8% del PBI en 2015, terminando 2019 con un déficit del 1,9% del PBI.

Si el Estado gasta más de lo que le ingresa tiene dos caminos. El primero es el que le permitiría crecer y bajar el gasto público; para ello es imprescindible encarar una serie de reformas estructurales: achicar el tamaño del Estado, reforma laboral, bajar impuestos, reforma del sistema previsional y apertura comercial. El segundo, es el recesivo, recurrir a formas de financiamiento que condenan la posibilidad de consolidar un crecimiento económico sostenible: incrementando impuestos, tomando deuda o emitiendo moneda local.

La raíz de la decadencia en la cual nos encontramos inmersos es el abultado déficit fiscal, que pasó del 0,6% del PBI en 2009 al 3,8% del PBI en 2015, terminando 2019 con un déficit del 1,9% del PBI

En la Argentina se escogió el camino recesivo, lo que explica la maraña impositiva y regulatoria que impiden la proliferación de nuevos proyectos productivos y obstaculizan el normal desenvolvimiento de las inversiones actuales. Eso se traduce en menos innovación, menos capital, menos trabajo y caída, paulatina, de los salarios reales. Hoy, por cada $100 que gana una empresa de 60 empleados, si paga todos los impuestos, le deja al Estado $106. Es decir, paga impuestos, inclusive, con su inversión inicial.

Si se emite dinero, sin que haya producción que sostenga ese aumento de la demanda, el resultado es la pérdida del poder adquisitivo de la moneda. En la Argentina pasamos de una inflación anual del 3,7% al 37,3% anual que proyectamos éste año, con picos que superaron el 50% anual. Además, somos uno de los cinco países del mundo con la inflación más alta del mundo.

Tomar deuda sin reducir el déficit fiscal rápidamente, sólo estira el impacto y se termina, a la larga, con más impuestos o mayor emisión.

Hoy, por cada $100 que gana una empresa de 60 empleados, si paga todos los impuestos, le deja al Estado $106. Es decir, paga impuestos, inclusive, con su inversión inicial

Éste año no fue la excepción sino la regla y volvimos a escoger el camino recesivo. El resultado a esperar el año que viene es una brecha cambiaria, a pesar de la monetaria calma en el mercado de cambios, cada vez mayor que va a seguir profundizando el drenaje de reservas que estamos observando desde el último período. Obviamente, es de esperar, ante este escenario, una devaluación que afecte el bienestar de todos los próximos años. Por su parte, la demanda del peso va a seguir cayendo porque la crisis de confianza sumada a la emisión del 80-90% interanual de este año corroen cada vez más el valor de nuestra moneda. Asimismo, el riesgo país va a seguir siendo elevado, a pesar de la renegociación con el FMI, porque se continúa con los mismos problemas no resueltos. Por otro lado, la economía va a seguir estancada y aunque es probable que haya un rebote del 5,0% el año que viene, tardaríamos 4 años en volver a los niveles pre-pandemia. Además, se espera un déficit fiscal del 3,4% para este año y en ascenso en 2021, por lo que se van a agudizar los problemas preexistentes.

Nuevamente, si queremos cambiar la historia sólo debemos llevar adelante las reformas, devolviéndole la confianza a los mercados y generando oportunidades de progreso para todos. Tal como sentenciaba Juan Bautista Alberdi: “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”.

La autora es economista de la Fundación Libertad y Progreso