¿La vuelta a clases será posible?

No estamos siendo del todo conscientes de las consecuencias irreversibles, desde lo educativo y relacional, que la falta de presencialidad está implicando en los niños y jóvenes en nuestro país

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Arrancó la primera fase del programa dirigida tan sólo a las zonas más remotas de Jujuy (Foto: EFE)
Arrancó la primera fase del programa dirigida tan sólo a las zonas más remotas de Jujuy (Foto: EFE)

Una de las funciones de la filosofía es poner en discusión las cosas evidentes. Y esto se debe en gran parte a la obsolescencia del lenguaje, es decir, las palabras que solíamos usar ya no tienen el significado que creíamos que tenían. Es tiempo de una nueva narración.

La cuestión que quisiera plantear es la posibilidad de un retorno a clase presencial sin obstáculos. No estamos siendo del todo conscientes de las consecuencias irreversibles, desde lo educativo y relacional, que la falta de presencialidad está implicando en los niños y jóvenes en nuestro país.

Claro, que mencionar estas cuestiones en el momento actual está sujeto a interpretaciones ideológicas que nos ponen en veredas opuestas, aun sin desearlo. Me refiero a la posición presentada por la actual titular de la cartera educativa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Soledad Acuña, que, a mi entender, no ha sido justa ni objetiva en su valoración de los docentes.

Soy docente, nací en un barrio, el bajo Flores, no precisamente opulento. No escapé de otras carreras por fracasado, soy profesor de Filosofía, Contador Público, tengo una Maestría en Administración y Conducción y un Posgrado en Organizaciones sin fines de lucro. Mi hermana mayor fue la primera en graduarse en la universidad en mi familia. Mis padres habían cursado solo la primaria, de adultos completaron el secundario, mi madre se graduó en abogacía a los setenta años y mi padre inició a los 80 la licenciatura en Historia. Como decimos en mi casa, no está estudiando historia, está repasando (lamentablemente, por problemas de salud abandonó).

La escuela me transformó la vida y la vida de mi gente. La falta de escolaridad presencial a los jóvenes les hace daño. En el corto plazo la virtualidad puede ayudar, es evidente. Ante la nada es una opción, pero no resuelve la cuestión de fondo, la sociabilidad.

Esto se ve especialmente en los sectores más vulnerables, donde la escuela se presenta como una instancia de emancipación. Tengo trato con muchos alumnos, y no pocas veces la escuela se presenta como el lugar en donde los jóvenes son, no hacen que son. Pero saliendo de la autoreferencialidad, hay otras razones más allá de lo esencial para defender la presencialidad. O, dicho de otra manera, la prolongación del estado de apertura el tiempo que se pueda.

Esta ha sido la opción del resto del mundo, excepto nosotros. La primera de ellas, la seguridad. Desde la mirada de los profesionales de la salud, en especial, los epidemiólogos, sostienen que la apertura de las escuelas tienen un efecto muy limitado respecto de la propagación del virus. Se ha probado que la apertura de las escuelas, por ejemplo, en Alemania, no hizo incrementar el número de contagios.

Pero hay otro aspecto de la seguridad a considerar. En muchos hogares se hace difícil sostener medidas de higiene y la escuela es un buen lugar donde estas medidas se pueden enseñar, inculcar y hacer cumplir.

La segunda razón, la nutrición. En muchas escuelas nuestros chicos almuerzan regularmente. Si bien ha sido reemplazado por la entrega de bolsones de comida, no siempre lo entregado tiene como destinatario al alumno. Un aspecto más simbólico es la adecuada relación del aprendizaje y la nutrición.

La tercera razón, el aprendizaje y principio de igualdad. La pandemia ha visibilizado la enorme desigualdad entre los estudiantes argentinos. La autonomía de los niños y jóvenes de familias con mejores recursos ha permitido sostener la virtualidad con mayor éxito respecto de sus compatriotas más vulnerables. La falta de interacción con sus maestros, las distracciones y las dificultades técnicas han ampliado una brecha que de por sí era grande.

La cuarta, la paz del hogar. El cierre de las escuelas puso a los padres en situación de estrés creciente. En especial esto afecta con mayor crudeza a las mujeres, tanto adultas, en su rol de madres, como niñas, en su rol de hijas. Hemos aprendido en otras crisis, como en África, cuando el tiempo del ébola, que las mujeres fueron las más afectadas.

La escuela ayuda a proteger a las niñas de abusos y embarazos no deseados, además de otras prácticas como el grooming. Cuando uno se conforma con la ausencia del otro crece la fantasía de la autosuficiencia. La calificación de no esencial o actividad no crítica para calificar al sector educativo respecto de otras actividades, está afectando la percepción del problema. Lo que no se gestiona se pierde. Hace falta un pacto entre todos los sectores respecto del sostenimiento de la educación y el punto de partida es considerarlo un bien común, un bien del que todos se benefician si concurrentemente todos aportan.