El “poder blando” que la Argentina no debería desaprovechar

A pesar de las reiteradas crisis que hemos vivido, seguimos contando con una historia y un capital cultural que debería servirnos de base para establecer programas de diplomacia pública exitosos

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Foto ilustrativa del martes del Obelisco en el centro de la ciudad de Buenos Aires. 
Mar 17, 2020. REUTERS/Agustin Marcarian
Foto ilustrativa del martes del Obelisco en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Mar 17, 2020. REUTERS/Agustin Marcarian

Si bien la Argentina enfrenta una gran cantidad de desafíos, continúa teniendo una serie de fortalezas que debe aprovechar. Y una de esas fortalezas es su “poder blando”.

El “poder blando” es el concepto desarrollado por el académico estadounidense Joseph Nye que busca describir la capacidad que tienen los países para influir en el comportamiento de otras naciones gracias a la atracción que estos generan. Se diferencia por lo tanto del “poder duro”, que tiende a modificar el accionar de otros Estados mediante el uso o la amenaza del uso de la fuerza. Mientras que la cultura, las instituciones y el bienestar alcanzado por una sociedad resultan claves para entender el poder blando de una nación, el poder militar y la capacidad de imponer sanciones económicas sirven para evaluar su poder duro.

A lo largo de la historia numerosas naciones e imperios han sabido sacar provecho de su poder blando. El Imperio Romano por ejemplo buscó educar a las elites de otros territorios para de esta forma ganar su lealtad. Más recientemente, Estados Unidos ha fomentado la llegada de estudiantes extranjeros a sus universidades y, gracias a su industria del entretenimiento, ha logrado transmitir una visión del mundo acorde a sus intereses. Por otra parte, en los últimos años China ha establecido cientos de centros Confucio alrededor del mundo. Estas instituciones culturales buscan difundir su idioma y cultura.

Pero no sólo las grandes potencias implementan este tipo de políticas. Uno de los países de peso medio que lo hace es Turquía, que además de promover la llegada de estudiantes extranjeros ha creado una línea de bandera que ayuda a fomentar su presencia internacional y genera ingresos para su economía. Hoy Turkish Airlines es la quinta línea área del mundo por cantidad de destinos. Gracias a su red de 500 escuelas internacionales, Francia no sólo educa a sus ciudadanos en el extranjero sino que forma a las élites de otros países. Por tomar un caso, hoy el Liceo Francés de Buenos Aires, inaugurado por el general Charles De Gaulle en 1967, es uno de los colegios más prestigiosos de la Argentina.

Otro caso interesante en este sentido es el de Corea del Sur, que ha establecido programas que promueven el estudio de este país en varias de las principales universidad del mundo. Cabe destacar que en su momento la Argentina intento implementar un programa similar pero, debido a la falta de continuidad, nunca terminó de consolidarse. Otra iniciativa interesante de Corea del Sur ha sido la promoción de su industria de entretenimiento en el exterior, lo cual además de ayudar a promover su influencia cultural le permitió incrementar sus exportaciones.

Para un país como la Argentina, el poder blando representa una oportunidad. A lo largo de la historia tanto nuestra alta cultura como nuestra cultura popular han ejercido una gran influencia en América Latina. Desde el fútbol hasta el Teatro Colón, pasando por escritores como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar y un sinnúmero de figuras populares, por mucho tiempo la Argentina fue vista como un ejemplo a seguir por dirigentes de otros países. Y a pesar de las reiteradas crisis que hemos vivido, hoy seguimos contando con una historia y un capital cultural que debería servirnos de base para establecer programas de diplomacia pública exitosos.

¿Qué características deberían tener estos programas? En primer lugar, y dada nuestra situación actual, no deben ser costosos. Una posibilidad consistiría en invitar regularmente a grupos de jóvenes sobresalientes de alrededor del mundo. Ente ellos pueden encontrarse futuros líderes del sector público o privado que tomarán decisiones que nos afecten. También podrían organizarse seminarios internacionales a los que se invite a algunas de las principales figuras intelectuales y políticas del exterior. Para esto podríamos aprovechar el interés que, debido a su riqueza cultural y urbanística, Buenos Aires despierta en el exterior.

Como sucede con cualquier otra estrategia de largo plazo, para ser exitosa la futura diplomacia pública argentina deberá contar con la continuidad que sólo le puede asegurar un consenso alcanzado por las distintas fuerzas políticas del país. Luego será responsabilidad de nuestro cuerpo diplomático, junto con otras organizaciones estatales y de la sociedad civil, implementarla a lo largo del tiempo.

Comunicacionalmente, si no jugamos un rol activo a la hora de posicionarnos corremos el riesgo de que la imagen de la Argentina sea moldeada por actores con agendas diferentes a la nuestra. Debemos por lo tanto comenzar a pensar y elaborar una estrategia de diplomacia pública que promueva nuestro desarrollo.