Una oportunidad para recuperar el pensamiento estratégico

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Décadas de crisis han llevado a que gran parte de nuestra dirigencia (política, económica e intelectual) haya perdido la capacidad para pensar estratégicamente (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)
Décadas de crisis han llevado a que gran parte de nuestra dirigencia (política, económica e intelectual) haya perdido la capacidad para pensar estratégicamente (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

Hoy quisiera compartir algunas lecciones que deberíamos tener en cuenta en vistas a algunos de los cambios que se avecinan en el mundo. Estas lecciones provienen de mi principal área de estudio: el pensamiento estratégico aplicado a las relaciones internacionales.

La primera lección que nos brindan los estudios estratégicos es la importancia que tiene subordinar el poder militar al pensamiento político. La frase del gran pensador de la guerra, el prusiano Otto von Clawsewitz, sigue siendo tan cierta hoy como lo fue dos siglos atrás: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.

Los argentinos comprobamos la relevancia que tiene esta lección durante la guerra de Malvinas. En ese entonces, nuestros esfuerzos diplomáticos y militares para recuperar las islas se vieron dificultados por la incapacidad que algunos oficiales mostraron al tomar decisiones que les hubiesen correspondido a las autoridades civiles. En efecto, las habilidades de los primeros son muy distintas a las de los segundos. Mientras que los políticos están capacitados para establecer la misión, los militares deben llevarla a cabo en el campo de operaciones. Es por esto que la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder político debe ser considerada un importante logro de nuestra democracia.

Un segundo aprendizaje es que las armas nucleares cambiaron la naturaleza de los conflictos entre Estados. En efecto, estos instrumentos de combate son distintos a cualquier otro tipo de arma de destrucción masiva que conozcamos, ya que en pocas horas pueden destruir el planeta. No debe sorprendernos entonces que sus efectos políticos hayan sido enormes. Y entre estos quizás el principal sea que, debido al temor que generan, en las últimas décadas no hemos tenido conflictos militares entre las grandes potencias.

Esta es otra lección que los argentinos hemos aprendimos. Hace aproximadamente 40 años abandonamos la competencia nuclear con Brasil, trasladando el programa nuclear del ámbito militar al civil. Esto trajo paz y estabilidad a Sudamérica. Pero esta decisión no significa que hayamos olvidado la importancia que tiene preservar este tipo de tecnología estratégica. La continuidad del programa nuclear argentino continúa siendo hasta el día de hoy una política de Estado.

Otra lección consiste en la necesidad de entender el pensamiento y el accionar de otros Estados. Nuestro éxito o fracaso dependerá de qué políticas domésticas adoptemos, pero también de la manera en que nos relacionemos con otras naciones. Resultará por lo tanto clave estudiar las realidades de países como China, Estados Unidos y Brasil y establecer lazos duraderos entre nuestras dirigencias. Así podremos anticipar e incluso influenciar sus acciones para que estas favorezcan nuestros intereses.

La política moderna es adversa al pensamiento estratégico. Muchos actores políticos, hoy agobiados por las redes sociales y las nuevas demandas sociales, carecen del tiempo y la concentración necesarias para pensar el largo plazo. En nuestro caso el problema es aún más grave. Décadas de crisis han llevado a que gran parte de nuestra dirigencia (política, económica e intelectual) haya perdido la capacidad para pensar estratégicamente. Lo urgente siempre termina imponiéndose a lo importante, mientras que con el paso del tiempo los medios necesarios para implementar cualquier tipo de estrategia -militares, empresariales, académicos, etcétera- se han debilitado.

La importancia del pensamiento estratégico nos lleva a la última de las lecciones: los cambios en las relaciones de poder entre las grandes potencias tienen importantes consecuencias para todos los países, incluyendo el nuestro. Esto ya lo vivimos durante la Segunda Guerra Mundial. Al no comprender el contexto internacional, nuestra dirigencia mantuvo la neutralidad del país incluso cuando ya era claro que Estados Unidos se terminaría imponiendo. Se pensó entonces en términos de un sistema internacional que estaba desapareciendo y no se entendió a tiempo que Washington iba a jugar un central en el mundo y en nuestra región en particular. Al desafiar a Estados Unidos terminamos pagando, como lo muestran algunos trabajos de Carlos Escudé, un alto costo.

Hoy vivimos un cambio similar. Estamos pasando de un mundo dominado por una sola gran potencia a un escenario internacional con dos grandes jugadores: Estados Unidos y China. Debemos ser conscientes de que la manera en que nos posicionemos respecto a lo que aparenta ser una larga disputa estratégica entre estas potencias afectará, como ocurrió luego de la Segunda Guerra Mundial, nuestro bienestar. Posiblemente sea la decisión más importante que le tocará tomar a una nueva generación de líderes.

El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center.