Ser el otro: la increíble historia de un renacimiento

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Csanád Szegedi (AFP)
Csanád Szegedi (AFP)

Confucio solía decir: “Yo no busco saber todas las respuestas, intento comprender las preguntas".

Solemos encontrar respuestas a todo, especialmente desde nuestras unívocas certezas, dejando a un lado el valor de descubrir primero la profundidad de las preguntas. Se trata de partir desde el otro. Comenzar a rastrearse desde el saber más y mejor al otro. El otro es un mundo de preguntas y misterios. Es justamente por eso que el diferente, el distinto, nos genera versiones diversas de miedos propios. El temor a que trastoque nuestras seguridades o que nos haga replantear nuestras verdades, a que haga mella en nuestra forma de comprender el mundo o aumente nuestras dudas, temor a que cercene nuestras libertades, nos despoje de lo alcanzado, invisibilice nuestros logros, o peor aún, que nos haga descubrir quiénes en realidad éramos.

El no saber al otro, el no ahondar en la pregunta que nos genera, nos devuelve como respuesta el no sabernos a nosotros mismos. Esa falta de conocimiento, la ignorancia acerca del diferente, conduce de manera inevitable al prejuicio, la estigmatización, el odio y la violencia. Todas desgracias derivadas de aquellos primeros temores.

En el año 2003 en Hungría, se funda el partido político ultraderechista Jobbik, iniciales de “Movimiento para una Hungría Mejor”, de fuertes raíces radicales y nacionalistas. El mismo partido se auto define como antisemita, antigitano y neonazi. Profundamente vinculado a los diversos partidos neofascistas que han crecido en los últimos años en Europa, sus declaraciones y manifestaciones lo han identificado como extremista, racista y homófobo. Cabe destacar que en las últimas elecciones del año 2018 obtuvo más del 20% de los votos, convirtiéndose en la segunda fuerza en el Parlamento Húngaro y logrando escaños en el Parlamento Europeo.

Uno de sus fundadores era el joven Csanád Szegedi. Su comprometido activismo político en asociaciones de estudiantes de ultraderecha motivó una fulgurante carrera política que lo llevaría a ser vicepresidente del nuevo partido xenófobo Jobbik. En 2007 crean la Guardia Húngara, una fuerza de choque paramilitar, prohibida dos años después. Esto no le impidió al vehemente Czanád, elegido europarlamentario, a participar de las sesiones en Bruselas vestido con el uniforme de estética nazi de la Guardia.

Su crecimiento dentro del Movimiento era imparable. Pero algo impensado sucedió en el año 2012. Dentro de su propio partido, descubrieron que el jóven Csanád Szegedi era judío. De los 14.000 judíos que vivían antes de la Segunda Guerra Mundial en Misklolc, la ciudad natal de Czanád, sólo regresaron del Campo de Exterminio de Awschvitz, 105. Uno de ellos era su abuela materna. Se casó con otro judío sobreviviente del Holocausto Nazi y tuvieron a la madre de Szegedi. Pero el antisemitismo feroz posterior a la guerra en el Este, los llevó a callar y ocultar su pasado y su identidad. Cuando Szegedi enfrentó a su abuela para indagar sobre el rumor, ella entre lágrimas levantó la manga de su vestido y le mostró el número de prisionera, imborrable marca del horror, marcado en su piel.

Ante las evidencias y el asombro, uno de sus compañeros de Jobbik le dijo que lo mejor era que se dejara pegar un tiro en la cabeza, para ser enterrado como un húngaro puro. En un principio, en el partido imaginaron utilizar su imagen como la del judío que estaba de su lado negando el Holocausto, y exigieron que pida disculpas públicas, a lo que él finalmente abriendo su alma respondió: “¿Acaso debo pedir perdón porque masacraron a toda mi familia en Auschwitz?”.

Csanád hoy se llama David. Estudia judaísmo y hebreo, asiste cada viernes al Shabat, come comida Kosher y realizó su circuncisión en el año 2014. Como parte de sus estudios visitó el Campo de Exterminio de Awschvitz, viajó a Israel y visitó en Jerusalém el Museo del Holocausto Yad Vashem y rezó en el Muro de los Lamentos. Hoy piensa en radicarse allí para retomar su compromiso con la política. Pero desde otra mirada. Creyendo en un tiempo tener todas las respuestas desde su mirada sectaria, se topó de frente con las preguntas que cambiarían para siempre su existencia.

Escribió Abraham Lincoln: “No me gusta ese hombre, necesito conocerlo mejor”. Lo que desconocemos nos genera miedo, cerrazón en respuestas sesgadas y hace germinar lentamente el virus del odio. Abrir el corazón a saber al otro, animarnos a las preguntas, es el único camino hacia una humanidad más humana.

La palabra “empatía”, del griego “empátheia”, significa “emocionado”. La empatía es la intención de comprender los sentimientos y emociones, al experimentar de manera objetiva y racional lo que siente el otro. Es ponerse en la piel del otro. Sufrir sus heridas, llorar sus lágrimas. Alcanzar el nivel de emoción que el otro experimenta para saberlo, para comprender mejor. Cultivar la empatía en la pareja o en la relación con los hijos, es la primer dosis de medicina espiritual para alcanzar la armonía en el hogar. El desarrollo espiritual de la empatía nos lleva a mejores y más creativas formas de encontrarnos con los nuestros, de comprender mejor sus respuestas y reacciones, de acompañar más sabiamente sus dolores y sus alegrías. La escucha activa, el estar presentes por completo y permitirse ser atravesados por sus emociones, fortalece lazos, equilibra la caminata compartida, y agiganta los vínculos.

Sin dudas, es más simple conectarnos emocionalmente con nuestros pares, amigos, cercanos, familiares y prójimos a pesar de las diversas distancias. Sin embargo la experiencia emocional y el crecimiento personal más potente radica en desarrollar mayores niveles empáticos con quienes no son como nosotros. Con el diferente, el extraño, el totalmente otro. Ese tipo de conexión, que implica conocer su historia, sus sufrimientos, valores, condicionamientos, fortalezas y limitaciones, genera una mejor sociedad, con más altos niveles de integración, aceptación, respeto, solidaridad y paz.

Nacemos dotados de empatía. Cuando un bebe ve a otro llorar, inmediatamente también llora. Pero la perdemos con el paso del tiempo, los rencores acumulados y los golpes que no aprendemos a sanar inteligentemente. Comenzamos a crear nuestro propio mundo a nuestra propia imagen, construyendo el microcosmos en el que nos sentimos confortables. Preferimos entonces aislarnos y ocuparnos sólo de nuestros sentimientos y vamos olvidando esa chispa de divinidad que nos hacía ser uno con el alma del otro, al sentirlo, al saberlo.

El profesor norteamericano Jonathan Haidt, centra su investigación en la psicología de la moralidad. En su libro Por qué la gente buena se divide por la política y la religión escribe: “La moralidad ata y ciega” (en inglés suena mejor: Morality binds and blinds), frase que el rabino Sacks explica de manera deliciosa: “La moralidad nos ata a otros en un lazo de altruismo reciproco. Pero a la vez nos ciega a la humanidad de aquellos que están fuera de ese lazo. Nos une y nos divide. Nos divide porque nos une. La Moralidad transforma el “Yo” egoico en un “Nosotros” en búsqueda del bien común. Pero en el exacto momento en que creamos ese “Nosotros” simultáneamente creamos también un “Ellos”, de gente que no es como nosotros.”

En el texto de esta semana figura dos veces el siguiente párrafo: “No afligirás al extranjero, porque ustedes saben lo que se siente ser extranjero, porque extranjeros fueron en la tierra de Egipto” (Éxodo 23:9 y 22:21).

La Torá (Pentateuco) repite y ruega treinta y seis veces este mismo mandato. Sin dudas es el corazón de su mensaje. El relato de la extrangería y la opresión de Egipto es esencialmente para recordar lo que se siente ser otro. Ser un extraño, una minoría, un odiado, un discriminado, un completamente otro. Porque lo fuimos alguna vez, es que podemos ponernos en su piel. Vivir las lágrimas del desposeído, del silenciado, del desnudo de derechos, crecer en el valor de la empatía con el que no conocemos, definirá el alma que desarrollaremos y la civilización que lograremos.

Tal como dijo el famoso psicólogo americano Carl Rogers: “Ser empático es ver el mundo a través de los ojos del otro, y no ver nuestro mundo reflejado en sus ojos”.

Amigos queridos. Amigos todos.

Csanád Szegedi debió aprender a ver al mundo otra vez. Dejó de ser un odiador cuando logró ver el mundo desde la perspectiva de los que odiaba. Por eso hoy se llama David y activa en derechos humanos. La cura a la violencia es aprender a ver el mundo desde la mirada del otro. Asumiendo que también nosotros somos extranjeros a los ojos de otros. Invertir en ser seres más empáticos y estar allí presentes en las emociones de los demás, será la mejor herramienta para elevar el índice de nuestra humanidad.

En palabras de Thich Nhat Hanh, monje budista zen vietnamita, nominado en 1967 por Martin Luther King para el Premio Nobel de la Paz: “El regalo más preciado que podemos dar a los otros es nuestra presencia. Cuando nuestra atención plena abraza a los que amamos, florecen como flores” .

No sólo tener todas las respuestas sino ingresar en las preguntas más íntimas del otro, nos llevará de la mano, otra vez, a vivir en un Jardín.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.