
El diluvio de San Mateo, ocurrido en 1629, dejó a la Ciudad de México sumergida bajo más de dos metros de agua durante cinco años, un evento que marcó profundamente la historia de la capital.
De acuerdo con los registros históricos, las fuertes lluvias en la Ciudad de México, entonces capital del virreinato de la Nueva España, comenzaron el 20 de septiembre de 1629 y se prolongaron entre 36 y 40 horas, coincidiendo con la festividad de San Mateo, lo que explica su nombre.
La Ciudad de México enfrentaba una vulnerabilidad estructural debido a su ubicación sobre el antiguo lecho del lago de Texcoco, una cuenca cerrada sin salida natural para el agua.

Aunque para el momento sí existían obras hidráulicas como el Tajo de Nochistongo, diseñado para drenar el agua hacia el río Tula, estas infraestructuras eran insuficientes o estaban en construcción en el momento del desastre.
Durante la lluvia el cosmógrafo Enrico Martínez recomendó al virrey Rodrigo Pacheco y Osorio cerrar las compuertas del desagüe de Huehuetoca para proteger las obras en curso, la decisión que agravó la situación al impedir la salida del agua acumulada.
El impacto humano por la lluvia y las inundaciones fue devastador. Se estima que alrededor de 30 mil personas murieron debido a enfermedades y hambre provocadas por las condiciones insalubres generadas por la inundación.
Además, de las aproximadamente 20 mil familias que habitaban la ciudad en ese momento, solo unas 400 permanecieron tras el desastre, mientras que el resto se trasladó a otras localidades, como Puebla.

En un intento por mitigar los efectos de la catástrofe, el virrey Pacheco y Osorio implementó medidas como la distribución de alimentos y la construcción de puentes de madera para facilitar el tránsito en la ciudad inundada, la cual permaneció así desde 1629 hasta 1634.
La gran inundación también dejó una marca imborrable en la infraestructura urbana. Gran parte de la ciudad quedó destruida, lo que llevó a considerar la posibilidad de trasladar la capital a otro lugar.
Sin embargo, a pesar de los argumentos, se decidió continuar con las obras hidráulicas para drenar la cuenca y mantener la capital del virreinato en su ubicación original. Una evidencia física de este evento histórico es la cabeza de león ubicada en la esquina de las calles Madero y Motolinia en el Centro Histórico, que indica el nivel que alcanzó el agua durante la inundación.
Esa fue solo una de las muchas inundaciones que han ocurrido en la Ciudad de México, las cuales solo demuestran que no se trata solamente de un problema de planeación urbana y ambiental, es uno histórico altamente determinado por cuestiones geográficas.
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