
Nazario Moreno González transformó a La Familia Michoacana —y la historia criminal de México— al fundir crimen organizado, fanatismo religioso y una ingeniería de financiamiento basada en el cobro de piso. Entre 2006 y 2010 tejió una narrativa de “justicia divina” que lo elevó a “primer santo del narco”. Esto, mientras institucionalizaba la extorsión como diezmo obligatorio y traficaba metanfetamina rumbo a Estados Unidos.
Sermón, metralla criminal y moral selectiva
A diferencia del capo pragmático, “El Chayo” se vendía como pastor de los pobres y una especie de Robin Hood del narcotráfico mexicano. Repartía despensas, citaba versículos y difundía sus Pensamientos —un híbrido de Biblia, superación personal y mandamientos de obediencia— que dictaba cosas como las siguientes: “Dios bendice al hombre valiente que cumple su palabra”.
Esa moral selectiva castigaba secuestradores y violadores, pero legitimaba el narcotráfico. Las comunidades rurales, históricamente decepcionadas del Estado, encontraron en su discurso un orden alternativo.

Los folletos Pensamientos y Reflexiones incluían 40 máximas: templanza (“El alcohol nubla la visión del redentor”), disciplina (“Disparar sólo contra el enemigo declarado”) y autoperdón (“El que muere por La Familia renace en el Reino”). La violencia se justificaba como lucha justa y el sicario se asumía como “guerrero de Dios”. Matar podía equivaler a salvar almas; pagar el diezmo, a comprar protección celestial.

De cártel a hermandad: el rito narco‑religioso que lo rodeaba
Nombrar a la organización como “La Familia” fue un acto deliberado: la lealtad debía sentirse sanguínea y espiritual. Ceremonias de iniciación con oraciones, ayunos de tres días y juramentos sobre una Biblia marcada con “LFM” forjaban soldados convencidos de librar una “guerra santa”.
El uniforme de mando —camisa blanca y hebilla plateada— simbolizaba “pureza guerrera”, al tiempo que los círculos de oración previos a las balaceras funcionaban como sacramento bélico. Prohibir la venta local de drogas “para no envenenar al pueblo” consolidaba la imagen de un cártel “protector”, lo que complicaba que la estrategia de seguridad en Michoacán avanzara.
El cobro de piso: el diezmo con veneno para la gente “de a pie”
Antes de 2006 la extorsión era dispersa; Nazario Moreno la convirtió en política fiscal. Con Biblia en una mano y la libreta de “contribuciones” en la otra, emisarios de La Familia exigían cuotas a comerciantes, aguacateros, tortilleros y transportistas. Quien pagaba recibía un recibo sellado LFM; quien se negaba, enfrentaba incendios, secuestros exprés o ejecuciones declaradas “voluntad divina”. Así nació el diezmo de seguridad: los ingresos estables financiaban obras sociales, veladas de oración y las propias operaciones armadas. Este modelo se exportó luego a Los Caballeros Templarios y al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Muerte y resurrección mediática del “santo del narco”
El gobierno anunció su muerte el 9 de diciembre de 2010 sin mostrar el cadáver. El vacío alimentó la leyenda. Apatzingán y Buenavista levantaron altares con casquillos y veladoras: “San Nazario, mártir de los humildes”. Cuando en marzo de 2014 fuerzas federales lo abatieron “por segunda vez”, fieles interpretaron el retorno y caída como prueba divina: “Dios lo rescató para probar nuestra fe”. El mito se consolidó y la narcocultura ganó un emblema.
Persiste un legado tóxico, no divino
La Familia Michoacana inspiró a Los Caballeros Templarios, quienes heredaron iconografía cruzada y juramentos bíblicos. Hoy, la sacralización del narco se replica en altares de Jesús Malverde y San Judas Tadeo reinterpretados como patronos del delito. El experimento de Nazario Moreno demuestra que cuando el crimen organizado adopta vestimenta religiosa y una “fiscalidad” propia —el cobro de piso— consolida control social y dificulta la acción del Estado.

En territorios donde la fe sustituye a la autoridad, el capo asciende de criminal a santo y la pólvora sermoneada se vuelve dogma. Comprender esta mezcla de fe, violencia y extorsión es vital para diseñar estrategias de seguridad que desarticulen la narcocultura en México.
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