
Wilfred Owen es una de las voces más potentes de la poesía de guerra. Su legado literario, nacido en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, se distingue por la intensidad con la que plasmó el sufrimiento de los soldados en el frente.
según National Geographic, su figura no solo representa el dolor de un conflicto devastador, sino también el poder de la palabra como herramienta de denuncia y memoria.
Un talento forjado entre la fe y la adversidad
Owen nació en 1893 en el oeste de Inglaterra, una región cuya belleza natural influyó en sus primeros poemas. Su familia, guiada por valores religiosos y enfrentada a limitaciones económicas, marcó la personalidad y la sensibilidad del futuro poeta. Owen tuvo un buen desempeño académico, pero la falta de recursos le impidió acceder a la universidad. Por ese motivo, aceptó un trabajo en Dunsden como asistente de un vicario, experiencia que duró poco y terminó entre desacuerdos.
En 1913, se trasladó a Burdeos, Francia, para enseñar inglés. Allí, el estallido de la guerra en 1914 lo sorprendió mientras ejercía de profesor particular en los Pirineos. Su reacción inicial fue de indiferencia. Aunque visitó un hospital local que atendía soldados heridos, continuó con sus tareas docentes, sin mayor implicación en el conflicto.
Su perspectiva cambió en mayo de 1915, durante una visita a Inglaterra. Un anuncio de reclutamiento para “Los Rifles de los Artistas”, un batallón de voluntarios formado originalmente por pintores, músicos y arquitectos, despertó su interés. El rango de oficial ofrecía cierta movilidad social, motivo que lo animó a enlistarse en octubre de ese año.
En junio de 1916, fue destinado al 5° regimiento de Manchester. Con la batalla del Somme aún fresca, su unidad fue enviada a reforzar la línea defensiva en Picardía, Francia. Fue allí donde el joven oficial vivió de cerca los horrores del combate: padeció el sufrimiento de los hombres bajo su mando y relató en cartas el vacío en la mirada de los soldados. En una de sus descripciones más impactantes, Owen comparó ese vacío con “la de un conejo muerto”.
Vivió en carne propia la brutalidad del conflicto. Según detalla National Geographic, tras la explosión de una mina en un bosque, permaneció cerca de siete días perdido, posiblemente inconsciente, rodeado por los cuerpos de sus compañeros, hasta finalmente ser rescatado. Poco después, contrajo fiebre de las trincheras —una dolencia causada por piojos— y fue diagnosticado con neurastenia, hoy conocida como estrés postraumático.
Esto motivó su traslado en junio de 1917 al hospital de guerra Craiglockhart, en las afueras de Edimburgo.

Una nueva dimensión en la poesía de guerra
En el hospital de Craiglockhart, encontró una figura clave para su evolución literaria: Siegfried Sassoon. Este poeta y militar, condecorado por su valentía, se había convertido en un crítico abierto de la prolongación de la guerra. Por iniciativa de las autoridades, Sassoon también había sido enviado al hospital, en lugar de ser arrestado por su postura pacifista.
El encuentro entre ambos autores marcó un antes y un después. Owen se animó a mostrarle sus poemas a Sassoon, quien rápidamente reconoció el talento del joven oficial. La influencia de Sassoon fue fundamental: ayudó a Owen a dar un giro a su poesía, que hasta entonces era introspectiva y ahora buscaba documentar la realidad de la guerra en toda su crudeza. Las palabras de Owen comenzaron a convertirse en un testimonio directo, capturando escenas y emociones con una precisión casi fotográfica.
En una carta a su madre, según detalla el medio citado, explicó el nuevo propósito de su obra: “Vine aquí para ayudar a estos chicos: directamente, comandando tan bien como pueda hacerlo un oficial; y también de un modo indirecto, observando sus sufrimientos para poder hablar de ellos tan bien como pueda hacerlo un defensor”.
Durante su paulatina reincorporación al ejército, el poeta experimentó una explosión creativa y gestó sus poemas más reconocidos.
Entre sus obras más emblemáticas se encuentra “Dulce et decorum est”, cuyo título alude al famoso verso latino de Horacio: “Dulce y honroso es morir por la patria”. A través de imágenes impactantes, describe el ataque con gas a un grupo de soldados.
“Los ojos blancos retorciéndosele en la cara, una cara colgante, como la de un diablo harto de pecado”, relata Owen en uno de los pasajes más estremecedores del poema. La pieza concluye desmintiendo el mito heroico de la guerra: “no contarías con tan gran entusiasmo [...] esa vieja mentira: Dulce et decorum est pro patria mori”.
Un final prematuro y el inicio de la leyenda
En agosto de 1918, fue enviado nuevamente al frente. En octubre, recibió una condecoración por la forma en que condujo a sus hombres durante un asalto, una acción que narraría en carta: “Perdí todas mis facultades terrenales y luché como un ángel”. Sin embargo, la guerra estaba a punto de concluir y el destino le deparaba una última tragedia.
El 11 de noviembre de 1918, mientras en Inglaterra las campanas anunciaban la paz, la familia de Owen recibió la noticia de que el poeta había muerto una semana antes, cubriendo la retirada de un grupo de ingenieros bajo fuego enemigo.
El subteniente murió en el frente, pero ese día comenzó la vida del poeta. Siegfried Sassoon se encargó de editar y publicar el poemario que Owen había estado preparando. Desde entonces, el interés y el respeto por su obra no han hecho más que crecer.
El propio Owen lo definió con claridad: “Todo lo que un poeta puede hacer es advertir. Por eso los verdaderos poetas deben decir la verdad”.
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