
Fue pionera en la química nuclear y referente mundial en el estudio de los elementos superpesados. Nacida en Iowa, Darleane C. Hoffman desafió las barreras de género para destacarse en un campo liderado por hombres, protagonizó hallazgos fundamentales en la tabla periódica y se convirtió en inspiración para generaciones de científicas. Su carrera estuvo marcada por la excelencia, la innovación y una determinación incansable, según recordó The New York Times.
Infancia y primeros pasos: una vocación a contracorriente
Hoffman nació en la pequeña ciudad de Terril, Iowa, en el seno de una familia donde la educación era un valor central. Su padre era profesor de matemáticas, lo que propició un ambiente favorable para el desarrollo intelectual, mientras que su madre, dedicada al hogar, alentó su curiosidad y su afán de aprendizaje.
Desde temprana edad, Darleane se sintió fascinada por el mundo de las ciencias. Su destreza con los números y su inquietud por comprender el funcionamiento de la naturaleza la distinguieron en la escuela secundaria. Estas cualidades la llevaron a considerar seriamente la posibilidad de una carrera universitaria, algo poco común para las mujeres de su entorno y su época, destacó The Washington Post.

Decidió ingresar a Iowa State College, donde el escenario era desafiante: con frecuencia, era la única mujer en las clases de química. Persistió y se graduó en 1948. El interés y la pasión por la investigación la impulsaron a continuar sus estudios y, en 1951, obtuvo el doctorado en química física nuclear, una conquista verdaderamente excepcional para una mujer en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, según describió The Guardian.
Comienzos y vida familiar
En 1951, poco después de completar su doctorado, Darleane contrajo matrimonio con Marvin Hoffman, físico nuclear, quien se convirtió en un importante apoyo y colaborador a lo largo de su carrera. Juntos, compartieron la pasión por la ciencia y la búsqueda constante de nuevos desafíos en el laboratorio, relató The New York Times.
Su primer destino profesional fue el Oak Ridge National Laboratory, en Tennessee, uno de los epicentros de la investigación atómica en Estados Unidos. Allí aprendió y perfeccionó técnicas ligadas al estudio de átomos y materiales radiactivos, sentando las bases de lo que sería su futura especialización, según publicó BBC News.

Más adelante, la pareja se trasladó al Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México. En este lugar, Darleane trabajó durante más de tres décadas, creciendo profesionalmente y posicionándose como una figura clave en el desarrollo de la química nuclear.
La estabilidad familiar y la colaboración con su esposo permitieron que Hoffman pudiera dedicar una enorme energía intelectual y creativa al trabajo científico, incluso frente a los obstáculos propios de un ambiente dominado por hombres, según remarcó Los Angeles Times.
Innovación en la química nuclear
Durante su extensa etapa en Los Álamos, Hoffman se centró en el estudio de los isótopos radiactivos extremadamente raros. Esta línea de investigación la llevó a desarrollar métodos inéditos para detectar y analizar núcleos atómicos poco frecuentes, lo que permitió abrir nuevas perspectivas sobre la fisión nuclear, proceso clave tanto para la ciencia básica como para aplicaciones energéticas, subrayó CNN.

En 1971, Hoffman desafió la concepción predominante en la comunidad científica al detectar pequeñas cantidades de plutonio-244 en formaciones rocosas terrestres. Hasta entonces, se creía que los elementos transuránicos no se hallaban en la naturaleza debido a su corta vida media.
Este hallazgo fue revolucionario, ya que probó que estos elementos pueden formarse y preservarse en condiciones naturales específicas. Además, su trabajo con el aislamiento y la caracterización del fermio-257 permitió entender mejor los mecanismos de la fisión en elementos súper pesados, aportando así una visión más precisa sobre los límites de la tabla periódica, de acuerdo con The Wall Street Journal.
Hoffman también impuso un enfoque experimental inédito: analizar un átomo a la vez. Este método permitió estudiar los comportamientos y las propiedades de núcleos atómicos con tiempos de existencia extremadamente cortos. Su iniciativa científica, sumada a su rigor metodológico, fue clave para que Estados Unidos se mantuviera en la vanguardia de la investigación en este campo, como explicó Nature.
El desafío del elemento 106
La trayectoria de Hoffman estuvo marcada por su participación en una de las controversias científicas más intensas del siglo XX: la disputa internacional por el descubrimiento del elemento 106.

En 1974, como integrante del equipo del Lawrence Berkeley National Laboratory y en colaboración con figuras como Albert Ghiorso y Glenn T. Seaborg, presentó pruebas sólidas sobre la existencia de este nuevo elemento, identificado únicamente por su número atómico, según relató The New York Times.
Sin embargo, científicos soviéticos reclamaron haber realizado el hallazgo tres meses antes, lo que desencadenó una férrea competencia entre ambos países. Durante casi dos décadas, ambas comunidades científicas defendieron sus métodos y resultados, en un contexto atravesado tanto por el rigor académico como por tensiones geopolíticas de la Guerra Fría, tal como reportó BBC News.
La controversia se zanjó en 1993, cuando un panel internacional validó la investigación del equipo estadounidense. Finalmente, en 1997, el elemento 106 fue bautizado seaborgio en honor a Seaborg, colega de Hoffman y figura fundamental en la química contemporánea. Este logro representó una de las mayores satisfacciones para Hoffman, quien consideraba la resolución de este desafío como una prueba de la importancia del trabajo en equipo y la perseverancia en la investigación, según informó The Guardian.
Reconocimientos, aplicaciones y una huella imborrable en la ciencia

El impacto del trabajo de Hoffman trascendió los avances teóricos. Sus investigaciones y técnicas tuvieron aplicaciones concretas de gran valor social y tecnológico. Contribuyó de manera determinante al desarrollo de radioisótopos destinados a la medicina, facilitando la creación de materiales cruciales para diagnósticos y tratamientos oncológicos, tal como describió NPR.
Las técnicas desarrolladas por Hoffman para manipular y detectar sustancias de alta radiactividad transformaron procedimientos y protocolos utilizados hoy en laboratorios y centrales nucleares, con impactos directos en la salud pública y la protección ambiental, según publicó Scientific American.
A lo largo de su carrera, Hoffman fue reconocida con la Medalla Nacional de Ciencia en 1997, la Medalla Priestley de la American Chemical Society en 2000, el Premio Presidencial Enrico Fermi del Departamento de Energía de Estados Unidos en 2023 y una beca Guggenheim en 1978.
En 2002, la revista Discover la incluyó entre las 50 mujeres más influyentes en la ciencia. Además, se dedicó a mentorear y motivar a jóvenes científicas, convencida de que el acceso y la excelencia en la investigación no tienen género. La profundidad de sus aportes y su capacidad para desafiar estereotipos consolidaron su figura como una de las más admiradas y respetadas de la ciencia moderna, tal como resaltó The New York Times.
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