
Conductores y automovilistas que cruzaron las rutas de Estados Unidos durante los años noventa desconocían que, tras los faros de un camión, viajaba el responsable de una oleada de asesinatos. Aunque las investigaciones tardaron años en conectar los casos, Keith Jesperson utilizó el anonimato de la autopista y el silencio de la madrugada para dejar tras de sí una secuencia de crímenes cuya autoría sólo reveló con símbolos sonrientes y un juego con la prensa, según reconstruyó The Oregonian.
Una infancia marcada por la violencia familiar y el aislamiento
Keith Hunter Jesperson nació el 6 de abril de 1955 en Chilliwack, Canadá. Criado en un entorno de maltratos y rigidez, fue el segundo de cinco hermanos bajo la autoridad de un padre alcohólico y violento, describe The New York Times. Los episodios en su niñez incluyeron la tortura y muerte de animales, episodios que médicos y familiares relataron como señales de un desapego emocional profundo.
Durante la adolescencia, intentó ahogar a dos compañeros, conductas violentas que fueron encubiertas por adultos. Su aislamiento en la escuela y en su entorno social derivó en abandono escolar, una temprana unión con Rose Hucke —con quien tuvo tres hijos— y el comienzo de una trayectoria errante, primero en empleos informales y luego detrás del volante de un camión.
Diversos testimonios recogidos por The New York Times señalan que su hermano Bruce fue entrevistado por el FBI y describió un ambiente familiar donde la intimidación y la falta de contención eran moneda corriente. Especialistas en psicología forense señalan que el patrón de crueldad animal y violencia doméstica suele anticipar la aparición de comportamientos homicidas en la vida adulta de asesinos seriales.

La ruta como escenario de muerte: de los primeros asesinatos a la investigación
El quiebre definitivo en la vida de Keith Jesperson llegó tras su divorcio. Sin lazos familiares que lo retuvieran y con la libertad que le daba su empleo de camionero, comenzó a recorrer miles de kilómetros desde Oregón hasta California y el medio oeste de Estados Unidos. En ese contexto, eligió a sus víctimas principalmente entre trabajadoras sexuales y mujeres que hacían dedo en la ruta, señala The Washington Post.
La primera muerte documentada corresponde a Taunja Bennett, ocurrida en 1990 cerca de Portland, donde fue abandonada tras un acto de violencia en el que Jesperson buscó demostrar su control absoluto. El cuerpo fue hallado en una zona rural, pero los investigadores siguieron otras pistas, hasta que el propio Jesperson empezó a enviar confesiones anónimas a la policía y a medios locales.
La ruta volvió a convertirse en eje de sus crímenes: atacaba a mujeres solitarias que encontraba en estaciones de servicio, paradores y pequeños bares. Las convencía con ofertas de ayuda o tras promesas de viaje y, una vez aisladas en la cabina de su camión, ejercía violencia física y sexual antes de realizar los asesinatos.
Según The Oregonian, la mayoría de los cuerpos fueron encontrados a la vera de caminos secundarios, descampados y zonas donde el paso vehicular era esporádico.

Entre los nombres de las víctimas confirmadas, se encuentran Cynthia Lyn Rose, Laurie Ann Pentland, Suzanne L. Kjellenberg, Angela Subrize y Julie Ann Winningham. La secuencia de asesinatos siguió un patrón de desplazamiento interestatal que complicó el trabajo policial.
Jesperson mantuvo siempre el mismo método: estrangulamiento, ejecución solitaria y abandono del cuerpo en el anonimato de la ruta. A veces conservaba posesiones de las víctimas, que luego los investigadores identificaron como trofeos.
La carita feliz, la prensa y el asesino que buscaba fama

A diferencia de otros asesinos seriales, Keith Jesperson se obsesionó por tener un rol protagónico en el debate mediático. Cuando notó que su primer asesinato había generado acusaciones erróneas, optó por revelar información exclusiva a medios como The Oregonian, usando cartas enviadas de modo anónimo y siempre firmadas con una carita sonriente. De ese modo, se apropió del alias “el asesino de la carita feliz”.
“Solo el verdadero asesino puede ofrecer estos detalles”, escribió en una de las cartas recuperadas por la policía y citada por The Oregonian. En sus confesiones, exageró la cantidad de víctimas y aseguró que “nadie está seguro en la carretera”, sosteniendo un juego deliberado de intimidación pública.
En entrevistas posteriores, agentes federales relataron a The Washington Post que la correspondencia firmada con una carita feliz fue clave para vincular formalmente los crímenes, y la presión mediática derivó en la reactivación de casos que habían sido archivados o adjudicados a otros sospechosos.

La investigación, el arresto y el juicio
La caída de Keith Jesperson se aceleró en 1995, cuando la última víctima confirmada —Julie Ann Winningham, con quien había mantenido una relación sentimental— fue encontrada sin vida en el estado de Washington.
La familiaridad con la víctima, el rastro de llamadas telefónicas y la presencia de objetos personales guiaron a la policía hacia el camionero canadiense. De acuerdo con The Washington Post, Jesperson confesó en varias cartas y luego durante los interrogatorios, donde reconoció los métodos, los lugares y los objetos personales que guardaba de cada mujer.
La policía halló pruebas físicas y materiales transportados en su camión que unificaron los distintos expedientes. En los interrogatorios, Jesperson optó por detallar su mecánica criminal, en ocasiones exagerando el número de víctimas y manteniendo una postura distante respecto al sufrimiento ajeno.
En 1995, la Justicia de Oregón lo condenó a tres cadenas perpetuas consecutivas. Los fiscales subrayaron la falta de remordimiento y la lógica de notoriedad mediática en su accionar.

El presente tras las rejas: su hija, los nuevos testimonios y la serie en Netflix
Keith Jesperson continúa cumpliendo condena en la Penitenciaría Estatal de Oregón. Melissa Moore, su hija, contó en entrevistas que su infancia estuvo marcada por el miedo y la autoridad absoluta: “Había miedo y reglas estrictas en casa, detalles que ahora puedo asociar con lo que sucedió”, dijo a The New York Times.
La historia de Jesperson inspiró varios documentales y producciones, entre ellas Happy Face: Asesino en serie, donde la serie muestra a su hija descubriendo la verdad, aunque fue una modificación para la trama: Melissa Jesperson-Moore nunca desenmascaró a su padre, el caso fue resuelto por la policía.
El caso de Keith Jesperson, con sus crímenes y confesiones, sigue siendo una de las historias que marcaron la crónica criminal de Estados Unidos.
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