Vivió entre choferes, lujos y mentiras: “Al fin supe quién era la mujer que lloraba tanto en mi casamiento”

Patricia Schoo Obligado se crió entre autos de alta gama, mucamas y viajes al exterior. Se casó en 1977 y de esa noche guarda un recuerdo nítido: una desconocida lloraba sin consuelo. ¿Se había equivocado de boda? ¿por qué nadie sabía quién era? ¿por qué no había salido en ninguna foto? La historia de una vida edificada sobre el más cruel de los secretos

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Patricia abrió las puertas de su casa para contar su historia a Infobae (Nicolás Stulberg)
Patricia abrió las puertas de su casa para contar su historia a Infobae (Nicolás Stulberg)

Es julio de 1977 y Patricia está parada frente a las puertas de madera de la Basílica de Nuestra Señora del Socorro, en Retiro. Tiene 22 años y está nerviosa: el murmullo de los invitados se escucha desde afuera. Además del vestido blanco de gasa y el velo de tul, Patricia tiene guantes de raso que le llegan hasta los codos. Está tomada del brazo de su cuñado porque no tiene padre, al menos eso es lo que cree.

Sabe todo lo que tiene que hacer apenas se abran las puertas y comience la marcha nupcial, lo ensayó varias veces con el fotógrafo: caminar lento hacia el altar, mirar al frente, sonreír. Pero apenas se abre el portal una imagen la distrae: al lado de la soguita que la separa de los invitados, una mujer joven y menuda llora desconsoladamente.

Patricia la sigue con la mirada mientras camina hacia el altar: no la conoce, no entiende por qué llora.

Durante su casamiento, en 1977 (Nicolás Stulberg)
Durante su casamiento, en 1977 (Nicolás Stulberg)

Todavía es julio de 1977 cuando Patricia lleva la pregunta a su familia. Palabras más, palabras menos, todos contestan lo mismo: “No sé, había tanta gente esa noche…”. Patricia espera a que el fotógrafo revele las fotos y la busca entre los invitados: tampoco la encuentra, la mujer que llora no está en ninguna foto.

Vida de ricos

“Toda la vida me había preguntado quién era esa mujer, pasaron 20 años hasta que al fin entendí”, cuenta Patricia a Infobae. Acaba de terminar de hacerse un café y ahora se sienta en un sillón en su departamento, en Caballito, y arranca. Lo que está por contar es su propia historia, aunque parece una novela.

Patricia se crió entre tres casas: de lunes a viernes vivía en Martínez, en una enorme casa chorizo de una familia a la que llamaba “tíos”. En esa casa había jardín, primos para jugar, perros, gatos, bicicleta. Una vez por semana, sin embargo, su mundo cambiaba drásticamente: iba a buscarla su mamá, una señora refinada y elegante llamada Morena.

Las fotos que conserva de la "doble vida" que tuvo en su infancia (Nicolás Stulberg)
Las fotos que conserva de la "doble vida" que tuvo en su infancia (Nicolás Stulberg)

Me pasaba a buscar en un auto de lujo con su chofer y me llevaba a su departamento, en Recoleta. Ahí yo tenía otro placard con toda ropa muy buena, me llevaba a pasear a lugares muy paquetes. Viajábamos a Punta del Este todo los años, a Brasil, las casas a las que íbamos tenían mucamas, yo era socia del Club Hípico Argentino. O sea, yo era una nena con una vida bastante buena, me refiero a lo material”.

Los domingos, antes de devolverla a la casa de los tíos, Morena la llevaba a tomar el té a un tercer lugar, al que llamaba “la casa de La Mami”. “Según ella, eran una familia amiga, nada más. Todo era raro, ¿qué chico se cría en tres casas? Pero yo nunca pregunté, no sé por qué uno no pregunta”, dice Patricia, desde los 67 años que tiene ahora.

A medida que fue creciendo Patricia empezó a decir que no quería ir más con Morena los fines de semana. “¿Llamaste a tu mamá?”, le preguntaba su tía, y la respuesta era “no”. “La verdad es que me compraba de todo pero no me trataba bien, hablaba raro conmigo. Si se encontraba con alguien en la calle le decía ‘acá estoy, bien, con mi chica’. La chica era yo, a mí me sonaba horrible, una no dice ‘mi chica, dice mi hija’, ¿no?”.

Patricia creció y, cuando empezó la secundaria, Morena la puso pupila en el Instituto Virgen del Pilar, en Colegiales. “Dijo que ella viajaba mucho y que yo daba demasiado trabajo”. Patricia estuvo tres años encerrada con las monjas hasta que logró volver a vivir con sus tíos e ir a un colegio común.

El colegio en el que fue pupila
El colegio en el que fue pupila

Patricia siguió teniendo esa doble vida -austera de lunes a viernes, “vida de ricos” los fines de semana-. La diferencia, ahora, era que Morena se había casado vía Uruguay con un hombre muy adinerado por lo que, a la plata, se había sumado el poder.

“Tenía campos y una estancia, iba gente muy conocida, políticos de esa época: Alsogaray, Lanusse, ministros”, enumera. Comían en La Biela, en el Alvear pero el desprecio de Morena hacia ella aumentaba a medida que crecía.

“Ya me decía que era una inútil, que no servía para nada, que en el futuro iba a servir solo para lavar cabezas o platos”. Patricia ya no era una nena y a Morena -cuenta- también le molestaba su aspecto físico:

Patricia hoy
Patricia hoy

“Me decía ‘ponete derecha’, ‘ay ese pelo’, ‘esa nariz’. No tenía nada de malo mi nariz pero me hizo operar. Tenía una obsesión con que tenía que estar delgada. Ella era muy bonita, muy elegante, siempre contaba que había sido modelo y había viajado por el mundo. También decía que yo no era como ella: ‘Vos nunca vas a poder llevar una piel como la llevo yo’. Yo siempre pensaba lo mismo: qué raro que mi mamá me trate así”.

Apenas cumplió la mayoría de edad y consiguió un trabajo, Patricia buscó la independencia. Morena ya había empezado a pegarle, a llamarla “puta” por volver más tarde de lo que le permitía, a sacarle el dinero que ganaba.

Patricia se mudó sola y respiró aliviada. Tenía 20 años cuando una amiga le presentó a Jorge, el hombre con el que se casó dos años después en la Basílica del Socorro.

"El Socorro", la basílica en la que se casó
"El Socorro", la basílica en la que se casó

Ese 8 de julio de 1977, Jorge estaba adelante -en el altar, esperándola junto al cura-, por eso tampoco él vio a la mujer que lloraba cerca de la puerta.

¿Quién soy?

Patricia y Jorge tuvieron dos hijas y siguieron adelante con su familia elegida. Habían pasado 20 años del casamiento cuando ella empezó a sentir un malestar profundo, la angustia se le había metido en el cuerpo. “Eran ataques de pánico, sólo que en esa época nadie hablaba de esas cosas”.

Con sus vestidos elegantes, mientras era una nena (Nicolás Stulberg)
Con sus vestidos elegantes, mientras era una nena (Nicolás Stulberg)

Morena era una anciana pero seguía viva cuando Patricia empezó a atenderse con un psiquiatra: “Le fui contando cosas de mi vida hasta que un día él me preguntó: ¿Qué es lo que te haría feliz ahora? Yo no sé de dónde salió mi respuesta, porque no lo había pensado conscientemente, pero le contesté: ‘Saber que Morena no es mi mamá’”.

“Bueno -cerró el psiquiatra-. Entonces averigualo”.

Temblando, Patricia caminó hasta la casa de su tía, la mujer que la había criado, que también ya era anciana y estaba un poco sorda. La señora no entendió por qué había ido sin avisar, por lo que Patricia subió el tono y preguntó sin preámbulos: “Quiero saber si Morena es mi mamá”.

Patricia tiene ahora 67 años (Nicolás Stulberg)
Patricia tiene ahora 67 años (Nicolás Stulberg)

La mujer se sobresaltó, dejó de mirarla a los ojos y en vez de decirle “sí” o “no” le dijo “mirá qué cosas preguntás”. Fue la hija de esa señora quien escuchó la pregunta de Patricia y decidió poner fin a 40 años de mentiras:

— Paty, ¿vos querés saber toda la verdad? Venite el sábado a casa. Yo te voy a contar todo— le dijo.

Anatomía de una farsa

Sentada en la cama matrimonial con la cabeza entre las manos, Patricia lloró durante todos los días que pasaron entre el anuncio y el sábado. Era obvio que Morena no era su mamá y la pregunta que le erosionaba la piel era otra: ¿pero entonces quién soy?, ¿entonces no soy Patricia, soy otra persona?

Ese sábado se enteró de todo.

“Resulta que mi tía, la mujer que me crió, tenía una hermana que era la secretaria de Morena. Un día, esa hermana le contó que Morena, su jefa, no tenía marido pero quería tener una hija”.

Lo que siguió fue la rueda del chisme.

Pasaron 20 años de su casamiento hasta que empezó a desentrañar la verdad (Nicolás Stulberg)
Pasaron 20 años de su casamiento hasta que empezó a desentrañar la verdad (Nicolás Stulberg)

“¿Viste que antes, en las casas de barrio, se colgaba la ropa en el fondo y las mujeres hablaban con las vecinas del otro lado? Bueno, mi tía le contó el chisme a la vecina de atrás. ¿Y la vecina qué dijo? Que ella conocía a una familia de Corrientes que tenía a una beba que querían regalar”.

El dato llegó a Morena, que viajó a Corrientes con su chofer, su secretaria y su mucama personal.

“Allá se encontró con una familia que tenía campos y tenía de mucama a una chica menudita y jovencita. Bueno, el hijo de la familia la había dejado embarazada dos veces. Primero habían tenido un varón, y se lo habían quedado porque les servía para trabajar en el campo. Ahora la chica había tenido una nena. La abuela, una mujer muy sargentona, era la que mandaba en la familia. Bueno, ella había dado la orden de regalarla”.

Junto a Jorge
Junto a Jorge

La chica trabaja como empleada doméstica cama adentro y tendría unos 17 años. La beba a la que le obligaron a regalar era Patricia.

“Morena me fue a buscar, me trajo a Buenos Aires y me anotó en el Registro Civil con su apellido, todos datos falsos, porque además puso que yo había nacido en su casa. Llevó dos testigos: su chofer y su mucama”.

La lógica hubiera sido que Patricia se hubiera criado, con su identidad falsa, sola con Morena, entonces ¿por qué se había criado entre tres casas?

Vestido de gasa y velo de tul, en los recuerdos de su boda (Nicolás Stulberg)
Vestido de gasa y velo de tul, en los recuerdos de su boda (Nicolás Stulberg)

“Resulta que cuando yo tenía 7 meses Morena me llevó a la casa de la familia que le había hecho el nexo con la gente de Corrientes. Les dijo ‘la nena jode, llora, vomita, me da mucho trabajo y yo viajo’, y me devolvió. No me devolvió a la familia de Corrientes, que no querían saber nada con la hija de la mucama, me dejó con los intermediarios”.

Esa es la familia con la que Patricia se crió de lunes a viernes: un matrimonio a los que siempre llamó “tíos” pero que, en verdad, de sangre no eran nada. “¿Por qué Morena me siguió yendo a buscar una vez por semana para sacarme a pasear? Porque mi tía le dijo ‘Morena, un hijo no es como un perrito, que te molesta y lo devolvés o lo dejás tirado. Tenés que hacerte cargo’”.

¿Y la tercera casa? “Resulta que toda la familia de Corrientes también se había venido a vivir a Buenos Aires. Esa era ‘la casa de La Mami’ a la que Morena me llevaba a tomar el té los domingos: la casa de la vieja sargentona que había obligado a mi mamá a regalarme”, dice Patricia. Se habían mudado también con la mucama.

“Todos los domingos, entonces, yo iba a esa casa y estaba mi verdadera mamá”.

Su prima le contó, también, que su mamá biológica no tenía permitido acercarse a ella pero que nunca le había perdido el rastro: mandaban al hijo varón al mismo colegio que a Patricia, y que la mujer se quedaba en la puerta todos los días en silencio solo para verla salir. Le contó, también, que muchas veces la seguía por la calle, como si la acompañara.

Patricia en su laberinto, con la esperanza todavía entre las manos (Nicolás Stulberg)
Patricia en su laberinto, con la esperanza todavía entre las manos (Nicolás Stulberg)

“El resto fue seguir preguntando, también en la familia de mi papá biológico, porque también tenía un padre yo. Una vez pude hablar con ellos, me dijeron ‘debut y despedida’. Así me enteré que mi mamá había ido a mi casamiento”, interrumpe Patricia. Ese fue el dato que la hizo volver 20 años hacia atrás y atar cabos:

“Recién ahí pude entender: esa era la mujer menudita que lloraba tanto en mi casamiento”.

Patricia logró entender la trama pero nunca logró volver a verla. Le contaron que su mamá había logrado salir de esa familia, mudarse al interior del país, casarse y que había tenido otros hijos. El nombre de la mujer es Natividad Díaz; su apodo, Nati. Si está viva debe tener unos 84 años.

Esta historia es la botella que Patricia decidió tirar al mar con la esperanza, todavía tibia, de encontrarla.

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