
Un error de comunicación y posibles fallos en los instrumentos de vuelo podrían haber sido factores determinantes en la colisión ocurrida el pasado 29 de enero en Washington, D.C., donde un helicóptero militar Black Hawk y un avión comercial de American Airlines impactaron en el aire, causando la muerte de 67 personas. Según informó la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB, por sus siglas en inglés), el accidente se produjo cuando el helicóptero, que realizaba un vuelo de entrenamiento nocturno, no siguió la instrucción de la torre de control de mantenerse detrás del avión.
La presidenta de la NTSB, Jennifer Homendy, explicó que una grabación de la cabina del helicóptero sugiere que la tripulación no recibió la orden clave, emitida 17 segundos antes del impacto por un controlador aéreo del Aeropuerto Ronald Reagan Washington National. La transmisión fue captada en las grabadoras de voz de ambas aeronaves, pero el micrófono del Black Hawk estuvo activado durante 0,8 segundos en ese momento, lo que podría haber interferido en la recepción del mensaje.
La investigación también ha revelado que, en los minutos previos a la colisión, la torre de control había estado gestionando un alto volumen de tráfico aéreo, con múltiples aeronaves en aproximación. Según datos preliminares de la NTSB, el controlador aéreo a cargo del sector tenía que coordinar varias instrucciones en simultáneo, lo que pudo haber dificultado la confirmación de que el Black Hawk había recibido y comprendido correctamente la orden de mantenerse detrás del avión comercial.

Altitudes conflictivas y posibles fallos en los instrumentos
Otro aspecto clave en la investigación es la discrepancia en los datos de altitud registrados por los pilotos del helicóptero. De acuerdo con Homendy, poco antes del accidente, el piloto del Black Hawk informó que volaban a 300 pies (91 metros), mientras que el instructor a bordo señaló que estaban a 400 pies (122 metros). Sin embargo, el altímetro de radiofrecuencia del helicóptero registró 278 pies (85 metros) en el momento del impacto.
El modelo de helicóptero involucrado en el accidente cuenta con dos tipos de altímetros: uno barométrico, que calcula la altitud según la presión atmosférica, y otro basado en radiofrecuencia, que mide la distancia al suelo. Aunque los pilotos suelen confiar en el altímetro barométrico, los datos almacenados en la caja negra del helicóptero corresponden a la medición del altímetro de radio. “Quiero ser cautelosa al respecto, ya que esto no significa necesariamente que los pilotos estuvieran viendo esa misma altitud en sus instrumentos barométricos”, precisó Homendy.

Un vuelo de entrenamiento en condiciones desafiantes
El Black Hawk pertenecía al Ejército de los Estados Unidos y realizaba una prueba de verificación anual enfocada en el uso de gafas de visión nocturna y vuelo exclusivamente con instrumentos. La tripulación estaba conformada por tres soldados con amplia experiencia: la capitana Rebecca M. Lobach, de Carolina del Norte; el sargento de estado mayor Ryan Austin O’Hara, de 28 años, de Georgia; y el jefe de aeronaves Andrew Loyd Eaves, de 39 años, de Maryland. Ninguno sobrevivió.
El avión de American Airlines, un jet regional, transportaba a 64 personas y se encontraba en fase de aproximación al Aeropuerto Ronald Reagan tras despegar de Wichita, Kansas. La colisión se produjo a una altitud de aproximadamente 325 pies (99 metros), lo que sugiere que el helicóptero excedió el límite de 200 pies (61 metros) establecido para esa zona según regulaciones locales.

Restricciones temporales en el espacio aéreo
En respuesta al accidente, el secretario de Transporte, Sean Duffy, ordenó la imposición de restricciones temporales al tráfico de helicópteros en las inmediaciones del Aeropuerto Ronald Reagan. Homendy calificó la medida como positiva, aunque destacó que aún es pronto para determinar si estas restricciones deberían ser permanentes. “Es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas”, afirmó en una conferencia de prensa.
A pesar de la magnitud del siniestro, la presidenta de la NTSB subrayó que la seguridad del transporte aéreo en Estados Unidos sigue siendo alta. No obstante, este accidente es el más mortífero en el país desde 2001, cuando un avión se estrelló en un vecindario de Nueva York, causando la muerte de 260 personas a bordo y cinco en tierra.

Un largo camino hacia las conclusiones finales
La investigación sobre el accidente del 29 de enero aún se encuentra en una fase preliminar, y la NTSB estima que el informe final podría tardar más de un año en completarse. Homendy advirtió que todavía hay múltiples aspectos por analizar, como el impacto de los posibles datos erróneos de los altímetros, las condiciones del vuelo nocturno y la comunicación entre la tripulación del helicóptero y la torre de control.
“Estamos apenas a unas semanas del accidente”, declaró Homendy. “Queda mucho trabajo por hacer”. La NTSB continuará examinando todos los factores que pudieron contribuir a la tragedia, con el objetivo de prevenir futuros incidentes en el congestionado espacio aéreo de la capital estadounidense.
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