En el circuito de la ATP y en el de la WTA, hay muchos tenistas con millones de seguidores en redes sociales y decenas de marcas esperando firmar un contrato con las caras más reconocidas del mundo del tenis. No Cristina Bucsa. Ella es una tenista atípica que rara vez se la ve en los medios de comunicación, que se paga sus propias raquetas, no tiene sponsor ni tampoco redes sociales. Ni siquiera procede de una de las grandes academias del tenis, aunque lleva por bandera Torrelavega, donde dio sus primeros pasos en el deporte de raqueta. No los necesitaba, sin ellos consiguió el bronce olímpico junto a Sorribes y el título de dobles del Mutua Madrid Open de 2024. “Jamás se ponía nerviosa. Su cabeza era lo que la diferencia. Es un poco tipo Nadal o Djokovic”, recuerda Javier Cabeza, uno de sus primeros entrenadores con Infobae España.
Bucsa nació en Moldavia el 1 de enero de 1998, pero con tan solo 3 años llegó a España, donde se instalaron en Las Fraguas, en Cantabria, donde su padre trabajaba como guardés en el Palacio de los Hornillos. Allí su padre le montó una especie de aparato en una de las habitaciones para que la niña pudiera estar golpeando a la pelota. Tan solo un año después se presentó con su padre en las instalaciones municipales de La Lechera para apuntar a Cristina a la escuela de tenis. “Ella era muy chiquitina y la metimos en un grupo con los pequeños, pero ella era la más pequeña de todos, porque normalmente empiezan con cinco o seis, incluso siete”, recuerda Javier Cabeza. No es habitual que los niños empiecen tan jóvenes, pero, según considera Cabeza, lo que su padre quería era “comprobar si tenía algún tipo habilidad y le gustaba”.
Ya desde pequeña mostraba predisposición por el deporte en general, como ajedrez, judo o atletismo, y por el tenis en particular. “Todavía nos acordamos los profesores que golpeaba muy bien a la pelota de derecha y de revés. Lógicamente, no pelotean ni pasan la bola, pero sí le pegaba bien ya entonces”. Lo cierto es que durante los entrenamientos no perdían un segundo y el empeño de su padre porque su hija mejorara era tal que incluso “ayudaba a recoger las bolas rápido para que no se acabase el cesto y pudiera seguir tirando bolas a la niña”.

Si por entonces había algo que destaca de Cristina, además de sus dotes para el tenis, era su disciplina. Su padre había sido olímpico y consiguió inculcarle esa característica a su hija. Tal era la situación que la aspirante a tenista ni siquiera podía usar el móvil, ver la televisión o jugar con las videoconsolas. “Lo tenía casi prohibido. Veía la tele o los dibujos mientras merendaba, pero muy poco tiempo”. Además, su padre priorizaba mucho su descanso, una cuestión que han mantenido a lo largo de su carrera.
Cristina no tardó en destacar y rápidamente fue quemando etapas, siempre más avanzadas para su edad. “Ella siempre ha competido con niños más mayores. Los padres no tenían ningún problema en que jugase en categorías superiores porque el objetivo final era intentar que la niña pudiese vivir del tenis o llegase lejos”, recuerda. Bucsa tampoco tenía ningún problema con este asunto, dado que desde pequeña estaba acostumbrada a ello.
Los nervios de acero de Cristina Bucsa y su padre-entrenador
“Jamás se ponía nerviosa”, asegura Javier Cabeza. Esa era una de sus mejores armas, sobre todo con aquella edad, donde la mayoría tienen niveles muy parecidos y juegan muy similares. “Su cabeza era lo que la diferencia. Es un poco tipo Nadal o Djokovic”, considera. Aunque añade: “Supongo que los nervios van por dentro, pero ella no lo demostraba jugando”. Además, era una tenista que se “agarraba a la pista” y le daba igual cuanto durase el partido o cómo fuera el resultado. “Para ganarla había que sudar sangre, no se la ganaba fácil”.
Su ascenso fue meteórico, fue pasando de torneo en torneo, arrasando con todo a su paso. Sin embargo, cuando Torrelavega se le quedó pequeño se encontró con un problema: la nacionalidad. “Hasta que no llevas 14 años viviendo en España no puede ni jugar en la selección ni acceder al Centro de Alto Rendimiento”. Desde que Cristina tenía 15 años, fue su padre quien asumió el rol de entrenador y ante la falta de ayudas económicas, su padre decidió coger el coche y viajar por distintos países para que su hija empezara a conseguir puntos y acceder a los cuadros en los que estaban las grandes jugadoras.

Desde ese momento, su padre siempre ha sido su entrenador: “El padre ha sido lo mejor que le ha podido pasar a Cristina, porque era una niña muy familiar”. ¿El problema? Su padre apenas tiene conocimientos de tenis, pero a base de viajar con su hija y de ver a entrenadores profesionales ha ido cogiendo ideas y técnicas y aplicándolas en los entrenamientos de Cristina. “Creo que hasta un punto eso le ha venido bien a ella, pero tengo claro que si Iván hubiese dejado en manos de un buen profesional a Cristina, incluso bajo su supervisión, podía haber llegado más arriba o puede llegar aún”.
Contratar a un entrenador, más los gastos del hotel y viajes, es un dinero y, considera Javier Cabeza, “Iván cree que eso lo puede hacer él”. Una cuestión que se ve reflejada en la tenista: “Cristina tiene unas carencias técnicas que para pegar ese pequeño salto en su carrera necesitaría un profesional”. Lo cierto es que su padre no solo hace de entrenador, sino que asume todas las funciones: de fisio, representante… “Cristina ha llegado a ser la 70 del mundo y eso está genial, pero podía haber sido la 30, 25 o 40 y eso es más ingresos, más dinero y más acceso a cuadros”.
Poca prensa y nada de redes sociales
“En la actualidad, algunas personas utilizan las redes sociales para insultar a los tenistas y meterse con ellas. Creo que Iván quiere tener a Cristina en una especie de burbuja donde no le afecten las críticas. Por eso lo de poca prensa y medio de comunicación o redes sociales. Él quiere que su hija esté centrada en el tenis”, considera.
De cara a futuro, considera que va a continuar en los puestos en los que está, “a no ser que su padre cambiara de opinión”. Lo que tiene claro es que todavía hay Cristina para cuatro o cinco años más. Para él ha sido todo un orgullo poder “ver crecer tenísticamente” a Cristina, quien ha puesto a Torrelavega en el mapa a través de los medios de comunicación. “Y ha sido un auténtico orgullo que pasara por nuestras manos”, afirma.
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