Resulta un tanto irónico que el único director en Hollywood procedente de Grecia, la primera civilización humanista, sea precisamente el que se esté encargando de firmar algunas de las películas más desesperanzadoras y claramente misántropas de los últimos años. Yorgos Lanthimos arrancó su carrera en tierras helénicas con películas que se interesaban por entender la condición humana en todas sus facetas, y con su última película no es que haya hecho la reflexión más aguda, sino que ha llegado a la misma conclusión que lleva trabajando desde Canino, su segunda película y primer gran título en el que exploraba las dinámicas de una familia enclaustrada en su domicilio y ajena a la realidad fuera de él.
En Bugonia Lanthimos recupera la acción desarrollada en casi un único espacio, aunque ahora sus personajes parecen vivir en una cárcel más mental que física: internet. Más concretamente, las redes sociales cada vez más contaminadas por la polarización —no hace falta oír el nombre de Elon Musk y X para que resuene su eco— cuando no foros directamente de ultraderecha. Una problemática que poco a poco han ido retratando obras recientes como The Sweet East o Eddington, por lo que en ese sentido tampoco aporta una visión muy novedosa más que afianzar el interés de Hollywood por este tipo de historias.
Tras la fábula de la Frankenstein moderna y presuntamente empoderada de Pobres criaturas o el tríptico de historias extrañas que era Kinds of Kindness —cuáles no lo son en el cine de Lanthimos—, Bugonia cuenta la historia de una exitosa empresaria que es secuestrada por dos hombres convencidos de que ella en realidad es una alienígena infiltrada en la Tierra para ir matando lentamente a la humanidad, comenzando por las abejas. Una premisa loca que toma su inspiración de la película surcoreana Save the green planet, pero a la que Lanthimos imprime varias de sus señas de identidad, a saber, los grandes angulares —ahora en el formato VistaVision recuperado con The Brutalist—, los diálogos aparatosos y un humor tan absurdo como pretendidamente mordaz.

‘Misery’ en tiempos de posverdad
Como pronto se dan cuenta tanto los espectadores como los propios protagonistas, lo realmente importante en Bugonia no es si Michelle (Emma Stone) es una andromedana, sino por qué dos personas podrían estar tan convencidos de ello hasta el punto de secuestrarla y torturarla. La película pretende exponer como buena parte de la sociedad es presa fácil de las fake news y de cómo nosotros, como sociedad, buscamos convencernos de que nuestra vida no puede ser casualidad, que tiene que haber un gran significado detrás de todo. En el caso de Teddy (Jesse Plemons), su particular caza de andromedanos responde a una serie de tragedias familiares y de cómo esta se puede entender mejor a través de “conspiraciones” que de la cruda realidad: que el ser humano es cruel.
Esta es la tesis de Lanthimos, pero su forma de responder a ella es igual de cruel, vulgar, y estúpida. Somete a sus personajes a torturas físicas —Emma Stone rapada mediante— y morales, sin arrojar nada de luz en ningún momento. Como ejemplifica un atropellado diálogo entre Teddy y Michelle cuando esta se encuentra amordazada en el comedor, no hay espacio para el diálogo, pero de ninguno de los dos lados. El cineasta griego opta en varias ocasiones por resolver sus escenas a base de golpes de efecto —cambios de plano o interrupciones musicales, cuando no golpes físicos sujetos al montaje— cuando la película intenta llegar remotamente a una reflexión. Para qué, si es mucho más sencillo quedarse en el chiste.

El agotamiento de una pareja y una fórmula
Todo apunta a que tanto Lanthimos como al guionista de Bugonia, Will Tracy (El menú) les pareció tan buena idea hacer una película sobre el auge de los conspiracionistas y las CEOs empoderadas que se les olvidó construir una película entre medias. Todo es tan formulaico, tan superficial y tan facilón que para cuando llega la película a su giro final da igual que sorprenda o no, es solo el remate a un chiste tan alargado que ha perdido la gracia. Por el camino, la sensación de que Lanthimos y sus actores se lo han pasado de lo lindo interpretando a estrambóticos personajes antes que intentar comprenderlos y entender de dónde viene ese odio que profesan.
En un año en el que están apareciendo películas que invitan a la reflexión sobre posturas históricamente polarizadas como Los domingos, Bugonia opta por quedarse en la broma antes que articular un discurso y añadir la ironía después. No es que sorprenda viendo la deriva de sus películas, pero parece después de todo que quizá él mismo se ha cansado de la fórmula y planea tomarse un descanso después de encadenar varios proyectos seguidos: “No puedo seguir haciendo eso. Eso es lo que tenemos claro ahora mismo. Creo que necesito un descanso”. Quizá esté cansado o quizá se haya contagiado de la propia apatía y desconfianza hacia la humanidad que exudan sus películas, pero siempre le quedarán sus compatriotas de hace miles de años para recuperar algo la fe en la especie humana.
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