Resulta complicado analizar una película como The Brutalist, ya que parece surgir prácticamente de la nada, sin apenas referencias previas y que se erige como una obra monumental, casi como si se viera por primera vez Ciudadano Kane o Érase una vez en América, por poner dos ejemplos de obras icónicas por su impacto cinematográfico y su audacia tanto narrativa como visual, razones por las que han quedado incrustadas en el imaginario colectivo cinéfilo.
Todavía es pronto para saber qué impacto tendrá The Brutalist en el futuro, pero está claro que se trata de una obra ambiciosa, que arriesga de una manera casi suicida y que está repleta de decisiones que la convierten en una experiencia única.
Hasta el momento, la carrera de Brady Corbet como director no hacía pensar en semejante deriva. Había hecho dos películas, La infancia de un líder, sobre el nacimiento del nazismo y Vox Lux: El precio de la fama, protagonizada por Natalie Portman. Ambas eran muy políticas, algo que las conectaría con The Brutalist, pero ahí quedaba la cosa y su nombre todavía se relacionaba más con su faceta como actor, protagonista de películas de Michael Haneke o de Greg Araki.
A partir de ahora, y después de ganar el León de Oro a la mejor dirección en Venecia y el mismo premio en los Globos de Oro (donde obtuvo, también, el galardón a mejor película dramática y el de mejor actor para Adrien Brody), pasará a la historia por otros motivos.
De qué va ‘The Brutalist’
La película comienza con la llegada a Estados Unidos de un superviviente del Holocausto de origen húngaro, László Tóth (interpretado por Adrien Brody) que había sido en su país un eminente arquitecto. La imagen subvertida de la Estatua de la Libertad como tótem de la nación de acogida ya anuncia que nos adentramos en un territorio tanto mítico como inquietante y que compone un primer acto de apertura de una enorme elegancia subliminal.

A partir de ese momento, nos introduciremos en el itinerario de ese hombre marcado por la tragedia dentro de un paisaje inhóspito dispuesto a exprimir su cuerpo y su alma. Porque The Brutalist habla del genocidio nazi, del nacimiento del pueblo judío a través del Estado de Israel y de la conciencia de identidad que se fraguaría a partir de ese momento y que ha desencadenado en una realidad, la actual, repleta de violencia. Pero, sobre todo, habla del sentimiento de indefensión de las personas migrantes frente al capitalismo devorador que representa la cara oculta del Sueño Americano.
Por esa razón, a lo que asistiremos será a la rotura progresiva de un hombre que se siente esperanzado ante un nuevo comienzo y cuya experiencia se verá totalmente fagocitada dentro de un sistema que lo rechaza y que se encargará de humillarlo de manera sistemática, sobre todo a través de la figura del magnate Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), que le encargará un ambicioso proyecto envenenado que terminará convirtiéndose en su obsesión y, también, en su derrumbe moral.
Una duración de casi cuatro horas y filmada en el formato VistaVisión
Se ha hablado mucho de la duración de la película, que sobrepasa las tres horas y media y que se divide en dos partes con un intermedio de quince minutos que se encuentra integrado en el metraje a través de una cuenta atrás que cuenta con banda sonora propia.
Lo cierto es que ambas mitades, que constan cada una de una hora y 40 minutos aproximadamente, se encuentran totalmente justificadas. Y, de hecho, una de las particularidades de la película es que cada parte se encuentra totalmente diferenciada, de manera que la primera se adapta al relato más clásico para producirse en la segunda una serie de ‘disrupturas’ narrativas que alcanzan una dimensión casi experimental en la manera de contar la historia a través de elipsis abruptas.

También se ha puesto de manifiesto la elección del autor del formato. The Brutalist está filmada en VistaVisión, que fue creada por la Paramount como alternativa a los 35 mm panorámicos y que tiene como particularidad una profundidad de imagen asombrosa. ¿Películas míticas en VistaVisión? Por ejemplo, desde Lo que el viento se llevó a Interstellar.
Lo cierto es que, ya sea por la utilización de esta técnica o por la propia capacidad auroral de Corbet, la película está llena de imágenes impactantes que se quedan incrustadas en la retina. El nombre de The Brutalist, que se refiere a la técnica arquitectónica del brutalismo, adquiere en este sentido una importancia fundamental. Y es que toda la obra está inundada de este estilo que surgió durante la década de los cincuenta y que utilizaba los materiales de construcción más básicos (hormigón, ladrillos vistos) para configurar obras de gran impacto estructural y geométrico.
La importancia de la arquitectura en ‘The Brutalist’
De esa forma, toda la película es eminentemente ‘brutalista’, cada encuadre, cada paisaje, la forma en la que se plasman los paisajes, las decisiones de puesta en escena, los ángulos y los recovecos, el propio color de la fotografía. Cada detalle se encuentra pensado al milímetro como si se tratase, en efecto, de una obra de ingeniería.
En ese sentido, la película alcanza su culmen en la visita a las minas de mármol de Carrara, que terminará con una de las secuencias de sexo más incómodas que hemos visto en los últimos tiempos y en la que se concretiza buena parte de las relaciones de poder entre ricos y pobres, entre jefes y subordinados, entre el hombre blanco que se impone sobre la raza estigmatizada.
The Brutalist no es una película perfecta, como precisamente reivindican las obras ‘brutalistas’. En ella hay un sentimiento constante búsqueda que bascula entre lo tosco y lo estilizado, entre lo esencial y lo elevado. Y así todo el rato. En definitiva, es una obra que se cuestiona, que se busca así misma, ya que el tema esencial es el de la identidad, y que compone una sinfonía fílmica apabullante que entronca con los grandes relatos épicos de Hollywood que fueron denostados por la industria por su carácter controvertido, elocuente, epifánico y suicida, véase Días del cielo, de Terrence Malick o La puerta del cielo, de Michael Cimino.
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