Hace poco más de diez años que Gabriel García Márquez, el famosísimo escritor colombiano autor de Cien años de soledad, murió en México. En medio del desorden de papeles, libros y documentos que cubren la mesa de trabajo del abogado y dramaturgo español Germán Ubillos, permanece la última carta de despedida que Gabo escribió antes de morir. Una carta de despedida siempre tendrá algo de trágico y conmovedor. La de García Márquez, con sus profundas reflexiones sobre la vida y la muerte y su dominio indudable del lenguaje, “hiela la sangre”, describe el abogado.
Una reflexión sobre la vida a modo de despedida
García Márquez expresa en su carta el deseo de volver a vivir, tomando el propio vivir como máximo propósito, al ver su propia muerte de cerca, tranquila pero imparable; ese final inevitable que insta a cualquiera a correr en la dirección contraria, aunque nadie nunca tenga éxito: “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida”, comienza, expresando su anhelo por una segunda oportunidad para vivir de manera más intensa, “posiblemente no diría todo lo que pienso pero, en definitiva pensaría todo lo que digo”. Habla de valorar las cosas no por su precio, sino por su significado, y de cómo aprovechar la vida más profundamente, más humanamente, sabiendo, como aprendió a saber, si bien demasiado tarde, lo efímero que es vivir.
“Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen, escucharía mientras los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate….”. Trágico, sin duda, el revisitar la vida e imaginar que se hizo todo lo que, en realidad, no se pudo hacer, sin importar lo nimio que pueda parecer; de expresar plenamente su pasión por la vida de todas las formas que no le fueron posibles: “Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que ofrecería a la luna”.
No se limita a su propia vida, sino que reconoce lo importante que es agraciar a los demás: “Convencería a cada mujer de que ella es mi favorita y viviría enamorado el amor”, “a un niño le daría alas, pero dejaría que él solo aprendiese a volar”, y “a los viejos, mis viejos, les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido”.
En su carta, también reflexiona sobre todo lo que ha aprendido en la vida, compartiendo como “cuando un recién nacido aprieta con su puño por primera vez el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre” y como todos los hombres han de saberse iguales, y no mirar al otro “hacia abajo” excepto “cuando ha de ayudarlo a levantarse”.
A medida que la carta avanza, García Márquez deja claro que es consciente de lo corta que es la vida. “Siempre hay un mañana, pero por si me equivoco y es hoy todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré”. Hay algo de bello en la epifanía de la propia mortalidad, en la tragedia que supone darse cuenta de que el tiempo se acaba, siempre, y demasiado pronto. Más aún, si cabe, el imaginar un anciano, temeroso y valiente, observando el vacío mientras el vacío mira de vuelta, deseando haber querido más, querido mejor y más tiempo, y haber sabido ver lo realmente importante antes de saberse muerto: “Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas”, dice, invitando a expresar el cariño y la gratitud antes de que sea tarde.
La carta de Gabriel García Márquez no solo es una despedida, sino también una reflexión sobre la vida y lo que queda atrás de cada uno una vez deja de estar. Un recordatorio de que lo importante, según el autor, no son las palabras no dichas, sino los gestos y los vínculos que se construyen a lo largo del camino.
Como conmemoración del aniversario de la muerte de su padre, Rodrigo y Gonzalo García Barcha decidieron publicar la última obra de su padre, En agosto nos vemos, que el autor comenzó a escribir en 1999 pero nunca llegó a publicar. Según añaden sus hijos en un prólogo, esta novela póstuma tiene “muchísimos y muy disfrutables méritos y nada que impida gozar de lo más sobresaliente de la obra de Gabo: su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano y su cariño por sus vivencias y sus desventuras, sobre todo en el amor” a pesar de que, en sus últimos años, la mente del autor comenzó a deteriorarse como síntoma de su edad. Fue publicado en marzo de este año, con una primera edición de 250.000 ejemplares y versiones que se editaron en Estados Unidos, Canadá, Alemania, Reino Unido, Portugal, Brasil, Holanda, y Dinamarca, además de varios otros países.