El miedo a la muerte: cómo vencer la obsesión para tener una vida plena

“¿Realmente queremos vivir a los 180 años con dolor, mala calidad de vida y con tratamientos paliativos? Pues la mayoría de la gente supongo que dice que no. Una cosa es la vida y otra cosa es la existencia”, reflexiona el Catedrático de Psicología Antonio Cano Vindel

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Una mujer delante de varios nichos en el cementerio de la Almudena de Madrid. (Alejandro Martínez Vélez / Europa Press)
Una mujer delante de varios nichos en el cementerio de la Almudena de Madrid. (Alejandro Martínez Vélez / Europa Press)

La muerte. Ese tema que nos estremece y que optamos evitar, algunos, a toda costa. Los religiosos prefieren mirarla, pero de otra manera, no como un punto final, sino como un punto y aparte. Otros, los artistas y los escritores, han tratado de recorrer todas sus aristas. Markus Zusak, en su conocida obra La Ladrona de Libros, la sitúa como a la narradora que acompaña al lector a lo largo de la historia. “Tarde o temprano, apareceré ante ti con la mayor cordialidad. Tomaré tu alma en mis manos, un color se posará sobre mi hombro y te llevaré conmigo con suma delicadeza”, advierte en las primeras páginas. Unas palabras inocentes que pueden ser aterradoras para algunos.

El miedo a la muerte es normal. Sin embargo, este temor puede volverse patológico. El Catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Cano Vindel, explica que las personas que tienen un carácter un tanto obsesivo pueden llegar a desarrollar miedos que van más allá de lo normal. “El deseo de control perfecto está reñido con lo que es la realidad y, en especial, con la muerte, porque por muy perfecto que seas, al final te vas a morir”, recuerda.

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“Al estar obsesionados, los pensamientos intrusivos ocupan mucha atención y, además, están interpretados de una manera muy amenazante y magnificada. Como están muy pendientes, pueden generar síntomas de ansiedad que van a ser malinterpretados como posibles síntomas de un cáncer o de una enfermedad degenerativa cualquiera”, explica Cano. Además, matiza que este miedo “está más cerca de trastornos del espectro obsesivo que de fobias, aunque al fin y al cabo, las clasificaciones son intentos de cortar la realidad en trozos, en áreas de superficie, pero la realidad es continua, no está dividida en trozos”.

Recuerda que has de morir

Cano es firme con la reflexión a la que debemos llegar los humanos respecto al final de la vida: “Tienes que aceptarlo, vas a morir sí o sí. Da igual que te obsesiones o no, da igual que desarrolles una hipocondría o no, da igual que desarrolles otros problemas emocionales, te vas a morir como todo el mundo. Y entonces, tienes que aceptarlo”.

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El psicólogo, que también es expresidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), añade que, en muchas ocasiones, las personas con este miedo extremo en torno a la muerte recurren a estrategias de regulación emocional que no funcionan. Estas estrategias son comportamientos que utilizamos para gestionar las emociones que provocan malestar o ansiedad, y pueden sernos útiles, o provocar aún más angustia, porque en lugar de reducir la ansiedad, lo que hacen es aumentar el miedo.

Cuando la muerte no se va de la cabeza

Cuando no aceptamos el fin de la vida y nos obsesionamos, recurrimos a la técnica de rumiación. Te convences a ti mismo de que si le das vueltas al tema, podrás encontrar una solución, pero “lo que estás haciendo es procesar información emocional muy amenazante para ti, relacionada con la enfermedad y con la muerte” y eso, al fin y al cabo, se traduce en “perder mucha calidad de vida, porque vas a generar mucha ansiedad que no necesitas, que va a producir mucho malestar, activación fisiológica, sensación de pérdida de control y muchos síntomas que vas a confundir con otras enfermedades. Te vas a amargar la vida”.

En la sociedad, también se utiliza otra estrategia de regulación, especialmente con los niños, que es la de la evitación. “Antes los niños acompañaban a los adultos a los encuentros sociales con los que nuestra sociedad regula la despedida de la vida, como los velatorios o los entierros. Ahora los niños viven de espaldas de la muerte, porque a la sociedad le parece que los niños no deben exponerse”, señala el experto. Al contrario de la rumiación, esta estrategia consiste en evitar a toda costa pensar en el fin de la vida, y es un sistema que se emplea a escala social, y que solo produce que aumente el temor. ”El hecho de abordar la realidad nunca creo que pueda ser malo”, expone Cano, que insiste en la necesidad de introducir este tema a los más pequeños para que lo entiendan desde la naturalidad y la cotidianidad: “Hay que saber en qué momento un niño se plantea algo y en ese momento hay que darle información adaptada a lo que él puede comprender en ese momento”.

Estas dos estrategias pueden calmar la ansiedad momentáneamente, pero el miedo no se va, de hecho, aumenta. Por ello, cuando nos vienen estos pensamientos, en lugar de apartarlos y correr a hacer otra cosa que nos saque el miedo de la cabeza, debemos dejar que esos pensamientos entren y reflexionar, y tenemos que pensar, no rumiar. “Yo llamaría pensar a la reflexión sin carga emocional. Y llamaría rumiar, a darle vueltas a las cosas y sufrir”, resalta.

“Entonces, una cosa es rumiar y otra cosa es reflexionar acerca de la vida o escribir acerca del sentido de la vida. Es bueno hablar con la gente para ayudar a llevar mejor el final de la vida o la aceptación de la próxima pérdida de un familiar. Si eso es así, tiene sentido. Lo que no tiene sentido es estar sufriendo por algo que es inevitable, que es que vamos a morir”, cuenta.

Una tumba en el cementerio de la Almudena de Madrid. (Eduardo Parra / Europa Press)
Una tumba en el cementerio de la Almudena de Madrid. (Eduardo Parra / Europa Press)

Restarle peso a la muerte

Cano explica que estamos genéticamente dotados para sentir reacciones de miedo intenso ante la posibilidad de perder la vida porque nos ayuda a preservarnos. La vida es deseable para todos los seres vivos que luchan por sobrevivir. Pero claro, una cosa es la vida plena, y otra cosa es la vida ralentizada, comprometida o muy deteriorada. Porque si es una vida muy deteriorada, tú quieres vivir a toda costa. “¿Realmente queremos vivir a los 180 años puramente vegetales, con dolor y mala calidad de vida y con tratamientos ya meramente paliativos.? Pues la mayoría de la gente supongo que dice que no, ni 117 ni 110. Una cosa es la vida y otra cosa es la existencia”, reflexiona el Catedrático.

Llega un momento, en el que el peso de la muerte es menor por las circunstancias que nos rodean a una edad avanzada. La salud deteriorada o la soledad no deseada restan peso al final de los días: “Por ejemplo, pensemos en una persona que vive tantos años, que ha perdido su pareja, que ha tenido que enterrar a sus hijos y que las personas más próximas que le quedan están muy distantes. Quizás la vida no es considerada tan valiosa como en su día y la muerte que fue considerada como algo muy malo, a lo mejor ya no es algo tan malo. En esas circunstancias, puede resultar más fácil pensar que con la muerte que se acaba todo, pero sí es que muchas cosas ya se han acabado”.

Al final, la muerte forma parte de la vida, y tenemos que ser conscientes de ella. Si nos atormenta, debemos reflexionar y enfrentarnos al miedo, a sabiendas de que por mucho que deseemos huir de ella, llegará de igual forma. Solo nos queda aceptarla y disfrutar del tiempo que estamos vivos con vitalidad.

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