De qué partido es el discurso del rey Felipe VI: la neutralidad no fue posible ni en la despedida

La intransigencia que domina la política convierte las palabras del jefe de Estado en una enmienda sin que haya cambiado su posición

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Felipe VI lanzó un mensaje a los principales partidos en su tradicional discurso de Navidad.

La neutralidad no está al alcance ni de un rey. Las palabras, su elección, su orden o ya solo la omisión significan una elección. El discurso de Navidad de Felipe VI, como lo eran los de Juan Carlos I, ha de ser aburrido por imperativo constitucional. A nadie le gusta un incendio antes de la cena de Nochebuena. Con todo, el rey dijo cosas este 24 de diciembre y algunas de ellas señalan asuntos centrales, tomando partido.

Se ha destacado como gran novedad que Felipe se dirigió a los españoles de pie, pero distintos análisis coinciden en apuntar que el mayor de los cambios no fue visible, y se trata de un salto en el mensaje y en la forma de comunicarlo, un riesgo controlado para mostrar una Corona útil y consciente y un puente hacia la princesa Leonor, a quien su padre quiere legar una institución adaptada a su tiempo y sin amenazas a su continuidad.

Pero quitar la silla quitó el corsé al conjunto. En su parte más coloquial, el rey, mirando a cámara, marcando las palabras y reforzándolas con las manos, dijo: “Nos corresponde a todos preservar la confianza en nuestra convivencia democrática. Preguntémonos, sin mirar a nadie, sin buscar responsabilidades ajenas: ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer esa convivencia? ¿Qué líneas rojas no debemos cruzar?"

Felipe VI en su discurso
Felipe VI en su discurso de Navidad. (Ballesteros/Reuters)

El entendimiento y el “coraje”

‘Líneas rojas’, construcción que martillea a los ciudadanos ante cada negociación política, está tan reciente en la memoria como que hace horas acaba de pronunciarlas María Guardiola, necesitada de Vox para continuar presidiendo Extremadura. Por conectar otro extracto a la pura actualidad, pudo venir a la cabeza el desalojo de medio centenar de migrantes en Badalona, a los que el alcalde Xavier García Albiol dejó sin techo en la víspera de Navidad.

Fue cuando Felipe apeló a un espíritu íntimamente relacionado con estas fechas, como es el de la compasión, pidiendo “situar la dignidad del ser humano, sobre todo de los más vulnerables, en el centro de todo discurso y de toda política”. Pero el monarca no podía estar refiriéndose a García Albiol, como tampoco a la ministra Isabel Rodríguez al decir lo anterior o que “el acceso a la vivienda es un obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes”.

No está autorizado. Reina, pero no gobierna. Pero fue algo más allá que otras veces, pareció. Fue una alerta, por momentos bronca, a los que ocupan los poderes, a los actores que mueven el debate público. Como sigamos así -trasladó el rey-, podemos cargarnos lo que llevamos construyendo y defendiendo 50 años. En un hábil recurso, para quienes se vanaglorian de no sentarse con el oponente, Felipe equiparó la capacidad para el entendimiento con el “coraje”.

El rey Felipe VI pronuncia
El rey Felipe VI pronuncia el tradicional mensaje de Nochebuena. (EFE/Ballesteros)

Vox y el orden mundial

Es decir, que el veto no es autoridad, sino debilidad. Que, de haber sido así las cosas cuando se emprendió la Transición, no gozaríamos de “las libertades democráticas, el pluralismo, la descentralización, la apertura hacia el exterior y la prosperidad” de hoy. “La convivencia -recordó- no es un legado imperecedero (...) y ”las sociedades democráticas atraviesan, atravesamos, una inquietante crisis de confianza”.

Mencionó el “multiculturalismo” y “el orden mundial” como factores en crisis, cuando la primera fuerza entre los votantes jóvenes y tercera en el Congreso tiene como objetivo a batir ese multiculturalismo y orden mundial basado en la llamada Agenda 2030. Pero el rey no hablaba de Vox, porque no puede. Ni de Carlos Cuerpo o María Jesús Montero o Pedro Sánchez al lamentar que “muchos ciudadanos sienten que el coste de la vida limita sus opciones de progreso”.

Pero es una reivindicación que apela a quienes puedan hacer algo. “La tensión en el debate provoca hastío, desencanto y desafección”, dirigió el rey a ellos, y a sí mismo, pues no dejó de emplear la primera persona del plural. Nadie se ha dado por aludido. PSOE y PP, en sus reacciones, hacen suyas las palabras del rey, deslizando que son PP y PSOE, el otro, los que están embarrando ese debate.

Felipe VI lanzó un mensaje a los principales partidos en su tradicional discurso de Navidad, llamándoles al entendimiento.

Lo que dice lo que no dijo

Ninguna fuerza se ha dado tampoco por mentada al referirse el jefe de Estado a los “extremismos, radicalismos y populismos” que están “nutriéndose” de ese hastío, desencanto y desafección. Se desconoce si ha ocurrido con Santos Cerdán, José Luis Ábalos o Paco Salazar al escuchar, uno de ellos desde prisión, “ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos”. O Álvaro García Ortiz. Citó la “desinformación”, recado que también o sobre todo -nos- compete a los medios.

No se pudo referir a nadie en particular tampoco el rey, porque no puede, al concluir que “en democracia, las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas; que avanzar consiste en dar pasos, con acuerdos y renuncias, pero en una misma dirección, no correr a costa de la caída del otro; que España es, ante todo, un proyecto compartido: un modo de reunir los intereses y aspiraciones individuales en torno a una misma noción del bien común”.

Si es por los silencios, sonada fue la ausencia de los incendios que han arrasado parajes patrimoniales de Castilla y León, o de la violencia machista, o de la guerra en Ucrania en su cuarta Navidad. O dedicarle solo una frase a la vivienda. No fue por falta de tiempo: se trató del discurso más breve de este rey de los doce que ha pronunciado. Sí fue el más hilado y vehemente. O quizá esos silencios solo quisieron subrayar las palabras clave, que no quedaran diluidas entendimiento ni convivencia.

La despedida

Sin pretenderlo, porque no puede, el rey también se mojó políticamente en la despedida. Hay polémica -menor- sobre quienes felicitan las “fiestas” pero no la “Navidad”. Felipe lo dijo claro: “Feliz Navidad”. Igualmente, en la última Conferencia de Presidentes o en varios plenos del Congreso hay quienes se han marchado al escuchar hablar en lenguas cooficiales. Pues bien, el rey se despidió con un “eguberri on, bon Nadal, boas festas”.

Anécdotas aparte, el discurso del rey es tan amplio -o estrecho- como lo es la Constitución. Todo lo que dijo cabe, y así lleva siendo desde hace 50 años, mucho antes de que un monarca hablara de pie. Son los márgenes sobre los que ha pivotado la obligada centralidad de la Corona. Así, Felipe puede cambiar el estilo o la forma, pero no ha dejado de decir lo mismo. La pregunta es por qué hoy suena tan alejado de los partidos, y la respuesta no le apunta a él.