
La ansiedad es una realidad con la que conviven muchas personas por motivos muy distintos: ritmos de vida acelerados, incertidumbre laboral, relaciones inestables, duelos no resueltos o una presión constante por estar bien y ser productivos han convertido el malestar emocional en algo cotidiano. No siempre se manifiesta de forma evidente, pero está ahí, infiltrándose en pensamientos recurrentes y en una sensación permanente de alerta.
Quienes la padecen suelen describirla como una mente que no se detiene, un cuerpo que reacciona antes de tiempo y una inquietud difícil de explicar. A menudo aparece sin una causa clara y se intenta gestionar como se puede: distrayéndose, evitando pensar o buscando soluciones rápidas que prometan alivio inmediato. Sin embargo, esa estrategia no siempre funciona.
Lejos de ser una debilidad individual, la ansiedad habla de cómo interpretamos lo que nos ocurre y, sobre todo, de cómo anticipamos lo que está por venir. Entender qué hay detrás de ese miedo constante es el primer paso para dejar de vivir a la defensiva y empezar a relacionarnos de otra manera con el malestar.

“Lo primero que tenemos que entender es que la ansiedad parte de un miedo anticipatorio, de algo que imaginamos que sucederá en el futuro y que interpretamos como amenazante”, explica el psicólogo Fran Sánchez en uno de sus vídeos de TikTok (@minddtalk). Aunque a menudo se perciba como una reacción a hechos pasados, la ansiedad no se ancla realmente en lo que ya ocurrió. “Aunque parezca que la ansiedad proviene de un evento pasado, realmente el miedo no está ahí, sino en lo que vendrá”.
Sánchez ilustra este mecanismo con el ejemplo de una ruptura de pareja. El dolor no reside únicamente en la pérdida, sino en lo que se proyecta a partir de ella: “No tendré herramientas para gestionar mi vida sin mi pareja o no volveré a enamorarme”. En este sentido, subraya que “la ansiedad, en el fondo, es una anticipación de un peligro futuro, real o imaginado”.

Aceptar y validar las emociones
El verdadero problema aparece cuando intentamos gestionar esa ansiedad desde la urgencia. Las sensaciones físicas son tan intensas que el objetivo se reduce a hacerlas desaparecer cuanto antes. “Las sensaciones físicas que acompañan a la ansiedad son tan desagradables que nuestro objetivo principal se convierte en eliminarla lo antes posible. Y aquí comienza el error”.
Ese error suele adoptar la forma de una lucha interna constante. “Empezamos a invalidar y autocensurar nuestro propio pensamiento de una forma muy brusca”, señala el psicólogo. Frases como “no debería pensar en esto” o “esto no puede seguir así” se convierten en intentos desesperados por expulsar el pensamiento, pero el efecto es el contrario, generándose bucles mentales.
Cuando la censura no funciona, aparece la evasión. “Desesperados buscamos formas rápidas de calmar el malestar, evadirnos y distraernos constantemente. Lo que sea, con tal de no sentir”. El problema, advierte, es que “nos centramos demasiado en tapar el síntoma, en vez de centrarnos en atacar lo que lo está generando”.
Para el psicólogo, la clave “no está en luchar frontalmente contra la ansiedad”, sino que “hay que aprender a gestionarla mientras que yo trabajo en lo que hay por debajo”. Esto implica validar las emociones, incluso cuando incomodan. “No voy a autocensurarme ni a castigarme porque meses después de una ruptura yo siga teniendo emociones negativas al respecto”.
Aceptar no significa resignarse, sino actuar de forma coherente con el propio bienestar. “Voy a aceptarlas, voy a validarlas y poco a poco voy a enseñarme con acciones que mi vida sin esa persona sí tiene sentido”. De lo contrario, el mensaje que recibe el cerebro es devastador: “Efectivamente, no sé vivir sin pareja”.
Así, huir del malestar refuerza el miedo que sostiene la ansiedad. “Cuando dirigimos todos nuestros esfuerzos en evitar sentir la ansiedad, en taparla con distracciones, acciones que realmente no tienen el objetivo de mejorar nuestra vida, sino solo de evitarnos sufrir, refuerza la idea de que yo no soy capaz de sostener ese estado emocional”. Por eso, Fran Sánchez concluye que “no se trata de huir de la ansiedad, sino de aprender a convivir con ella mientras trabajamos en su raíz”.
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