
Los conflictos vecinales que se producen por los problemas de convivencia entre los residentes y los turistas que alquilan pisos vacacionales se han extendido por la gran mayoría de países de Europa. La falta de una regulación eficaz en muchos de ellos ha provocado que proliferen los anuncios y que poco a poco los bloques de vecinos pasen a tener cada vez más candados con llaves en la entrada.
En España, los organismos autonómicos y estatales han comenzado los intentos por regular los pisos turísticos y proteger a los consumidores que los utilizan. El pasado mes de mayo, el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 impuso a Airbnb el bloqueo de más de 65.000 anuncios ilegales de viviendas turísticas alojados en su plataforma. Por su parte, el Ayuntamiento de Madrid aprobó de manera provisional el Plan RESIDE, que busca proteger el uso residencial de la ciudad y ordenar la oferta turística apostando por la concentración de estos pisos vacaciones en bloques destinados exclusivamente a esta actividad.
Sin embargo, estos avances todavía resultan insuficientes para finalizar un conflicto vecinal que se extiende a pasos agigantados. Son muchos los residentes que habitan en urbanizaciones o bloques de edificios en los que se encuentran uno o varios de estos pisos turísticos: se quejan del ruido, del constante trasiego de personas y la suciedad que en ocasiones se genera en las zonas comunes por la falta de consideración de algunos de estos turistas que visitan el alojamiento únicamente por algunas noches.
Este es el caso de una pareja de sesenta años que reside desde hace veinte en un lujoso edificio del centro de la ciudad francesa de Dijon. Tal y como ha explicado el medio Actu Dijon, los residentes habían conseguido recuperar la paz que su vida ajetreada les había robado, pero todo esto terminó cuando el propietario del apartamento ubicado arriba decidió anunciar la vivienda en plataformas de alquileres turísticos.

“Parece que vivimos debajo de un bar clandestino”
“Desde el viernes por la noche hay un desfile de maletas, graznidos, risas y charlas a gritos. Luego están las idas y venidas a todas horas, las discusiones en el pasillo, la música, los portazos...”, relata la pareja, que se encuentra desilusionada con la situación actual que están viviendo.
Monique y Jean (nombres ficticios) se han encontrado con la mayoría de problemas que implica vivir en un edificio en el que hay pisos vacacionales: los ruidos, el constante ir y venir de personas desconocidas... Esto se repite cada fin de semana, cuando los turistas aprovechan un par de días de descanso para visitar la ciudad.
La pareja asegura que se siente como si viviese “debajo de un bar clandestino”: "Es un edificio de buena calidad, muy tranquilo, con un vecindario estable. Pero como el apartamento de arriba se ha alquilado en Airbnb casi todos los fines de semana, ya no es posible".
Los residentes han intentado colocar señales de advertencia en las zonas comunes, tanto en francés como en inglés, para que la calma y el silencio se mantenga en el edificio. Sin embargo, aseguran que ha sido inútil: “La gente suele ignorarnos; saben que solo se quedan dos días”.
Esta situación está generando malestar a la pareja francesa: “Desde el jueves empezamos a preguntarnos con quién nos vamos a encontrar. Es estresante. No deberíamos vivir así. Si todos empiezan a hacer lo mismo, ya no será un edificio residencial, sino un hotel. Y no firmamos para eso”.
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