Qué significa querer llamar mucho la atención aunque seas un adulto, según la psicología

La falta de cariño en la infancia puede provocar problemas durante la edad adulta, según los psicólogos

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Una mujer grita por un megáfono (Pexels)
Una mujer grita por un megáfono (Pexels)

Como seres humanos, es inherente buscar estímulos y consideraciones que nos motiven a avanzar en la vida. Durante la infancia, estos estímulos suelen llegar de las figuras parentales y pueden tener repercusiones significativas que persisten hasta la edad adulta. La doctora Yasmine Lienard, psicoterapeuta cognitivo-conductual, afirma en Le Journal des Femmes que los estímulos de los padres son una muestra de atención y entusiasmo hacia los logros de sus hijos. “Es crucial estimular los progresos de un niño para motivarlo a mejorar en el futuro”, señala. Sin embargo, cuando no se recibe la suficiente consideración, las secuelas pueden llegar a ser traumáticas en la vida adulta.

Es importante destacar que no estimular continuamente a un hijo no necesariamente implica maltrato. Los padres no pueden felicitar a sus hijos en todo momento, ya que ellos mismos enfrentan preocupaciones y el niño no siempre manifiesta un comportamiento perfecto. Según Lienard, existe un continuo de comportamientos en relación con los estímulos hacia los niños, que puede imaginarse como una escala de 0 a 100. Un exceso de valoración se aproximaría al 100, resultando en una sobrevaloración del niño. En el extremo opuesto, el 0 representaría una carencia afectiva, caracterizada por la falta de interés y atención por parte de padres indiferentes o incluso ausentes. Esta falta de interés podría desembocar en desvalorización y negligencia, manifestaciones de maltrato donde el niño no recibe la debida atención.

Que los padres no muestren un cariño y atención suficientes a sus hijos puede tener origen en su propia infancia. Los tutores que no fueron estimulados ni felicitados durante sus infancias tienden a reproducir estos patrones con sus propios hijos. Además, los padres que enfrentan dificultades psicológicas, como la depresión o el estrés intenso, a menudo carecen de la capacidad mental para implicarse emocionalmente en los logros de sus hijos.

Consecuencias de la falta de atención

La falta de estímulo durante la infancia puede manifestarse de diversas formas. (Foto: Freepik)
La falta de estímulo durante la infancia puede manifestarse de diversas formas. (Foto: Freepik)

La falta de estímulo durante la infancia puede manifestarse de diversas formas. En algunos casos, los niños buscan desesperadamente atención, esforzándose por ser “especiales”. Quieren destacarse en el ámbito académico, ser físicamente perfectos, y recibir la aprobación de adultos y compañeros. Otros niños pueden desarrollar síntomas depresivos al interiorizar la idea de que son poco interesantes. Puede surgir una falta de interés por los estudios o problemas de concentración, que a veces se confunden con TDAH.

Las consecuencias de una infancia carente de estímulo pueden seguir afectando en la edad adulta, especialmente si la persona no es consciente del origen de su malestar. Un adulto que no recibió suficiente reconocimiento en la infancia podría desarrollar negación, evitando confrontar emociones difíciles.

Esto se traduce en hiperactividad social o laboral como un mecanismo de compensación emocional, alejándose de enfrentar sus verdaderos sentimientos. También son comunes las dificultades afectivas, en especial dentro de la vida amorosa, donde se reflejan patrones de apego ansioso o dependencia emocional, reinterpretando la relación primaria que tuvieron con sus padres. En casos más traumáticos, estas carencias pueden derivar en adicciones, trastornos psiquiátricos o incluso dolores crónicos, que son expresiones físicas de traumas psicológicos no resueltos.

A pesar de todo, es fundamental entender que no existen padres perfectos. Sin embargo, buscar situarse en un punto equilibrado de la escala de estímulos, entre 0 y 100, puede ser un comienzo. Es recomendable utilizar los estímulos para reforzar conductas positivas y participar activamente en la educación del niño. Los padres también deben trabajar sobre sus propios patrones, su educación y herencia, para no proyectar sus necesidades de atención o valoración en sus hijos.

La doctora Lienard concluye que el equilibrio en la educación, combinado con el trabajo personal de los padres, crea un mejor entorno donde el estímulo se convierte en una herramienta valiosa para el desarrollo positivo de los niños.

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