Diez de la noche. Los manifestantes contra la amnistía, tras cortar la Gran Vía y hacer una breve incursión hacia el Congreso, habían rodeado la calle de Ferraz frente al blindaje policial de la sede del PSOE. La concentración, hasta entonces pacífica, se iba dispersando cuando grupos neonazis y violentos de la ultraderecha reventaban la protesta lanzando un ataque contra la Policía. Ferraz, y el centro de Madrid, se había convertido en un campo de batalla que se saldó con 39 heridos, 30 de ellos policías, y siete detenidos.
La cuarta noche de protestas contra la amnistía en las calles de la capital empezaba sobre las ocho de la tarde. Los agentes antidisturbios ya se parapetaban para proteger la sede del PSOE en Ferraz mientras la columna de manifestantes convocada por Desokupa y otros representantes de la ultraderecha alentados por Vox ponía, por sorpresa, rumbo al Congreso de los Diputados. Por el camino cortaban el tráfico en la Gran Vía luciendo, algunos, banderas preconstitucionales al grito de “Pedro Sánchez, hijo de puta” y otras proclamas contra el Gobierno en funciones por sus acuerdos con los partidos independentistas.
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Corte de la Gran Vía e incursión hacia el Congreso
Tras un recorrido de un kilómetro y medio pasando por la Plaza de Cibeles y el Paseo del Prado, la columna llegaba al cruce de la fuente de Neptuno con la Carrera de San Jerónimo. Allí les esperaba un fuerte cordón policial improvisado, pero que evitó un posible asalto al Congreso. Después de una breve sentada frente a los policías, los manifestantes decidían volver sobre sus pasos, cortando de nuevo la Gran Vía, para unirse a los cientos de personas que ya rodeaban la calle Ferraz.

El grueso de la protesta estaba en el cruce entre las calles de Ferraz y Marqués de Urquijo, donde aproximadamente una hora después se desataban las cargas policiales contra los violentos que previamente les habían lanzado bengalas y todo tipo de objetos contundentes. Pasaban los minutos y la violencia escalaba de forma exponencial, además de extenderse por todo el barrio de Argüelles. Sirenas, piedras, detonaciones, fuego y carreras, muchas carreras. Habían reventado la protesta.
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Las “lecheras” -como llamaban los manifestantes a los furgones de los antidisturbios- trataban de disipar a las pequeñas avanzadillas de violentos persiguiéndoles a toda velocidad mientras trataban de impedírselo con la colocación de barricadas y la quema de contenedores. También haciendo uso de gases lacrimógenos y pelotas de goma. Mientras, otros decidían disfrutar de una cerveza o una copa de vino en los bares donde también se había refugiado algún manifestante.
La Policía, tras un exigido despliegue, se hacía poco a poco con el control de las calles, aunque unos cuantos protagonizaban los últimos resquicios de violencia llegando hasta la Gran Vía. Los pedazos de adoquines, contenedores, cristales y demás destrozos en las calles dejaban huella del campo de batalla en el que, por una noche, se convirtió Ferraz.
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