
Se podría decir que Sergio Llull ha reinterpretado el inicio de su canción favorita, Los toros en la Wii, banda sonora por excelencia de los títulos del Real Madrid de baloncesto: soñó un mundo feliz en el equipo blanco, y, como lo encontró, no fue a buscar a la NBA, que le buscaba a él. Por insólito que parezca, y después de todos estos años, el jugador menorquín todavía no se considera una leyenda de la sección. “Espero estar muchos años jugando en este club”, reconoció con firmeza nada más anotar la canasta de su vida, sinónimo de undécima Euroliga madridista, tercera para él, hace apenas unas semanas. El resto de su trayectoria en la capital española tampoco le da la razón con lo de la posteridad, al añadir a la ecuación 7 ACB, 6 Copas del Rey, 8 Supercopas y una Copa Intercontinental. Sólo el propio Sergi sabe qué más le queda por hacer con el ‘23′ merengue a la espalda, pero una cosa está clara: el conformismo no va con él. De hecho, nunca lo hizo.
“Era un jugador buenísimo, con muchísimo talento, físicamente increíble. Cada día era mucho mejor. No estoy sorprendido de que haya llegado hasta donde ha llegado, cómo ha llegado y las decisiones que ha tomado. Y ayudando siempre a sus equipos a ganar, que no es fácil de hacer”, recuerda para Infobae España José Manuel Calderón, compañero en otras grandes andanzas, las logradas junto a la selección española (un Mundial, 3 Eurobasket, una plata y un bronce olímpicos y un bronce continental). Importante tanto antes como ahora, Llull tiene prácticamente recién estrenada su condición de máximo anotador histórico del Madrid en la ACB. No ha sido ningún esfuerzo trasladar su magia reciente, como el resto de colegas de vestuario, de Europa a la competición doméstica, en la que desde este martes se afrontan las semifinales contra el Joventut de Badalona.
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Si la pelota vuelve a quemar en esta serie, es muy posible que la pizarra de Chus Mateo busque al de casi siempre para acudir al rescate: Llull, quién si no. Es el cuento de nunca acabar desde que fichó por el conjunto blanco un 10 de mayo de 2007. Lo hizo posible Joan Plaza, primer entrenador que le dirigió en el Madrid (hasta 2009). “Siempre destacó por su capacidad de ser un luchador y un ganador y por ser capaz de defender a jugadores mucho mayores que él. Era una persona que encajaba en el proyecto, aun teniendo a Raül López y Kerem Tunçeri delante. Acertamos incorporándole”, explica orgulloso a este periódico el técnico catalán, que quedó prendado de Llull ya en su etapa de formación.
También le conoce lo suyo Jota Cuspinera, quien trabajó en el cuerpo técnico del Madrid entre 2009 y 2014, periodo en el que el de Mahón terminó de explotar por completo. “Nunca ha rehuido la responsabilidad. Si tiene que tirarse la última, se la tira. Eso le ha hecho grande: nunca ha tenido miedo a, en ese último segundo, tirar la canasta que le puede dar un triunfo o un campeonato”, confiesa a Infobae España el que fuera asistente en el banquillo de la casa blanca.

La única diferencia entre el Llull del pasado y el del presente quizá sea que “ya no hace mates”, tal y como apunta de nuevo Cuspinera. Lo demás (los triples, el gen competitivo, la capacidad de resolución) sigue intacto, como el primer día. “Siempre ha sido un two-way: un gran defensor que luego ha sido un jugador muy importante. Quizá más de escolta al principio, ahora más reconvertido a base”, añade un Calderón que siempre querría tener en su equipo a alguien como el balear: “Le podías dar el balón en cualquier momento y ayudaba en muchas facetas del juego”.
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“Es energía para todo lo que hace”
Llull no entiende su deporte de otra manera que no sea vaciándose por completo. Ya sea en los partidos o en los entrenamientos, en la salud o en la enfermedad (aquella grave lesión de 2017 que, lejos de tumbarle, le hizo volver al ruedo con más convicción si cabe). “Recuerdo un partido donde nos fuimos a Israel a jugar contra el Maccabi y estuvo espídico durante todo el viaje. Muy animado. Hizo un partido de estos de escándalo. Ganamos con cierta facilidad. Desde que se montó en el avión, tenía entre ceja y ceja ese partido. En el entrenamiento previo, saltaba para aquí y allá, corría… Hizo un partidazo absolutamente impresionante”, rememora Jota Cuspinera. Lo mejor de todo es que la anécdota valdría perfectamente para nuestros días.
Lo que también viene de lejos es el idilio de Llull con los lanzamientos, como desvela Joan Plaza: “Su tiro dio un salto de calidad en nuestra época con Randy Knowles, al que pude contratar como entrenador de tiro. Mejoró a varios jugadores, entre ellos a Sergi”. No obstante, quien le hiciese debutar con el Madrid cree saber cuál es la principal razón de ser de “ese tiro tan peculiar” que le caracteriza: la forma de lanzar que tenía Chauncey Billups, ganador de la NBA con Detroit Pistons en 2004 (fue el mejor jugador de las Finales) y campeón del mundo con Estados Unidos en 2010, habría influido sobremanera en uno de los capitanes madridistas.
Eso sí, ha sido de un tiempo a esta parte, puede que sobre todo en los seis últimos años, cuando más se han revalorizado las ‘mandarinas’ de Llull. Como bien pudo ser la que supuso reinar en Europa a costa del Olympiacos. “Hay algunas que no tienen nada que ver con el tiro, lo tendrá que reconocer hasta él. Pero yo creo que, al final, es el momento: el estar preparado para tirarte el balón en esos momentos que no son fáciles. La última, para mí, no es una ‘mandarina’. Es un muy buen tiro, en posición correcta. Ha habido otras un poco más difíciles de anotar por todo: situación, tipo de tiro… Yo creo que es trabajo y la mentalidad de ‘aquí voy y la voy a meter”, analiza Calderón.

Cuspinera también tiene claro que las ‘mandarinas’ de Llull son fruto de “una técnica especial” en mucha mayor medida que de la suerte: “Cuando mete tantas como mete así, hay entreno y práctica detrás. Es una tendencia que él utiliza”. De hecho, su exentrenador se aventura a pensar que convertir aquel lanzamiento frente a un interior de bastante envergadura quizá no fuese tan complicado para alguien como Sergi. “No sé cuántos habrá hecho de esos con Tavares en los entrenos. Seguro que ha salido a taponarle unos cuantos: tienes la ventaja de que te puedes entrenar en casa”, intenta ensalzar.
Plaza se queda, una vez más, con el coraje de Llull. “Es valiente para pedir ese tipo de balón. Es muy fácil de juzgar ahora porque las mete. Si no las mete, ya sabe los palos que recibiría: no le da miedo”, pone de relieve alguien que estaba en la banda en una de las primeras jornadas gloriosas del mahonés: “Su eclosión contra los Toronto Raptors en el WiZink Center, donde ya se destapa metiendo 17 puntos”.
Entonces tenía 19 años y ahora tiene 35, pero normalizar las actuaciones espectaculares de Llull sigue resultando posible por una simple razón: es incapaz de no darlo todo en cualquier faceta. “Me vienen a la cabeza los Red Bull que se toma. Ese es Sergi: energía para todo lo que hace. Por lo menos, en una cancha. Es un volcán, es pasión. Lo vemos cuando celebra canastas, cuando se vuelve hacia el público y lo envalentona al meter canastas importantes”, resalta Cuspinera.

Alguien “muy normal, familiar y tranquilo” lejos de las canchas, como destaca Calderón. “Cuando se pone el pantalón largo y sale del campo, es un osito amoroso en lo personal: amable, cariñoso, solidario, no tiene un ‘no’ para nadie…”, sube la apuesta Plaza. “A veces, puede tener algún gesto que el entrenador puede no llegar a entender. Pero lo circunscribes dentro de lo que es esa competitividad: no estar de acuerdo con algo y hacer un gesto que a lo mejor llama la atención. Pero es que ese es Sergi. Una vez que está en la banda, se puede hablar, dialogar y estar con él”, confirma también Cuspinera.
Aun sabiendo lo difícil que puede llegar a ser hacer baloncesto ficción, Calderón lo tiene claro: “Por talento y personalidad, a Llull le hubiera ido bien seguro en la NBA”. “Tenía el físico para poder competir allí”, le sigue quien fuera ayudante de Ettore Messina y Pablo Laso en el Madrid. Ya nunca sabremos qué habría pasado si hubiese decidido hacer las Américas, dada la auténtica lotería que resulta la mejor liga del mundo para los jugadores europeos. Lo que sí sabemos es que el “animal competitivo” de Mahón decidió quedarse y cumplir el que fue su sueño en todo momento: triunfar en el Real Madrid y hacerlo mereciéndose el reconocimiento generalizado. “Es un jugador a la antigua usanza: más allá del dinero que perciba por jugar, disfruta jugando y haciendo mejores a los que le rodean [...] Madrid lo ha cuidado y mimado a unos niveles que nunca habríamos podido imaginar”, justifica Plaza.
“Todo lo que han ganado, cómo lo han ganado, esos valores, esa forma de competir que han conseguido él, Rudy (Fernández), Felipe (Reyes), Sergio Rodríguez en dos fases… Esa cultura que han creado en ese equipo les ha servido para ganar mucho y hacerlo con un estilo de juego competitivo y muy interesante”, admira Calderón. Por eso, cree Cuspinera, “el madridismo le tendrá que estar eternamente agradecido” y habrá “un vacío grande” el día que Llull ya no esté. Cuando eso pase, plantearse que no se vaya del todo, como propone Plaza, es una opción: “Es un tipo de estos que vale la pena seguir contando con él. Incluso cuando juegue menos o deje de jugar. Estimula, contagia y transmite unos valores excepcionales”.

Pero hay que centrarse en el presente, y en él sigue estando El Increíble. Cuando vengan mal dadas en el Madrid, busquen a Llull para solucionarlo. Cuando haya que explicarles a los jóvenes de la plantilla de qué va jugar en un equipo de idiosincrasia tan especial, pasen por la ventanilla número 23. Cuando necesiten a un tipo extraordinario que sepa hacer las delicias de todos también fuera de las pistas, pregunten por el tipo de Menorca amante de los selfi, el buen rollo y “Love Of Lesbian”. Y, sobre todo, no duden nunca de él, porque a las pruebas hay que remitirse: “Todavía tiene mucho baloncesto”.
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