La economía de Macri: gradualismo sin Plan B, pero mucho “timing electoral”

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Mauricio Macri (AFP PHOTO / JUAN MABROMATA)
Mauricio Macri (AFP PHOTO / JUAN MABROMATA)

Los empresarios que lo vieron hablan del "timing electoral" del gobierno. La consultora Kantar Worldpanel, una de las principales especializada en consumo, elaboró un gráfico con la evolución del indicador de consumo masivo de los últimos dos años. Allí se incluyen 85 categorías, entre las que se cuentan alimentos secos, infusiones, lácteos, refrigerados/congelados, bebidas, productos de cuidado personal y productos de limpieza. Se monitorean en los principales centros urbanos del país todos los canales de distribución: hipermercados, supermercados de cadenas, mayoristas, autoservicios chinos y almacenes de barrio. El gráfico muestra lo que sucedió con estos consumos básicos en la era Macri.

Derrumbe en 2016 (-4%) y caídas menos pronunciadas el año pasado, que cerró 1% abajo. Salvo los meses de aguinaldo y, en especial, tres meses clave con "primavera de consumo": septiembre, octubre y noviembre de 2017, cuando se jugó el triunfo electoral de Cambiemos. A partir de diciembre, cuando se retomaron los ajustes de tarifas, el indicador volvió a caer.

Según la consultora –que contratan las grandes empresas para planificar sus ventas— la evolución del consumo básico depende de la situación de un sector clave: el denominado "Bajo Superior", un 33% de la población que aún no se recupera. En buena medida con ingresos familiares apenas superiores a los que le permitirían acceder a la tarifa social (alrededor de 18 o 19 mil pesos), los aumentos tarifarios obligan a estos hogares a seguir achicando el presupuesto disponible para otras compras.

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Pero coincidente con los meses de la campaña electoral el Gobierno logró alinear los planetas. Y arrastró por unos meses también al segmento "Bajo Superior". Se suspendieron los aumentos de tarifas, la inflación descendió hasta el 21% anual, la obra pública batió récord de ejecución y se implementó una batería de ayuda para el consumo, como los 2,5 millones de créditos Argenta (en promedio de $ 50.000 pesos), otorgados por la Anses a jubilados y hogares con AUH.

Con la clase media, el timing electoral apuntó a otro lado: además del freno a los ajustes tarifarios, el dólar muy atrasado frente a la inflación hasta la elección, el boom de créditos hipotecarios UVA, los créditos Procrear y la rebaja de aranceles de electrónica entre otros factores. En 2017, la venta de notebooks creció 55%; motos, 45%; inmuebles, 41%, autos, 27%; turismo al exterior, 18%; y electrónica de consumo, 12%. Otros consumidores.

El Gobierno festeja que en 2018 se romperá por primera vez desde 2010 con la "maldición de los años pares". Hace ocho años que la economía no se agranda en un año par, no electoral: según el Indec, el PBI cayó en 2012 (-1%) , 2014 (-2,5%) y 2016 (-1,8%). Así que será la primera vez en seis años que se conseguirá crecer dos años consecutivos.

Poco importa que los consultores privados hayan ajustado el pronóstico para este año (del 3,2% en diciembre último al 2,5% en marzo, según la encuesta del BCRA). Aun las proyecciones más pesimistas hablan de crecimiento. "Nadie está pronosticando una nueva recesión", dicen en los despachos oficiales. Es cierto.

Sin embargo, para precisar el diagnóstico y los pronósticos, hay que entender la trampa de la economía argentina de los últimos años. La "maldición de los años pares" no fue el resultado de un conjuro lanzado contra los argentinos. La economía continúa atrapada en un triángulo que la expone a una gran fragilidad y es imperioso escapar antes de que un "cisne negro" en el escenario internacional provoque una crisis local. No es sencillo.

En un vértice del triángulo está el déficit fiscal, de 5,5 puntos del PBI (unos USD 33.000 millones), contando los intereses de la deuda. En otro vértice, el déficit del sector externo, del orden de 6 puntos del PBI (unos USD 36.000 millones). Son los dólares que el país requiere para crecer a un módico 2 o 3% sin sobresaltos. Allí se incluye el déficit creciente de la balanza comercial (exportaciones menos importaciones), el déficit récord del turismo de argentinos en el exterior, los pagos de intereses de la deuda en dólares y las utilidades giradas por las multinacionales a sus matrices.

El titular del Indec, Jorge Todesca, al presentar los índices de inflación
El titular del Indec, Jorge Todesca, al presentar los índices de inflación

El tercer vértice es la inflación que provoca que, a menos que el dólar escale siempre al ritmo de los precios, Argentina quede cara en dólares, sea menos competitiva que sus socios comerciales, genere menos dólares propios y se pierdan puestos de trabajo en sectores que compiten con el mundo (industria, economías regionales). La inflación y el atraso cambiario disparan además la dolarización de ahorros, las compras de dólares para atesoramiento fuera del sistema, en cajas de seguridad o en el exterior (el año pasado se alcanzó el récord de USD 22.000 millones, similar a 2011). Los argentinos desconfían. Quieren más dólares en una economía que "fabrica" menos dólares.

Durante la era K, cuando la inflación se comió el colchón de competitividad, a partir de 2012, con el cepo, la emisión de pesos para cubrir el déficit fiscal y la venta de reservas del Banco Central se administró la escasez de divisas. En los años pares, el Gobierno de Cristina debió devaluar y ajustar un poco las tarifas para liquidar las reservas en los años electorales (2013 y 2015) y llegar con lo justo al final del mandato.

En la era Macri, ese triángulo se financia en su gran mayoría con deuda externa, aunque este año el BCRA todavía emitirá $ 140 mil millones para tapar el agujero fiscal. En 2016, levantar el cepo era inevitable para abrir la ventanilla del crédito en dólares. La devaluación a su vez era inevitable si se levantaba el cepo. Por eso 2016 fue la última recesión cantada.

Ahora todo depende de los dólares que los mercados estén dispuestos a prestarle a la administración Macri. Según la consultora MacroView, de Santángelo y Melconian, en base a los datos del Ministerio de Finanzas, el Gobierno necesitará parejito poco más de USD 30.000 millones por año por los próximos tres años, entre 2018 y 2020, para refinanciar vencimientos de capital, pagar intereses y cubrir el déficit fiscal operativo.

Todas las proyecciones de las consultoras privadas, aun las más pesimistas, suponen que esa montaña de dólares estará disponible. Pero aclaran, fuera de la encuesta del BCRA, que si por alguna razón se cerrara el grifo el escenario sería otro.

En el Gabinete son conscientes del peligro. "No tenemos Plan B, porque es horrible. Si se corta el crédito: devaluación, ajuste brutal del gasto y recesión. Sería ridículo salir a anunciar que ese es nuestro plan B", se sinceró un ministro ante un colega economista.

Macri está convencido del gradualismo: achicar lentamente el déficit fiscal, en relación al tamaño de una economía en expansión, y enviar señales a los mercados de ese compromiso para que sigan prestando. Sonríe cuando algunos economistas le reclaman pisar a fondo el acelerador del ajuste.

Sugiere que miren las encuestas. Según la última de Aresco, el 68% evalúa negativamente la situación económica y solo para el 28% es positiva. Pero el 46% confía en que Macri "sabe cómo resolver los problemas económicos". El 65% de los votantes de Cambiemos dice que el ajuste debe ser "moderado o gradual". Mientras que el 61% de todos los encuestados cree que el Gobierno está realizando un "fuerte ajuste".

Peña y Sturzenegger al anunciar el cambio de metas del Banco Central (Adrián Escándar)
Peña y Sturzenegger al anunciar el cambio de metas del Banco Central (Adrián Escándar)

Para Macri el gradualismo es el único camino de ida. Mientras maniobra dentro de los límites del modelo con "timing electoral". Durante la campaña electoral, fue él quien respaldó a Federico Sturzenegger para que mantuviera el dólar planchado, junto con el combo de obra pública, tarifas en stand-by, créditos e incentivos al consumo. Fue quien decidió, tras la elección, el cambio de metas del BCRA para ajustar el precio del dólar –con el fin de evitar que se potenciara el rojo externo– y ordenó congelar el pago de certificados de obras para recomponer la caja fiscal en el inicio de 2018.

También fue el presidente quien saldó la discusión interna: optó por concentrar todos los aumentos tarifarios en la primera mitad del año. Con la idea de despejar el horizonte después de julio y empezar a acomodar los tiempos de la economía a otro año impar, con la crucial elección de 2019.

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