En Foxborough, a 35 kilómetros al sur de Boston, el rugido de 60 mil gargantas se fundió con un zurdazo. Corría el minuto 60 del debut argentino en el Mundial de Estados Unidos 1994. Diego Armando Maradona, con la camiseta número 10 calada como una segunda piel, recibió de Fernando Redondo en la medialuna del área y la clavó al ángulo izquierdo. Gritó con la cara desfigurada por la euforia. Corrió hacia la cámara, desaforado, con los ojos a punto de salirse de su órbita. Fue su último gol con la selección argentina. Fue en el Foxboro Stadium.
El estadio entero pareció congelarse en esa celebración, más salvaje que bella, como un cuadro de Caravaggio pintado con luces de mediodía. Argentina goleaba 4 a 0 a Grecia y Diego parecía renacer. Por un instante, los años y los fantasmas se borraban.
Pero la alegría era un espejismo. En la segunda fecha, tras la victoria ante Nigeria por 2 a 1, lo llevaron al control antidoping. Positivo por efedrina. Quince meses de suspensión. Fin del Mundial, fin de su ciclo en celeste y blanco.
Foxboro Stadium, inaugurado en 1971, ya estaba entonces entrando en su decadencia. No tenía lujos ni comodidades de última generación. Su estructura de cemento y hierro era tosca, su acceso, complicado. Pero ahí se cruzaron dos leyendas: Maradona y, años más tarde, Tom Brady.
Porque en la temporada 2001, cuando los New England Patriots todavía jugaban en ese mismo campo, un joven quarterback llamado Brady aprovechó la lesión de Drew Bledsoe y tomó el mando. Ganó seis partidos seguidos, conquistó la División AFC Este y luego el Super Bowl. Su era comenzaba justo donde la de Diego había terminado.

Foxboro fue también cuna de otros hitos: la final de la Major League Soccer en 1996 y 1999, la Copa Mundial Femenina en 1999, y conciertos que estremecieron su estructura: Madonna, los Stones, Metallica, Pink Floyd, Dylan. Pero el recuerdo de ese zurdazo al ángulo sigue siendo su momento más eterno.
En 2002, el estadio fue demolido. En su lugar se levantó el moderno Gillette Stadium, hogar de los mismos equipos: los Patriots y los New England Revolution. Una estructura más grande, más brillante, más acorde a los estándares de la NFL. Pero sin los fantasmas.
“Me cortaron las piernas”, se lamentó Maradona aquel 30 de junio de 1994, tras conocerse su suspensión.
Tal vez no lo supiera entonces, pero había dejado su firma final en un templo que también tenía los días contados.
Aquel gol ante Grecia tiene más historias dentro de la historia. Por ejemplo, Maradona explicó aquel desahogo en la celebración en el libro México 86. Mi Mundial. Mi verdad. Así ganamos la Copa. “Yo llegué al Mundial limpio como nunca, como nunca… Porque sabía que era la última oportunidad de decirles a mis hijas: ‘Soy un jugador de fútbol, y si ustedes no me vieron, me van a ver acá’. Por eso, por eso y no por otra cosa, no por alguna gilada que se dijo por ahí, grité el gol contra Grecia como lo grité. ¡No necesitaba droga para tomarme revancha y para gritarle al mundo mi felicidad!”, narró.

Atrás habían quedado la primera suspensión por doping, la salida del Napoli, la experiencia infructuosa en el Sevilla, el paso fugaz por Newell’s Old Boys, el regreso a la Albiceleste para el repechaje contra Australia y la puesta a punto para el Mundial en un campo de Santa Rosa, La Pampa, bajo las órdenes del preparador físico Fernando Signorini. Todo en cuatro frenéticos años desde aquella final perdida en Italia 90 ante Alemania.
El árbitro fue el mexicano Arturo Ángeles. Y se animó a darle un consejo al propio Pelusa en pleno encuentro: “De repente Diego se me caía y le dije: ‘Esta gente que está aquí es el mundo que tiene hambre de verte como estuviste en México’. Eso era cierto, porque la gente se acordaba del Maradona de 1986 y por las circunstancias que ya sabemos todos venía con molestias físicas, pero jugó lo mejor que pudo (...) Yo quería motivarlo para que demostrara su magia. Esa era mi idea, que él pudiese jugar lo mejor que pudiera y yo lo iba a proteger”.
Hoy, el escenario de aquella obra no existe más. Sobre sus cimientos, se erige el Gillette Stadium, con capacidad para 68.756 espectadores y hogar de los New England Patriots de la NFL, y New England Revolution de la MLS. En esta nueva y moderna estructura, por caso, la Argentina de Messi derrotó 4-1 a Venezuela por los cuartos de final de la Copa América Centenario de 2016. Y acogerá siete partidos del Mundial 2026.
En sus tribunas o sobre el césped, sobrevolará la nostalgia de aquella última perla de Maradona en celeste y blanco.

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