La frase es una de las más famosas de todos los tiempos en la historia de la vida aeroespacial: “Houston, tenemos un problema”
El reconocido actor Tom Hanks que representaba al capitán del módulo espacial en la película Apolo 13, lanzaba ese grito de alerta a la central en el Estado de Texas que monitoreaba la misión, que, tras 6 días de viaje placentero, buscaba explorar la cara oculta de la luna. La explosión de uno de los tanques de oxígeno de la nave provocó destrozos de tal magnitud que se pensó que la vida de los astronautas corría peligros serios, hasta de desaparecer en el espacio.
Hanks personificaba al capitán James Lovell, y el director de la película Ron Howard, muestra fielmente lo que ocurrió durante aquellas dramáticas 142 horas desde el despegue y su posterior amerizaje en el Océano Pacífico. Hasta aquí una historia real. El famoso comandante Lovell puso en práctica horas de entrenamiento y de ejecución solucionando los problemas. Obstáculos, no solo peligrosos, sino de altísimo riesgo.
Ahora la parodia. Aquella vez en el infinito espacio la alerta partió de las entrañas del módulo que buscaba la luna; el último sábado, el grito desesperado, se lanzó desde un costado del campo de Lusail, donde jugaban en Doha, la Argentina y México y el equipo nacional no daba pie con bola.
El entrenador de los mil cambios realizó tres antes del grito agónico. A los 12 minutos del segundo tiempo advirtió que alineó en la cancha a un jugador inexpresivo como Guido Rodríguez, ubicado en una posición ridícula cerca de los centrales argentinos (México no cruzaba la mitad de la cancha) y un rato después dos variantes más, Julián Álvarez por Lautaro Martínez y Molina por Montiel. Era una acción desesperada de alguien atrapado por el miedo y el desconcierto. Pero allí se iluminó y lanzó imaginariamente como Hanks en el espacio un grito clave : “Messi, tenemos un problema”, las dificultades no solo las oponía el adversario, acurrucado y sin ambición, sino la impotencia de un grupo de jugadores ateridos y sin conducción.
Messi se vistió de Hanks y resolvió el partido con un gol que se transformó en inolvidable, no por su ejecución sino porque solucionó un problema, que como en aquella nave exponía a todos al peligro de abandonar el Mundial. Messi solucionó las torpezas exteriores. El equipo amerizó.
Los goles, Fernández convirtió uno más cuando México, tocado, era un desbarajuste táctico, maquillaron la situación. Dieron confianza, los corazones tomaron su ritmo habitual.
A estas horas se evalúan los daños producidos por una conducción forzada a depender de un solo hombre, Messi. Con el partido ante Polonia a las puertas, y con un mundo exterior crítico y fanático a la vez. Aquí. Vale detenerse. Es grave confundir el hinchismo con la imparcialidad, no lo justifica ni un Mundial, convertida en una gesta patriótica para algunos, ni que los jugadores representan el ser nacional, una burda mentira alentada por los nacionalistas que confunden la camiseta con la bandera nacional. Queda bien en los hinchas, ahí no existe reflexión posible, es delicado cuando nace de un grupo de observadores que narran el partido como si fuera una batalla y no un partido excitante y punto.
Chauvinistas apartarse, confunden. Parecen jugadores.
El compulsivo y contradictorio Scaloni debe serenarse y no contarnos que esto es un juego, que el sol sale mañana y sus colaboradores casi se mueren de un infarto y él lloraba como un chico después del gol de Messi. Houston debe recuperar el equilibrio. Hasta aquí formo seis equipos distintos en dos partidos. Los cinco cambios permitidos por la FIFA, una distorsión, les pone sobre la mesa a los entrenadores un menú que los hace hiperactivos e inestables.
A minutos del próximo partido y a las puertas de la clasificación no se sabe quiénes son los laterales titulares. Si jugamos con cinco o tres atrás. Si Romero está en condiciones de jugar. Si el medio central es Fernández, Rodríguez o Paredes, si Lautaro es el 9 indiscutido o si Di María, uno de los más empeñosos ante México, será titular.
El grito del primer gol tapa la discusión callejera. Ojalá no la de quienes deben reflexionar con serenidad y cuidar a Messi, la única carta ganadora.
De no ser así, no verán la otra cara de la luna.
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