Cineasta aficionado a los excesos, a veces con unos rodajes dantescos, y a la búsqueda insaciable de imágenes inéditas, el alemán Werner Herzog recibe este miércoles un León de Oro a la Trayectoria en el Festival de Venecia. Otro maestro del séptimo arte, Francis Ford Coppola, le entrega el galardón honorífico durante la ceremonia de apertura de la 82ª Mostra de Venecia.
El director de Aguirre, la cólera de Dios (1972), peligrosamente rodada en la selva peruana, resucitó el cine alemán junto a Volker Schlöndorff y Wim Wenders. Durante más de medio siglo, este cineasta excéntrico, o alocado, según algunos críticos, ha dirigido unas 70 películas entre ficciones y documentales.

Actor, escritor y director de óperas, Werner Herzog, un heredero del romanticismo alemán, quería filmar los excesos de la creación y el caos que habita el corazón de los hombres. Excampeón de salto de esquí, ha recorrido el planeta y a veces hasta puso en riesgo su vida para explorar volcanes(La Soufrière, 1977), desiertos australianos (Donde sueñan las verdes hormigas, 1984), la Antártida (Encuentros en el fin del mundo, nominado en los Oscar en 2007), el Himalaya (Gasherbrum, la montaña radiante, 1984) o, más recientemente, la selva de Angola, donde siguió las huellas de una misteriosa manada de elefantes (Ghost elephants, estrenada en Venecia).
Con Kinski, una pareja demencial
Hizo que elevaran un barco de 300 toneladas por encima de una montaña en Fitzcarraldo, que sus actores actuaran hipnotizados en Corazón de cristal (1976) o rodeados de ratas (Nosferatu, 1978) e incluso se comió sus zapatos -tras haberlos hervido durante cinco horas- por haber perdido una apuesta.

Pero la más salvaje de sus aventuras seguirá siendo su relación con Klaus Kinski, un actor demencial y de carácter explosivo, con quien rodó cinco películas. Además de Aguirre, hicieron juntos Nosferatu, Woyzeck (1979), Fitzcarraldo (premio a la Mejor Dirección en Cannes en 1982) y Cobra Verde (1987).
“Nuestra confrontación alcanzaba niveles insostenibles, pero era productiva en la pantalla. Yo también hubiera podido morir por él”, declaró Werner Herzog en el documental Enemigos íntimos, dedicado a su sulfurosa relación. Llegó incluso a querer asesinarlo de “ocho balazos” durante el rodaje de Fitzcarraldo: “el crimen habría sido perfecto. Doy gracias a Dios, de rodillas, por haberlo imposibilitado”.

Niño de la guerra
Werner Herzog nació el 5 de septiembre de 1942 en Múnich. Dos semanas después, un bombardeo obligó a su familia a mudarse a las montañas de Baviera. Creció sin padre -desaparecido después de que lo hicieran prisionero de guerra- y en una pobreza extrema. Con 12 años regresó a Múnich, con el convencimiento de que algún día sería cineasta: se formó solo, con un pequeño manual de director. A los 15 rodó su primer cortometraje con una cámara robada.
Su primer largo, Signos de vida (1968), fue premiado con el Oso de Plata en Berlín. En su historia, la de un soldado alemán que se volvió loco a fuerza de vigilar un depósito de armas en Grecia, la crítica Lotte Eisner vio una “renovación del cine alemán”. Dos años después estrenó También los enanos empezaron pequeños y en 1971, El país del silencio y la oscuridad, sobre una mujer sorda y ciega.

Con El enigma Kaspar Hauser (Cada uno por su lado y Dios contra todos), hizo un retrato de un hombre analfabeto que apenas sabía hablar al que conoció en Nuremberg, y ganó el Gran Premio de Cannes (1975). Dos años más tarde, siguió los pasos de un enfermo mental, en Stroszek.
Tras la década con Klaus Kinski, empezó una segunda carrera en Estados Unidos rodando documentales. En Grizzly Man (2005), estudió a Timothy Treadwell, que pasó 13 veranos filmando osos en Alaska, hasta que murió devorado. Continuó explorando al ser humano con un condenado a muerte en Into the Abyss (2011) y en Conociendo a Gorbachov (2018). También colaboró con estrellas como Christian Bale en Rescate al amanecer (2006) y con Robert Pattinson y Nicole Kidman en La reina del desierto (2015).
Fuente: AFP
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