
A medida que la crisis sanitaria motoriza la gestión de otros modos de vinculación, con barbijos y distancia social, y lleva a imaginar lo que muchos han llamado “nueva normalidad”, los especialistas en Ciencias Sociales Eduardo Rinesi, Diego Singer y Natalia Romé trazan algunas ideas sobre las relaciones con otros y la organización de la vida en un futuro cercano, no tanto como resultado de la pandemia sino por lo que ella mostró: la fragilidad humana, en un mundo peligrosamente desigual.
En estos días circula el concepto de nueva normalidad como un intento por ordenar una posible forma de habitar la vida en sociedad y para el filósofo Diego Singer se trata de una idea “muy sugestiva” porque “a pesar de su intención conservadora, pone en evidencia la capacidad de transformación que alberga toda comunidad”. Pero ¿qué implica este concepto y qué alcances puede tener también para pensar la manera de vincularnos con el otro?
“Se nos está diciendo -continúa Singer- que vamos a tener que adaptarnos a una serie de medidas de higiene y eso incluye renunciar a costumbres muy arraigadas, como compartir mates o saludarnos con besos y abrazos. Se espera que ese cambio ocurra ordenadamente, que nuestros cuerpos obedezcan, que se acostumbren, que la distancia haga cuerpo. Esa capacidad para transformar el conjunto de hábitos corporales que somos es más fundamental de lo que creemos”.

¿Por qué? Porque para el autor de Políticas del discurso “nuestras ideas o convicciones muchas veces no son más que resultados de determinado tipo de comportamientos. ¿Qué sucedería si en lugar de adaptarnos pasivamente, esa potencia de transformación pudiera crear otras normalidades y otras formas de resistir a las normas imperantes?”, se pregunta.
Para Rinesi, “cuando se habla de nueva normalidad se hace alusión a lo que va a pasar cuando esto alcance su famoso pico o baje y volvamos a salir, la pregunta es qué tanto de normalidad vendrá después de esta anormalidad tan grande” y afirma que “la pandemia no tiene nada de normalidad, nuestras vidas están totalmente alteradas”.
En ese escenario, el autor de libros como Buenos Aires salvaje o Las máscaras de Jano destaca que una idea “bastante extendida” a raíz de esta crisis sanitaria es que “deberemos tener un Estado mucho más presente en nuestras vidas que lo que formaba parte del sentido común antes de esta situación de emergencia” pero “la demanda de Estado no nació en la Argentina con esta pandemia, ni por parte de los sectores más desprotegidos ni por parte de los sectores sociales más ricos que vienen demandando Estado desde el comienzo de los tiempos”.

Al Estado, argumenta Rinesi, “lo demandaron para hacer la campaña del desierto, para sostener sus industrias sin invertir un peso, lo demandan hoy para que rescaten sus empresas”.
Por lo tanto, remarca que “decir que la nueva normalidad será con más Estado es meternos en una zona de mucha discusión porque la cuestión es al servicio de los intereses de qué sectores sociales debe estar” y se anima a plantear que ese Estado tiene que estar “a la altura de la aparición en la escena mundial de la comprensión de que el problema que aparece con la pandemia excede los límites de los Estados nacionales porque tienen que ver con la estructura económica misma del mundo”.
“Necesitamos un tipo de Estado organizado en función de la necesidad de atender problemas que los exceden y requieren la construcción de una opinión pública mundial capaz de intervenir en estas discusiones que, de otro modo, tienen a gran parte de la sociedad como espectadora de decisiones que toman unos pocos”, indica el exrector de la Universidad de General Sarmiento.

¿Cuánto de nuevo nos plantea este escenario? ¿Cómo nos adaptamos a él? Para Natalia Romé, Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, “pareciera que sostener esa ‘normalidad’ del aquí y el ‘ahora’ es mucho más urgente y factible, antes de imaginar una suspensión o un corte en el presente”.
“Nos contamos que se debe a la ‘excepcionalidad’ de la pandemia, pero creo que esa ‘decisión’ de no imaginar el futuro, de no pensar las consecuencias de muchas decisiones que hoy tomamos no difiere de aquella que hace posible que los pueblos acepten endeudamientos impagables y condenatorios, a cien años. Creo que es una marca de nuestra época y que la ‘excepcionalidad’ de la pandemia es demasiado normal y encuentra las respuestas menos excepcionales todavía”, reflexiona.
En esa línea, la autora de Semiosis y subjetividad sostiene que “eso que llamamos neoliberalismo ha reconfigurado las fronteras entre normalidad y excepción, al hacer de la crisis una nueva forma de normalización”.

¿De qué manera? A través de “la instrumentación del shock económico y financiero y del terror político que se han instalado de modo permanente, al punto de que la ‘normalidad’ misma toma la forma de una suerte de economía de la crisis, un ‘saber hacer’ en la incertidumbre y una tendencial pérdida de la capacidad de asombro”.
“Si una ‘novedad’ cabe esperar en este marco es la de la decepcionante y nada épica normalización del apocalipsis. Más todavía, podría pensarse que el apocalipsis, con todo lo que tiene de escenográfica interrupción, funciona como una especie de la fantasía social dominante. Es como si, de alguna manera estuviéramos todos esperando un apocalipsis que no llega, y en el ‘mientras tanto’, nos vamos acostumbrando a una barbarización de nuestra cultura, de nuestras formas de vida que son en sí mismas bastante insoportables”, reafirma.
Fuente: Télam
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