En una época en la que el digital reemplaza al libro impreso, los diarios y publicaciones editoriales migran a la web y cuando los afiches que acompañan los paisajes de las rutas se realizan en fulgurante offset, la imprenta de tipos móviles parecería haber encontrado su lugar entre la paz de los camposantos. Sin embargo, como dice el poeta, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. O al menos así lo demuestra el film Los últimos, que hace plano sobre máquinas, tipos móviles de acero, de madera, catálogos, libros, afiches y sus hacedores, ya los de hace tiempo, ya los de las imprentas sobrevivientes a la tecnología, ya a quienes realizan con el oficio nuevos emprendimientos estéticos. La nostalgia de la máquina –y sus ventajas atemporales, quizás– dan pie a un trabajo documental de rescate de una memoria.
La película de Pablo Pivetta y Nicolás Rodríguez Fuchs muestra, como centro del relato documental, el proyecto de una pareja de editores que se pone como objetivo instalar una imprenta en el living de su casa y los recorridos que realizan por distintos talleres gráficos, imprentas y depósitos, donde subsisten los métodos de producción manual (que requieren que cada línea de la hoja impresa sea ubicada en la máquina de manera inversa a la lectura: trabajo de una precisión intensa). Así se encuentran con ex dueños de pequeñas imprentas que llegaron a montar una empresa gráfica y que conservan como forma de la añoranza las máquinas, los tipos, y los muebles en los que se guardan. También visitan talleres que aún hoy usan tipos móviles en una muestra de su perdurabilidad, pero también su ocaso (uno de los obreros dice: “Yo preferiría trabajar con la última tecnología, ¿quién no?”. Sin embargo, otro joven gráfico explica la mitología del oficio. Federico Cimatti, de Prensa La Libertad, cuenta cómo los anarquistas podían con una máquina imprimir un periódico con el esfuerzo de sólo uno de los suyos. “Una parte de la historia de la clase obrera está escrita e impresa por estas máquinas”. Luego, para corroborar lo dicho, un gráfico de Corral de Bustos, Córdoba, exhibe a cámara un ejemplar de La Idea, “impreso con esta tecnología desde 1923”. La memoria histórica no se concreta solamente mediante imágenes, sino también a través de objetos.
“Nuestra investigación dio cuenta de la escasez de un registro audiovisual de este trabajo –dicen los directores–. Consideramos necesario documentar estas imprentas ya que forman parte de la historia gráfica de la Argentina. Trabajos que han sido marginados debido a su origen popular, conservan el método con el que se obtuvo el primer libro impreso de la historia. Hoy en día compiten con la vorágine tecnológica e intentan resistir al paso del tiempo.
Si bien el futurismo italiano evolucionó hacia el apoyo al fascismo y a la guerra, en sus orígenes primaba un canto a la modernidad. Decían: “Cantaremos a las grandes multitudes que el trabajo agita, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las mareas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos al febril fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas devoradoras de serpientes que humean, en las fábricas colgadas en las nubes por los hilos de sus humaredas; en los puentes parecidos a gimnastas gigantes que salvan los ríos brillando al sol como cuchillos centelleantes; en los barcos de vapor aventureros que olfatean el horizonte, las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta”.

No es el caso. En Los últimos centellea la nostalgia, pero una nostalgia que no se deja vencer y sigue mirando hacia el futuro.
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