
La filósofa italiana Matilde Orlando, reconocida en Colombia y en distintos países de Latinoamérica por su capacidad de relacionar el lenguaje cotidiano del país con conceptos filosóficos, analizó en un video de su cuenta de Instagram (@filoparchar) el significado profundo de la expresión “echar los perros”.
Esta es una de las formas más usuales de señalar que alguien puede estar coqueteándole a otra persona.
A través de sus publicaciones, Orlando ha consolidado una comunidad de seguidores que valoran su enfoque didáctico para explicar ideas complejas de la filosofía utilizando el argot colombiano.
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Una de las citas que concentra la esencia del análisis de Orlando es la siguiente: “Pensar que esta forma idiomática tiene de verdad que ver con los perritos, y resulta que no. En realidad, viene de la casa. En la antigüedad, cuando los señores y los reyes feudales iban de cacería, salían acompañados por una manada de perros, que una vez identificada la presa, salían hacia ella”.
“Así que, metafóricamente, cuando alguien quiere conquistar al otro, suelta los perros. Es decir, usa todas sus mejores armas para cortejar su objeto de deseo”, precisó Orlando.
La filosofía detrás de la expresión colombiana “echar los perros”: esto dijo la italiana Matilde Orlando
En su video la académica italiana propone un examen de cómo el lenguaje cotidiano refleja y perpetúa roles sociales y culturales adquiridos.
La filósofa sugiere que la metáfora bélica no es exclusiva del español de Colombia, sino que aparece en muchos idiomas en relación con la conquista amorosa.
“¿Cuánta diferencia esconde en realidad esta asociación entre lenguaje bélico y el amor? Esa idea de que el amor es un campo de batalla, que el amor es un esfuerzo que uno de los amantes tiene que hacer para conquistar el corazón del otro, exactamente como se conquista un territorio durante una guerra, es común en casi todos los idiomas”, recalcó la creadora de contenido.
El análisis de Orlando involucra la existencia de roles de género bien definidos en las narrativas amorosas tradicionales.
“Casi siempre hay roles de género bien definidos: el hombre es el cazador y el guerrero y la mujer, la presa. Esa visión convierte las relaciones heterosexuales en particular en un conflicto constante”. De esta forma, la expresión “echar los perros” sirve como un ejemplo de cómo el lenguaje cotidiano reproduce estructuras heredadas de violencia y dominación.
La filósofa que hace varios años vive en Colombia junto a su esposo y su hijo, resaltó el impacto que estas frases pueden tener en la forma en que hombres y mujeres se relacionan.

“Por eso se habla de batalla de los sexos o de los hombres que vienen de Marte y de las mujeres que vienen de Venus, como si estuviéramos condenados a pelear una batalla interplanetaria. Se trata de una perspectiva nociva tanto para las mujeres como para los hombres, que cargan con el peso de tener que cumplir con este rol de género, es decir, ser siempre esta persona que toma el control”.
Orlando, en concordancia con la autora estadounidense Bell Hooks, recalca que “a los hombres no se les enseña a amar, sino a dominar, a controlar, a poseer, a conquistar”.
Este señalamiento apunta a una educación emocional carente, que termina reforzando comportamientos de conquista y competencia en lugar de reciprocidad y cuidado en las relaciones afectivas.
Para Matilde Orlando el problema radica en la costumbre de pensar el amor como un espacio de confrontación en vez de colaboración y libertad.
“No sé en qué momento nos acostumbramos tanto a pensar el amor como una lucha y no como una práctica de libertad, de reciprocidad”, señala la filósofa en parte de su reflexión.
Su propuesta consiste en desplazar el lenguaje de las relaciones amorosas fuera del referente bélico y acercarlo a imágenes asociadas al cuidado y al crecimiento conjunto.
“Por eso deberíamos empezar a sacarlo del campo semántico de la guerra y llevarlo al cuidado, a la jardinería. Por eso propongo que echemos menos perros y echemos más flores”, concluyó Orlando al invitar a sus seguidores de toda Latinoamérica a repensar los códigos con los que se representa el amor en el día a día.

La filósofa italiana Matilde Orlando también se refirió al polémico protestódromo de Diego Molano
En otra publicación la italia hizo una revisión crítica de la polémica propuesta del protestódromo, una iniciativa presentada en 2019 por Diego Molano Aponte cuando era concejal de Bogotá.
Orlando contó sus impresione acerca del alcance y el sentido político de esta idea, que planteaba la creación de un espacio cerrado para manifestaciones.
Según Orlando, la propuesta del “Protestródromo” consistía en un espacio diseñado para que la gente descargue su rabia y ejerza sus derechos a protestar sin alterar el orden público.
Molano, quien más tarde sería ministro de Defensa durante el gobierno de Iván Duque, promovió el proyecto argumentando que era una fórmula para equilibrar el derecho a la protesta y el de sentirse seguro.
La intención era “conciliar el derecho a protestar de algunos con el derecho a sentirse seguros de otros”, según destacó Orlando en su análisis de las declaraciones de Molano en 2019.
En su revisión, la filósofa calificó el planteamiento como “genialmente absurdo y excéntrico” y resaltó la paradoja al comparar el espacio para protestar con un “parque de diversión”.
Orlando precisó: “El protestródromo sería un espacio diseñado para que la gente descargue su rabia y ejerza sus derechos a protestar sin alterar el orden público”.
Desde su perspectiva, “imaginar un parque de diversión donde expresar colectivamente la rabia significa convertir la protesta en un simulacro que significa también transformar la protesta en entretenimiento, despojándola así de todo su sentido político”, mencionó la filósofa italian.
Orlando argumentó que convertir la protesta en un acto simulado reduce su capacidad de impacto y diluye su significado en el contexto social y político.
Para la filósofa, “una huelga, una movilización que no incomoda, que no altera la rutina cotidiana, fracasa de hecho en su propósito, que es llamar la atención”. Y plantea que, si una manifestación ocurre en el anonimato, sin molestar la normalidad de la vida diaria, “más valdría no hacerla”.
En el análisis, Orlando aclaró que referirse a ciertos actos como la quema de un bus durante una protesta no debe interpretarse como simple daño material, sino como un gesto simbólico y político.
“Quien quema un bus, sin ánimo tampoco de justificarlo, no está quemando un vehículo, sino un símbolo. Se trata de un gesto político que apunta a un lugar neurálgico de la ciudad”. Orlando desatacó que no buscaba justificar actos violentos, sino resaltar la función disruptiva y política de la protesta.
La filósofa italiana citó a un referente chileno (Rodrigo Karmy) para reforzar la idea de que “la protesta es una danza que interrumpe el ritmo cronológico del trabajo capitalista y pone en juego otros usos de los cuerpos”.
A su juicio, el valor de la protesta radica en su capacidad de irrumpir el orden habitual y crear espacios de disenso y visibilidad en la ciudad.
Orlando profundizó en que limitar la protesta a un recinto acondicionado implica deslegitimar y desnaturalizar una de las formas más directas de ejercer el poder ciudadano.
Según ella, el espacio público y las calles de la ciudad representan los escenarios donde la población ejerce sus derechos, y la protesta es una de sus expresiones más notorias. Encerrar esa acción “entre paredes de cartones y falsos buses es una farsa, una pantomima”.

La filósofa consideró que propuestas como la del protestódromo convierten el acto colectivo en “el centro comercial de las protestas”, en donde el disenso se transforma en un producto consumible, domesticado y alejado de toda capacidad de incomodar o generar debate social.
La italiana argumenta que “transformar el disenso en una experiencia domesticada del desacuerdo” priva a la protesta de su sentido original y la convierte en entretenimiento.
En la reflexión final de su video, Orlando indicó: “Yo sé que afortunadamente se trató de una locura momentánea y ojalá a nadie se le ocurra construir un protestródromo. Sin embargo, yo sí creo que se trata de un sueño que cada neoliberal guarda con cierto anhelo en su corazoncito”.
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