
En Bogotá, un fenómeno inusual y preocupante salió a la luz: perros que son utilizados como herramientas por organizaciones criminales enfrentan procesos judiciales que determinan su destino.
Según una investigación de Semana, estas mascotas, en su mayoría de razas consideradas potencialmente peligrosas, son capturadas durante operativos policiales en sectores como San Bernardo, un barrio del centro de la ciudad conocido por ser uno de los mayores focos de expendio de drogas en Colombia.
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Los animales, que fueron entrenados para desempeñar roles específicos en actividades ilícitas, son sometidos a un proceso legal que puede culminar en su adopción o, en el peor de los casos, en su sacrificio.
Los perros son reclutados por las bandas criminales para cumplir funciones que van desde la vigilancia de los expendios de droga hasta la intimidación de rivales o incluso el ataque a las autoridades.
En el caso de San Bernardo, un barrio que en el pasado fue símbolo de elegancia y tradición, hoy se ha convertido en un epicentro del tráfico de estupefacientes. Allí, las organizaciones criminales no solo emplean a los perros como guardianes, sino que los utilizan en peleas clandestinas con apuestas o como instrumentos de castigo para quienes incumplen con las reglas del narcotráfico.
Los perros, especialmente los de razas como el pitbull, son entrenados bajo condiciones de extremo maltrato para desempeñar tareas específicas dentro de las estructuras criminales. Según detalló Semana, los cabecillas de estas organizaciones aprovechan el temor que estos animales generan en la población para marcar territorio y proteger sus operaciones.
Para lograr que los animales tengan este comportamiento, son sometidos a largos periodos sin alimento, lo que los mantiene en un estado de constante excitación y agresividad.
Además, los delincuentes entrenan a los perros para que ataquen a los uniformados. En algunos casos, los entrenadores se disfrazan de policías para que los animales asocien la figura de la autoridad con una amenaza.
Esto ha llevado a que, durante los operativos antidrogas, los perros se conviertan en un obstáculo significativo, alertando a los criminales sobre la presencia de las fuerzas del orden y, en ocasiones, atacando directamente a los agentes.
Un investigador de la Sijín en Bogotá explicó a Semana que estos animales no solo son guardianes de las “ollas” de droga, también son utilizados como herramientas de intimidación y violencia.
En algunos casos, los cabecillas ordenan que los perros ataquen a quienes no cumplen con sus obligaciones dentro del mundo del narcotráfico. “Cuando un habitante de calle no paga lo que consume, simplemente dicen: ‘Que lo echen a los perros’. Los animales saben que están para eso, hasta lo disfrutan”, señaló el investigador.

Cuando la Policía o la Fiscalía intervienen en estos focos de criminalidad, los animales son rescatados y trasladados a la Unidad de Cuidado Animal, un espacio gestionado por el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (Idpyba). Allí, los perros reciben atención médica y son evaluados para determinar si es posible rehabilitarlos y ofrecerlos en adopción. Sin embargo, el proceso no es sencillo.
Todos los perros incautados ingresan a un proceso judicial que define su futuro. Un inspector de Policía, actuando como juez, debe analizar los informes presentados por el Idpyba y las autoridades para decidir si el animal puede ser adoptado o si, debido a su comportamiento violento, debe ser sacrificado. Este procedimiento, aunque necesario, enfrenta serios problemas de congestión.
El sistema judicial para animales en Bogotá está colapsado. Con más de 20 casos diarios de animales rescatados o abandonados, lo que equivale a cerca de 7.300 al año, solo hay un inspector de Policía encargado de resolver estas situaciones. Este funcionario, además, está próximo a jubilarse, lo que agrava aún más la situación. Mientras tanto, los perros permanecen en la Unidad de Cuidado Animal, donde reciben atención adecuada, pero su estadía no puede extenderse indefinidamente.

El fenómeno de los llamados “perros del crimen” también está vinculado al abandono y la explotación de estos animales. Según las autoridades, muchos de los perros que terminan en las “ollas” de droga fueron abandonados por sus dueños. Esto ocurre especialmente con razas como el pitbull, que son comercializadas cuando son cachorros, pero desechadas al llegar a la adultez.
En lugares como San Bernardo, los perros se han adaptado a un entorno hostil, donde el olor a basura y drogas es parte de su cotidianidad. Estos animales, que no conocen normas ni límites, se convierten en una amenaza tanto para las personas como para otros perros. Las peleas entre ellos son frecuentes y, en muchos casos, terminan en tragedia.
Además, las organizaciones criminales han encontrado en los perros una fuente adicional de ingresos. Los perros pequeños de razas finas son comercializados o utilizados en procesos ilegales de reproducción. Entre tanto, los canes considerados peligrosos son entrenados para el crimen, perpetuando un ciclo de maltrato y violencia.
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