La nube explosiva de la incompetencia en Líbano

Por Faysal Itani

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LA EXPLOSIÓN DEL 4 DE AGOSTO, QUE DESTRUYÓ EL PUERTO DE BEIRUT, GRAN PARTE DE LA CIUDAD E INNUMERABLES VIDAS, FUE RESULTADO DE LO MISMO DE SIEMPRE.

Personas en el lugar devastado por la explosión en el puerto  de Beirut, El Líbano. 6 de agosto, 2020. Thibault Camus/Pool via REUTERS
Personas en el lugar devastado por la explosión en el puerto de Beirut, El Líbano. 6 de agosto, 2020. Thibault Camus/Pool via REUTERS

Mi primer trabajo de verano fue en el puerto de Beirut, a finales de los años 90, cuando aún era adolescente. Pasé meses en un clima húmido ingresando datos de embarque como parte de un ambicioso programa para cambiar el registro portuario de analógico a digital. Era tan poco glamuroso como se esperaría de un trabajo en el escalón más bajo de las entrañas de la burocracia del Medio Oriente. Sin embargo, a pesar del calor y la monotonía, había optimismo.

El puerto era una infraestructura crítica en una economía que rejuvenecía tras quince años de guerra civil. El registro digital era parte del futuro, además de un intento de introducir el tan necesario orden y transparencia en un sector público en recuperación. Después de todo, se trataba del mismo puerto que había quedado inutilizado durante la guerra civi l debido alos buques hundidos y las municiones sin explotar, salvo por una zona controlada por un grupo paramilitar.

El Líbano que surgió de esos escombros ha desaparecido, asfixiado gradualmente por una clase política cínica. El 4 de agosto, recibió el tiro de gracia. El puerto de Beirut estalló en una explosión que ha causado la muerte hasta el momento de cien personas (y contando), hirió a más de cuatro mil y destruyó partes de la ciudad. Ahora Líbano se enfrenta a un nuevo tipo de catástrofe para la cual las décadas de guerra e inestabilidad política fueron una mala preparación.

Según parece ser, el desastre del puerto no involucró a los sospechosos habituales: Hezbolá, Israel, el terrorismo yihadista o el gobierno de la vecina Siria. La verdad parece ser más aburrida pero a la vez más inquietante: décadas de putrefacción en todos los niveles de las instituciones libanesas destruyeron el puerto de Beirut, gran parte de la ciudad y muchas vidas. Justamente es la banalidad detrás de la explosión la que captura el castigo y la humillación excepcionales que se le infligieron a este país.

Hasta el momento, los funcionarios libaneses coinciden en cuanto a lo que sucedió, aunque es probable que surja más de una versión “oficial”. Después de todo, así es Líbano, un país profundamente dividido por la política, la religión y la historia. No obstante, según la información de los medios libaneses creíbles, esto es lo que sabemos hasta ahora: unas 2750 toneladas de nitrato de amonio descargadas de un buque inhabilitado en 2014 se encontraban en un almacén del puerto. Luego, el 4 de agosto, un accidente de soldadura encendió unos fuegos artificiales cercanos, lo que ocasionó que el nitrato de amonio explotara.

Los puertos son un espacio privilegiado para las facciones políticas, criminales y paramilitares. Múltiples agencias de seguridad con diferentes niveles de competencia (y diferentes lealtades políticas) controlan varios aspectos de sus operaciones. El reclutamiento en la burocracia civil está dictado por cuotas políticas o sectarias. Existe una cultura generalizada y endémica de negligencia, corrupción menor y elusión de la responsabilidad en la burocracia libanesa, todo ello supervisado por una clase política que se define por su incompetencia y desprecio del bien público.

No está claro qué combinación de estos elementos permitió que una bomba que esperaba el momento para estallar permaneciera en un almacén durante casi seis años, desplazara los fuegos artificiales que se encontraban a su lado y permitiera que se llevaran a cabo prácticas de trabajo irresponsables en las cercanías. Sin embargo, la catástrofe, aunque excepcionalmente grave, es resultado de lo mismo de siempre en Líbano. El país está familiarizado con las explosiones y está igual de familiarizado con los desastres causados por fallos en los servicios públicos: una crisis de basura que se remonta a 2015, una catástrofe medioambiental en 2019 y los cortes de energía de este año que duran hasta 20 horas al día.

Las consecuencias de la explosión del 4 de agosto serán aún más graves que las muertes inmediatas y los daños materiales. El silo principal del país, que contenía un 85 por ciento de los cereales libaneses, quedó destruido. Y todavía más, el puerto ya no podrá recibir mercancías. Líbano importa un 80 por ciento de lo que consume, incluyendo el 90 por ciento de su trigo, que se utiliza para hacer el pan que es el alimento básico de la dieta de la mayoría de los ciudadanos. Cerca del 60 por ciento de esas importaciones pasan por el puerto de Beirut. O, al menos, así solía ser.

El momento no podría ser peor. Desde hace varios meses, una crisis económica devasta Líbano. La moneda del país se ha derrumbado, en un problema que por sí mismo es resultado de años de mala gestión y corrupción. Cientos de miles de personas ya no pueden comprar combustible, alimentos ni medicamentos. A medida que los libaneses han visto evaporarse sus ahorros y desaparecer su poder adquisitivo, ha aparecido un nuevo vocabulario incluso entre mis optimistas amigos y familiares libaneses. Para describir el país, comenzaron a usar palabras como “condenado” y “sin esperanza”.

Asimismo, la crisis del coronavirus ha ejercido una mayor presión sobre el sector salud. Después de la explosión del 4 de agosto, se informó que el personal médico estaba tratando heridas en calles y estacionamientos. La explosión puede poner a Líbano en el camino de una catástrofe alimentaria y sanitaria que no se había visto ni en la peor de sus guerras.

La clase política de Líbano debería estar atenta en las próximas semanas: la conmoción se convertirá en ira de manera inevitable, pero me temo que cuesta mucho deshacerse de los viejos hábitos. Estos políticos están muy acostumbrados a repartir culpas. No espero muchas renuncias ni admisiones de responsabilidad en las jerarquías más altas.

¿Habrá una revolución? ¿Un levantamiento provocado por la ira? Cualquier impulso revolucionario tiene que competir con afiliaciones tribales, sectarias e ideológicas. En este caso, lo mismo sucede con los hechos: aun cuando se presente una sola versión oficial del incidente del puerto (y aunque sea verdad), algunos no la creerán. Paradójicamente, la desconfianza en nuestros políticos dificulta más unirse contra ellos.

Estos son obstáculos reales. Sin embargo, nunca ha habido tanta urgencia por la reforma y la rendición de cuentas, más allá del probable chivo expiatorio tomado de entre los funcionarios de nivel medio. Es difícil imaginar un movimiento nacional tan concertado y sostenido porque nunca se ha materializado. No obstante, el hambre y el colapso de la atención médica podrían cambiar eso.

Líbano, y los libaneses, necesitarán un influjo rápido de ayuda externa para evitar una escasez crítica de alimentos y una catástrofe de salud pública. Parece que está llegando, de países de todo el Medio Oriente y de todo el mundo. Sin embargo, esto no detendrá el declive del país. La ayuda de emergencia solo aumentará la humillación pública y la impotencia. La explosión del 4 de agosto dejó claro que Líbano ya no es un país donde la gente decente pueda vivir con seguridad y satisfacción.

Mientras veía los videos de Beirut envuelto en humo y me cercioraba de que mis amigos y mi familia estuvieran a salvo, me encontré pensando por primera vez desde hace tiempo en ese verano en el que trabajé en el puerto. El proyecto de digitalización se completó, pero aquellos a los que no les gustaba la transparencia que aportaba encontraron formas de eludirlo.

Hoy en día, es irrelevante, por supuesto. El puerto está destruido. En cuanto a los libaneses, estarán mucho más preocupados por la supervivencia que por el progreso.

*Copyright: 2020 The New York Times Company