
Hay marcas que llegan a calar en las personas y se convierten en patrimonio nacional. Algo así es lo que ocurre con los helados D’Onofrio. El particular sonido de la corneta, la carretilla y el color llamativo, son parte de los días de calor en Lima y las ciudades del Perú. Sin embargo, poco se sabe de la primera vez que se vendió, como se hizo y quién fue el fundador.
Pedro D’Onofrio es el fundador y de allí el nombre de este postre. Nació en la ciudad de Sessa Aurunca, Caserta, Italia, en 1859 y con solo 21 años decidió salir de su país para buscar un mejor futuro. Argentina, precisamente Rosario, fue el primer lugar donde llegó.

Meses más tarde, recibió la una carta de Raffaele Cimarelli (clave en la historia de D’Onofrio), un amigo de la familia que vivía en Buenos Aires y era propietario de un carrito de helados. Este hombre le ofrecía el traspaso de su negocio y Pedro aceptó la oferta. Allí empezó su aventura con los helados, empezó a prepararlos y notó que era una actividad muy favorable, pero en 1888 decide poner un alto y regresar a su ciudad natal para encontrarse con su señora madre Gesualda.
Cimarelli apareció otra vez en escena. Ahora se encontraba en Richmond, capital del estadio de Virginia, en Estados Unidos, y animó a Pedro a que viajara a ese lugar, que tenía un clima muy favorable para el consumo de helados. El empresario aceptó el consejo y viajó a Norteamérica para dedicarse nuevamente a preparar y vender helados. Allí, además, nace una de sus hijas, quien es llamada Virginia en honor al estado que los acoge.
La familia D’Onofrio llegó a Lima para fines de 1897 y llegaron con un carro de madera a tracción humana para repartir helados. Su particularidad era que tenía pintadas las palabras “Hokey Pokey” (origen de las palabras latinas “hocus-pocus”). Esta fue la primera carreta y la originaria de todas las que vemos en la actualidad.
Pachacamilla fue la primera calle donde se ubicaron, luego pasaron a Granados y en el cruce de Sanía y Tipuani, en el barrio de Chacarilla (hasta 1914). Finalmente, se trasladaron al local de la avenida Grau, donde se quedaron largos años. Desde allí partía un particular sonido con una corneta, el cual anunciaba a la gente que el helado había llegado a su calle. Don Pedro D’Onofrio era un tipo apuesto y su helado llamado “imperial” se hizo reconocido.
Ante la dificultad para conseguir el hielo, don Pedro debía traerla desde los Andes. Siguiendo el consejo de un ingeniero norteamericano, compró una planta de fabricación de hielo artificial. Allí inició la industrialización del negocio y desde entonces todo prosperó a su favor. Las carretillas aumentaron y evolucionaron a lo que hoy es D’Onofrio.

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