
En todas las democracias modernas se da el péndulo derecha / izquierda, como respuesta política y social ante el desgaste natural que conlleva el ejercicio del poder, y como reacción a la incapacidad de los gobernantes y sus partidos de resolver los grandes y graves problemas de los ciudadanos. El péndulo también es un mensaje a los errores y muchas veces delitos de los gobernantes.
Es así como en Estados Unidos, Reino Unidos, Francia, Alemania España y muchos países, los partidos de gobierno y los gobernantes tienen un nivel muy alto de desgaste después de uno o dos períodos, y entonces los ciudadanos eligen a un gobernante opositor, que entretanto ha logrado generar esperanza en medio del ambiente enrarecido y de crisis que rodea al gobierno saliente.
Una constante es que la alternancia suele convertirse en un péndulo: derecha / izquierda. Es así que tras uno o dos períodos de derecha conservadora en el Reino Unido, se da paso a la izquierda laborista, o que tras uno o dos períodos de derecha republicana en Estados Unidos, luego entra la izquierda demócrata. El gobernante elegido imprimirá un matiz ideológico a estas derechas e izquierdas.
Lo propio pasa en Francia, Alemania, España, y en democracias en otras latitudes, con sistemas de partidos con más matices, que de cara al ciudadano, muestran igualmente el péndulo derecha / izquierda.
Pero en América Latina el péndulo está conduciendo a izquierdas no democráticas, radicales, que han tomado el camino de la democracia para la captura del poder, como alternativa estratégica ante la imposibilidad militar de conquistarlo por la lucha armada, como fue el caso de Cuba o Nicaragua, en décadas pasadas.
El sangriento camino de la lucha armada no logró su objetivo en las guerras que libraron movimientos terroristas en países como Perú, El Salvador, Guatemala, entre otros.
Los marxistas leninistas ortodoxos reconocieron que la lucha armada fue un error estratégico (no se han arrepentido), y optaron por el camino de alcanzar el gobierno nacional por el mecanismo de la democracia, para luego capturar el poder militar y subordinar instituciones como el congreso, la fiscalía, el poder judicial, el ejército, etcétera, a su supuesto proyecto “revolucionario”, que no es más que un cuento chino para instalar regímenes autoritarios y totalmente corruptos, a la vez de destruir el aparato productivo y la economía de los países, así como poner fin a las libertados y crear un Estado todopoderoso que todo lo controle. En lo ideológico, el discurso de odio de clase, las supuestas reivindicaciones sociales y el control de los medios de comunicación, son parte sustancial del combo “revolucionario”.
No son regímenes democráticos, pues en realidad desprecian la democracia, solo buscan imponer a cualquier precio su pensamiento “correcto”, para encubrir en una supuesta moral sus verdaderos propósitos inmorales.
“Todo sistema crea el elemento que lo destruye”, dicen los marxistas leninistas ortodoxos, y luego “demuestran” esto con el supuesto de que el capitalismo creó al proletariado, la nueva clase social que luego haría la revolución y destruiría al capitalismo que lo ha había creado, para dar paso al socialismo.
El gobierno comunista del Perú también ha creado el elemento que lo destruye: la corrupción. La agenda de corrupción es prioritaria, como se desprende de los hechos flagrantes que observa la opinión pública. Esta prioridad ha conducido a que pase a segundo plano la agenda “revolucionaria”, y que el proyecto comunista no pueda avanzar, dado que la otra prioridad del gobierno es defenderse de las investigaciones fiscales y periodísticas, que se dan en un ambiente de autodestrucción y pérdida total de respaldo político y ciudadano.
Tenían razón los marxistas leninistas ortodoxos: “todo sistema crea el elemento que lo destruye”.


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